Estaba llegando a su parada, Chambers Street. Queria ir caminando las ultimas manzanas.

Salio a la esplendida manana de Manhattan y se oriento con el mapa que le habia dado anoche el conserje del hotel. Luego consulto su reloj: las 8.10. Por su experiencia previa circulando por los bloques de oficinas de Nueva York, calculo que debia darse quince minutos de margen como minimo para llegar al despacho de Donald una vez entrara en el edificio donde trabajaba el hombre. Y desde aqui tenia cinco minutos largos a pie, le habia dicho el conserje, suponiendo que no se perdiera.

Despues de pasar por delante de un cartel que le informaba de que estaba en Wall Street, dejo atras un Jamha Juice a la derecha y una tienda que ofrecia «Sastreria y arreglos expertos» y entro en el Downtown Deli, que estaba abarrotado.

El lugar olia a cafe cargado y huevos fritos. Se sento en un taburete de piel roja en la barra y pidio un zumo de naranja recien exprimido, un latte y huevos revueltos con bacon y tostadas de trigo. Mientras esperaba la comida, hojeo una vez mas el plan de negocios y, luego, mirando de nuevo el reloj, calculo mentalmente la diferencia horaria entre Nueva York y Brighton.

En Inglaterra eran cinco horas mas. Lorraine estaria almorzando. Le hizo una llamada rapida al movil y le dijo que la queria. Ella le deseo suerte con la reunion. Las mujeres eran faciles de contentar, bastaba solo con unos pocos arrumacos de vez en cuando, algun que otro verso poetico y una o dos joyas que parecieran caras, pero no con demasiada frecuencia.

Veinte minutos despues, mientras pagaba la cuenta, oyo un estruendo enorme a lo lejos. Un tipo sentado en el taburete a su lado dijo:

– Dios santo, ?que ha sido eso?

Ronnie recogio el cambio y dejo una propina aceptable, luego salio a la calle para proseguir con su camino hacia el despacho de Donald Hatcook, que, segun la informacion que le habia enviado por correo electronico, se encontraba en la planta 87 de la Torre Sur del World Trade Center.

Eran las 8.47 de la manana del martes 11 de septiembre de 2001.

2

Octubre de 2007

Abby Dawson habia elegido este piso porque le parecia seguro. Al menos, tan seguro como le pareceria cualquier otro lugar en estos momentos.

Aparte de la escalera de incendios de atras, que solo podia abrirse desde dentro, y una salida de incendios en el sotano, el edificio solo tenia una entrada. Estaba ocho pisos mas abajo y las ventanas le ofrecian una panoramica despejada de toda la calle.

Dentro, habia convertido el piso en una fortaleza: bisagras reforzadas, blindajes de acero, tres cerraduras en la puerta y en la escalera de incendios situada al fondo del minusculo lavadero y una cadena de seguridad doble. Cualquier ladron que intentara introducirse aqui se iria a casa con las manos vacias. Salvo que condujera un tanque, nadie iba a entrar a menos que ella le invitara.

Pero como refuerzo, por si acaso, tenia un spray de pimienta Mace muy a mano, una navaja y un bate de beisbol.

Era ironico, penso, que la primera vez en su vida que podia permitirse una casa lo bastante grande y lujosa como para recibir a invitados, tuviera que vivir sola, en secreto.

?Y habia tantas cosas de las que disfrutar alli dentro! El entarimado de roble, los enormes sofas color crema con sus cojines blancos y marron chocolate, los cuadros modernos y perspicaces en las paredes, el sistema home cinema, la cocina de alta tecnologia, las camas inmensas y deliciosamente comodas, la calefaccion debajo del suelo en el bano y el elegante servicio de invitados que todavia no habia utilizado -al menos no para lo que estaba pensado.

Era como vivir en una de esas casas de diseno que solia codiciar cuando hojeaba las paginas de las revistas de moda. Cuando hacia buen tiempo, el sol entraba a raudales por la tarde y los dias ventosos, como hoy, abria una ventana y podia saborear la sal en el aire y escuchar los chillidos de las gaviotas. A tan solo unos doscientos metros del final de la calle, y del cruce con la concurrida Marine Parade de Kemp Town, estaba la playa. Podia caminar por ella kilometros y kilometros hacia el este o el oeste.

