cantidad suficiente para salar algunos pescados y conservarlos en mi alacena.

Pero no me olvidaba jamas de dos asuntos importantes: ante todo, la seguridad, pues me amedrentaba mucho la idea de verme sorprendida algun dia por la arribada de un barco pirata, y despues, la fabricacion de una almadia [8] con la que marcharme de la isla. El primero se resolvio por azar cierta manana en que me apetecio darme un bano en la laguna. Tenia la piel muy morena por el sol y, sobre todo, curtida y seca por el mar, asi que me lance de cabeza al pozo que tenia mas cerca de casa por nadar en un agua mas dulce. Cuando me zambulli para alcanzar el fondo, descubri con sorpresa que no lo habia y que un tunel muy largo progresaba en linea recta hacia el extremo opuesto de la isla. Como no tenia problemas para aguantar la respiracion durante mucho tiempo debido a mis continuos banos en el arrecife, tras llenar de aire mis pulmones hasta que se me hincharon los carrillos, segui aquel camino de agua avanzando torpemente en la oscuridad. No quiero faltar a la verdad ufanandome de un valor que no poseo: me costo varios intentos llegar al final del pasaje por el mal recelo que me entraba cuando me encontraba a medio camino. Pero mi decision y curiosidad fueron mas grandes que mi cobardia y, tentando las paredes mientras me impulsaba con los pies, di en sacar la cabeza en otro pozo situado en el interior de una cueva. La luz que llegaba desde la lejana entrada era muy debil y un extrano rumor de algo vivo me erizo la piel del cuerpo y me hizo huir de alli, aquel primer dia, presa del panico.

Cuando reuni el coraje suficiente para regresar, lo hice provista de espada, daga, arco y pica, y tuve buen cuidado en elegir una hora en la que el sol iluminara bien la boca de la cueva para que no me faltara luz pues, por lo que habia alcanzado a discurrir, la entrada se hallaba situada en la rocosa e inaccesible pared del acantilado que quedaba exactamente detras de mi monte y de mi playa. Me resultaba insoportable la idea de que pudiera existir un lugar desconocido para mi en el que se escondiera algo peligroso que pudiera hacerme dano.

Sali del agua con muchas prevenciones y, aterrada por el sordo rumor, me enderece muy despaciosamente con la espada en una mano y la pica en la otra, presta a defenderme y a matar ante el menor movimiento. Hacia un frio terrible al que ya no estaba acostumbrada y se me puso la piel de gallina bajo las ropas mojadas al tiempo que comenzaba a dar diente con diente y a temblar como una azogada. El suelo estaba cubierto por una gruesa capa de un serrin blando y oscuro que no era ni barro ni arena pero que se asemejaba a los dos y, asi, hundiendome en el hasta las pantorrillas, avance hacia la luz sin percatarme de que, sobre mi, colgando cabeza abajo del techo de aquella gruta, miles de gordos murcielagos seguian mis movimientos listos para echar a volar en cuanto mi presencia se volviera peligrosa. Pero como yo no los veia ni tenia conocimiento de su existencia, me fui envalentonando y acabe por erguirme y caminar con soltura a pesar del frio.

Dos circunstancias propiciaron lo que despues acaecio: al dar el siguiente paso tropece con algo duro y metalico que me lastimo el dedo pequeno de un pie. Solte una exclamacion de dolor y, sin darme cuenta, agite la pica en el aire tocando de este modo el cuerpo de varios de aquellos murcielagos, lo que provoco una desbandada general en forma de manto negro y palpitante que se precipito hacia la salida con un aleteo enloquecido, golpeandome de manera reiterada hasta hacerme caer al suelo y, mientras ellos huian de mi, yo caia hacia adelante, mas, en lugar de terminar dando contra el suelo, me golpee el vientre, las costillas y la cara con unos tubos de hierro, de cuenta que se me bano toda la boca en sangre por culpa de unos cortes muy feos que se me abrieron en los labios. Me quede sin aliento, herida y magullada, pero la doncella lacrimosa que yo habia sido ya no existia, asi que me incorpore con presteza y, secandome la sangre con la manga y sacudiendome el guano de la cara y la camisa, eche una mirada a la cueva, ahora vacia y silenciosa, y recupere mis armas.

La gruta era espaciosa y mas larga que ancha. Al fondo estaba el lago, cubierto por un manto grumoso de aquellos excrementos que lo ensuciaban todo y, al otro extremo, la entrada de la cueva, por la que se escuchaba, lejano, el sonido del mar. Con todo, antes de asomarme para ver su situacion, juzgue mejor comprobar que eran aquellos tubos contra los que me habia golpeado y cual no seria mi sorpresa al hallar cuatro viejos falcones de bronce con el calibre lleno de guano y sin emblemas ni marcas en las testeras que permitieran identificar su origen. El aliento se me corto al descubrir, por primera vez desde que vivia en la isla, senales de otras presencias humanas y, ademas, tan poco gratas, pues el origen pirata de aquellos canones no tenia discusion y que hacian alli y como habian llegado y por que eran misterios que me mortificarian durante mucho tiempo. Su deterioro era obvio, pero la presencia de un punado de proyectiles de piedra cuidadosamente depositados en un costado indicaba que su desempeno en la cueva habia sido ofensivo, aunque no estaban apuntando ni al lago ni a la entrada. Me pregunte si quiza sirvieron en algun momento para atacar a los barcos que se acercaban a la costa, aunque ninguna nave intentaria jamas atracar en aquella zona por los peligrosos remolinos que formaban las corrientes.

