angustiosas zambullidas en aquel agua salada, no estaba yo para entender lo que me decia. Juraria que vi una mano que la cogio por el pelo y la cofia, haciendola desaparecer en el interior de la camara. El caso fue que el ama ya no torno a salir y yo, desventurada de mi, entre brazadas, inmersiones y tragos de agua, alcance a duras penas la mesa de madera.

La corriente me alejo de los dos navios con bastante presteza, aunque no con tanta como para que no me diera tiempo a ver el humo negro que se elevo en el cielo cuando los piratas prendieron fuego a nuestra nave. La triste imagen no duro en exceso. Pronto me encontre rodeada por el ondulante y vacio oceano, y sola como no lo habia estado antes en toda mi vida, agarrada a aquella mesa y hundida en un silencio estremecedor. Las lagrimas me resbalaban por las mejillas. Por fortuna, habia rescatado el chambergo rojo pues el sol abrasador de aquellas latitudes me hubiera frito el cerebro a no mucho tardar. Recorde tambien que esas aguas estaban infestadas de animales marinos de gran tamano que gustaban de nadar en los costados del barco, asi que, haciendo muchos esfuerzos e intentando no volcar mi pobre bajel de cuatro patas, consegui subir el cuerpo y acurrucarme entera sobre la tabla. Tres dias y sus noches pase en aquella situacion, arrastrada hacia ninguna parte por las olas y las corrientes. La garganta me ardia de sed y me dolian los ojos, quemados por la sal y los reflejos del sol. Los labios me sangraban y se me hicieron costras. A ratos dormitaba y a ratos me desesperaba por mi mala ventura, llegando al punto de preguntarme si no deberia, acaso, rezar alguna de aquellas oraciones que el ama Dorotea nos habia ensenado a escondidas a Martin y a mi cuando eramos pequenos. Pero me resistia, no queria deshonrar de ese modo la memoria de mi padre, haciendo aquello que el tanto despreciaba. Hoy me siento orgullosa de afirmar que fui fuerte, que desafie al miedo y que me prepare para bien morir tal y como me habian ensenado: con paz y resignacion, sin beaterias.

Y, entonces, mientras cabeceaba en uno de esos ligeros sopores nocturnos llenos de malos suenos, la mesa choco suavemente contra algo y viro sobre si misma. Me espabile de golpe. Era de noche, si, pero habia suficiente luz de luna como para distinguir algunas cosas. Una sombra negra gigantesca se dibujaba contra el cielo y se oia un manso batir de olas contra la costa. ?Tierra! Intente deslizarme con cuidado dentro del agua, dispuesta a impulsar mi embarcacion hasta aquella mole cuando repare en que el fondo estaba a menos de un palmo de la superficie. Sorprendida, me puse en pie y avance chapoteando hasta la orilla. Era una playa, una playa de arena muy fina y casi tan blanca como la nieve. Arrastre mi esforzada lancha fuera del mar y me derrumbe, mas muerta que viva, con el agotamiento de tres dias de incertidumbres, miedos y vigilias.

Una sed terrible me desperto. Mire alrededor, cegada por el sol, y no vi por ninguna parte agua con que calmarla sino solo arena blanca y, mas alla, la cercana cumbre que habia divisado la noche anterior. Me levante con mil quebrantos y, soltando ayes y suspiros y ahuyentando a los fieros mosquitos que picaban como diablos, hice todo lo posible por enderezar el cuerpo y por quitarme el jubon y la casaca, que me estorbaban mucho con aquellos calores. Con todo el cuerpo tembloroso, consegui avanzar paso a paso hacia los arboles que cubrian aquella colina pues, habiendo arboles, me dije, tendria que haber tambien agua. Y, asi, entre en un espeso bosque de extranas plantas en el que se escuchaba sin cesar el canto de mil pajaros distintos. Camine o, por mejor decir, me arrastre hacia arriba durante mucho tiempo, apartando con las manos el ramaje que me entorpecia el paso y me aranaba el rostro. Tanta vegetacion debia de nutrirse con buenas lluvias, me dije, y estas debian de recogerse de manera natural en algun charco. Al cabo, quiso mi buena ventura que diese con un esplendido pozo -un hoyo en el suelo cuya profundidad, a la vista, no podia medirse-, lleno de un liquido limpio y transparente sobre el que me eche con una sed de tres dias. Mas de media azumbre [3] me bebi de un trago y sin abrir los ojos. ?Que rica me supo aquel agua, que fresca! ?Y que bien me sentaba la sombra del bosque! La vida regresaba a mi y solo necesitaba comer para volver a sentirme la misma de siempre, mas, en cuanto pense en la comida, mi cuerpo se descompuso. El agua que habia bebido con tanta avidez o el fuerte sol de los tres dias en el oceano me hizo perder el sentido en medio de escalofrios y jadeos. Se me figuro que veia a mi hermano y a mis padres y me consolo mucho reunirme con ellos.

Cuando desperte, banada en un sudor copiosisimo y tan helada como la muerte, el dia estaba terminando. Me sacudia mientras desandaba el camino hacia la playa buscando el calor de la arena. ?Solo yo se lo que me costo aquel paseo! Debia de estar muy enferma, pensaba, y en aquel lugar no se veia a nadie a quien pedir ayuda. Quiza existiera un pueblo al otro lado de la montana, o en algun extremo de la playa, pero no tenia ni fuerzas ni aliento para caminar hasta alli en busca de auxilio. Volvi a prepararme para la muerte mientras me dejaba abrazar por las calidas y blancas arenas de aquella playa solitaria.