Tambien le gustaba el barrio. Habia tiendecitas cerca, que eran mucho mas seguras que un supermercado grande porque siempre podia mirar primero quien habia dentro. Bastaba con que solo una persona la reconociera.

Solo una.

El unico punto negativo era el ascensor. Extremadamente claustrofobica en el mejor de los casos, y mas propensa que nunca ultimamente a los ataques de panico, a Abby nunca le habia gustado montarse sola en un ascensor a menos que no tuviera mas remedio. Y la capsula inestable del tamano de un ataud vertical para dos personas que subia hasta su piso, y que se habia quedado parado un par de veces en el ultimo mes -por suerte con otra persona dentro-, era una de las peores que habia utilizado en su vida.

Asi que normalmente subia y bajaba a pie, hasta hacia dos semanas, cuando los obreros que reformaban el piso de abajo habian convertido la escalera en una carrera de obstaculos. Era un buen ejercicio, y si llevaba bolsas de la compra pesadas era facil: las metia en el ascensor solas y ella subia por las escaleras. En las raras ocasiones en que se encontraba con alguno de sus vecinos, cogia el ascensor hombro con hombro con el. Pero la mayoria eran tan mayores que no salian demasiado. Algunos parecian tan viejos como la propia finca.

Los pocos inquilinos jovenes, como Hassan, el sonriente banquero irani que vivia dos pisos mas abajo y que a veces organizaba fiestas que duraban toda la noche -y cuyas invitaciones siempre rechazaba educadamente- parecian estar fuera casi siempre, en algun otro lugar. Y los fines de semana, a menos que Hassan se hubiera quedado en casa, el ala oeste del edificio estaba tan silenciosa que parecia habitada solo por fantasmas.

En cierto modo, ella tambien era un fantasma, lo sabia. Unicamente abandonaba la seguridad de su guarida de noche, con el pelo que en su dia fue rubio y largo ahora muy corto y tenido de negro, gafas de sol y el cuello de la chaqueta subido. Era una extrana en esta ciudad donde habia nacido y crecido, donde habia trabajado en bares, ejercido de secretaria temporal, tenido novios y, antes de que le entrara el gusanillo de viajar, incluso fantaseado con formar una familia.

Ahora habia regresado. A escondidas. Una desconocida en su propia vida. Desesperada por que nadie la reconociera. Volviendo la cara las pocas veces que se cruzaba con algun conocido o veia a un viejo amigo en un bar y tenia que marcharse de inmediato. Maldita sea, ?que sola se sentia!

Y tenia miedo.

Ni siquiera su propia madre sabia que habia vuelto a Inglaterra.

Habia cumplido 27 anos hacia tres dias y la fiesta de cumpleanos habia sido fantastica, penso con ironia. Tirada alli sola con una botella de Moet & Chandon, una pelicula erotica en Sky y un vibrador con las pilas agotadas.

Solia estar orgullosa de su belleza natural. Rebosante de confianza, podia ir a cualquier bar, discoteca o fiesta y escoger a quien quisiera. Era buena conversadora, buena seductora, buena haciendose la vulnerable, algo que habia aprendido hacia tiempo que era lo que les gustaba a los hombres. Pero ahora era vulnerable de verdad, y no era nada divertido.

No era divertido ser una fugitiva.

Aunque no fuera para siempre.

En las estanterias, las mesas y el suelo del piso se amontonaban libros, CD y DVD comprados en Amazon y Play.com. Durante los dos ultimos meses que llevaba huyendo habia leido mas libros y visto mas peliculas y television que nunca. Ocupaba gran parte del resto del tiempo en un curso de espanol por Internet.

Habia vuelto porque creia que aqui estaria a salvo. Dave estuvo de acuerdo en que este era el unico lugar donde el no se atreveria a asomar la cara. El unico lugar del mundo. Pero no podia estar segura al cien por cien.

Tenia otra razon para regresar a Brighton, una parte importante de sus planes. La salud de su madre

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