Tarde dos dias en recuperarme de las extranas fiebres que me mantuvieron postrada, con mala traza y peor talante, en la costa mas despoblada del mundo. Ni un alma se me acerco durante aquel tiempo, nadie a quien solicitar cuidados, ni siquiera un solitario pescador o una moza pastora. Como espiritu en pena caminaba hacia el pozo cuando la sed me dominaba y regresaba cerca del mar cuando el frio me ateria. Y, asi, cambiando sol por sombra, frio por calor, di por fin en restablecerme aunque con una debilidad atroz que no sabia si era producto de la enfermedad o del hambre.

Cuando volvi a ser duena de mi voluntad y de mi entendimiento, juzgue que debia procurarme comida con urgencia si queria recuperar las fuerzas necesarias para salir en busca del pueblo mas proximo. En el tiempo que llevaba alli no habia visto nada que pudiera considerarse alimento pero, para sosegar el animo, me dije que, por poco que fuera, algo debia de haber, asi que me puse a buscar frutas o algo semejante y, al no hallarlo tras una prolongada exploracion, me resigne a la idea de fabricar una cana de pescar como las que habia visto usar en Toledo. Entre y camine en el agua por ver si flotaba en las cercanias algun palo o madero y descubri que aquel mar estaba lleno de peces. La boca se me hizo agua e intente coger algunos con la mano, a la desesperada, pero no tuve suerte y estaba demasiado debil para bregar con aquellas bestezuelas. No vi palo alguno, ni vara, ni tablon que me sirviera. Al contrario que las aguas del rio Tajo o las del Guadalquivir, en Sevilla, las de aquel mar estaban completamente limpias de basuras y desperdicios, cosa que lamente por el perjuicio que me causaba en ese momento. Avance por la costa y, de alli a poco, para mi contento, encontre unas rocas en las que habia peces atrapados en pequenos agujeros llenos de agua. O las mareas o el oleaje los habian dejado para mi en un lugar de tan facil acceso. Mas, ?como cocinarlos?, ?como hacer fuego?, ?como cogerlos para llevarlos hasta mi pequeno reducto junto a la mesa-bajel? Resolver esas cuestiones requeria algun tiempo y yo solo sentia hambre, mucha hambre, asi que mire los peces, agarre uno con las manos y, sin pensarlo mas, lo descabece con un golpe de mi daga, le quite las tripas y la espina y me lo comi. Fue cosa de magia. Cada pez que comia me devolvia las fuerzas; despues de seis o siete, resucite y, tras trece o catorce, estaba ahita y satisfecha.

– ?Ya basta, Catalina! -me regane, lavandome las manos ensangrentadas en el agua y remojando el sombrero para evitar los calores en la cabeza. ?Me sentia tan bien que, a pesar de la flojedad de las piernas, tenia para mi que podia correr hasta mi bajel como un corcel rompiendo cinchas!

Aquella misma tarde me puse en camino y anduve toda la playa hacia el oeste, en direccion al poniente. Descubri algunas ensenadas y bahias, pero ningun pueblo y, por fin, llegue donde terminaba la arena y empezaban unos enormes acantilados que caian en picado hasta el mar. Alli la corriente de la costa rompia contra la pared de roca creando peligrosos remolinos. Deshice el camino y regrese al lugar que empezaba a considerar mi hogar, dispuesta a continuar explorando sin descanso hasta descubrir donde me hallaba. A la manana siguiente, tome la direccion contraria, pisando la blanda arena con mis botas hacia el este, para llegar, al cabo de una legua [4] larga, al mismo acantilado en el que habia estado la tarde anterior, aunque por su lado contrario. Aquello me desconcerto. Ya no tenia otra alternativa que ascender hasta la cima del monte para confirmar mis recelos: habia ido a dar a una de esas pequenas y desiertas islas de Barlovento [5] de las que hablaban los marineros de la galera cuando relataban, al anochecer, historias de piratas y tesoros escondidos. Habia tantas, decian, que era imposible inscribirlas en las cartas de marear. [6] Muchas de ellas no habian sido vistas nunca por el hombre, ni barco alguno habia fondeado jamas en sus aguas. Solo piratas y corsarios conocian la situacion de esos lugares porque les servian de guarida y escondite.

Me parecio en aquel momento que la playa, el mar y el monte giraban a mi alrededor como aspas de molino y, aun antes de haber llegado a la cumbre, ya derramaba lagrimas amargas por mi triste destino. Pase junto a mi laguna de agua dulce mas, esta vez, continue ascendiendo, usando la espada y la daga para abrirme camino en la maleza. Duro enemigo era la vegetacion de aquellas latitudes, sin hacer cuenta de los incansables mosquitos y demas animales que fui encontrando a mi paso: lagartos verdes del tamano de mastines, con papadas y crestas espinosas; libelulas que, por su volumen, se confundian con pajaros; mirlos, colibries, loros azules y anaranjados… Aquella extrana fauna era digna de ver, con sus brillos, formas y colores si bien, por fortuna, no

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