Al punto no se me ocurrio darles ninguna utilidad, asi que no hice cuentas para intentar llevarmelos (tarea sumamente costosa a falta de poleas) y aun comprendi menos como los habian subido hasta alli cuando me asome a la boca de la cueva y vi la enorme altura a la que me encontraba. No, imposible, me dije; subirlos no los habian subido. Mire, pues, hacia arriba, hacia la cima del monte y, aunque tampoco la distancia era pequena, parecia mas probable que los hubieran bajado con la ayuda de cabos o maromas.

Los murcielagos, disgustados por la visita, intentaban regresar en bandada a sus lugares de reposo en el techo de piedra, volando rapido con bruscos y enfadados giros hacia las cuatro direcciones. Revise la cueva por ultima vez y me dije que era un buen lugar en el que esconderme llegado el caso ya que, si venian los duenos de los falcones pedreros, siempre podia huir por el pozo mientras ellos descendian desde la cima y, si no eran tales sino otros, nunca podrian encontrarme alli.

Resuelto el problema de la seguridad, el otro asunto importante era la construccion de una almadia con la que marcharme de la isla. Habilite un espacio pequeno y recondito entre las rocas de mi alacena al que iba llevando poco a poco los troncos que, a golpe de espada y tajos de daga, talaba pacientemente en la parte baja del monte. Con cuerdas que yo misma fabrique torciendo pieles de lagarto con nervios de palma, y que usaba a modo de dogal o de arnes, arrastraba los maderos sobre la finisima arena realizando un esfuerzo considerable que, las mas de las veces, resultaba esteril e irritante. Empleaba en ello muchas horas del dia y, cuando me cansaba, abandonaba el trabajo por una semana o dos hasta que la mala conciencia me obligaba a retomarlo. Mucho me fortaleci con aquella labor y aun hoy conservo la firmeza de cuerpo que gane en aquellos lejanos tiempos.

Con estos y otros menesteres fue pasando aquel primer ano. Las angustias del principio dieron paso a la tranquilidad del final, pues habia logrado un buen acomodo con buen alimento y me hallaba sana y segura. No habia nadie ni nada que echara en falta y tampoco nada ni nadie que me esperara fuera pues, a buen seguro, mi senor tio y mi senor esposo me habian dado por muerta hacia mucho tiempo. Como, igualmente, habia pasado toda mi vida dentro de casa, guardada con harto recato y encerramiento por mantener a salvo mi honra y para que mi futuro marido no tuviera nada que objetar, tampoco anoraba la compania humana pues todos a los que conocia y habia amado ya no pisaban la tierra.

En estas andaba, libre y feliz, cuando, cierta manana, antes del dia, unos sonidos que me parecieron voces llegaron hasta mi casa en la cima del monte. Eran voces recias, masculinas, voces de marineros bogando y de un maestre dando ordenes. Abri los ojos de golpe y me incorpore en el lecho con el corazon saliendoseme del pecho. ?Piratas!, pense acobardada. Rapidamente me vesti y cogi la espada. La situacion de mi choza, bajo el saliente rocoso, me permitia vigilar la playa y el arrecife sin ser vista desde abajo. Eche cuerpo a tierra y asome la cabeza. Una enorme nao de tres palos con las velas recogidas en las vergas y llevada a la sirga por un batel con ocho marineros y dos grumetes entraba arriesgadamente en mi arrecife por la mas amplia y profunda de sus brechas acercandose hacia la costa. Trague saliva. Eran piratas, sin duda, ?que otra cosa podian ser? Pense que debia hacer acopio de vituallas porque no sabia cuanto tiempo tendria que permanecer escondida en la cueva de los murcielagos. Con todo, aun era pronto para emprender la huida. Antes debia averiguar cuales eran sus intenciones puesto que podian marcharse ese mismo dia sin apercibirse de mi existencia ni causarme mal alguno.

El batel atraco en la playa y los marineros saltaron al agua y lo arrastraron arena adentro. El maestre que guiaba la nao, un hombre alto de cuerpo, seco, vestido con un largo ropon escarlata, tocado con un chambergo negro de alas anchas y con espada de hidalguia al cinto, descendio por una escala de cuerda tendida desde la borda en cuanto la nave encallo contra el fondo de arena. Me sobresalte. ?Como pensaban desembarrancarla para marcharse…? ?O es que, acaso, no pensaban marcharse? El maestre camino hacia la orilla con aires de duque o de marques mientras sus hombres -ataviados con humildes camisas de lienzo, calzones cortos, alpargatas y panuelos en la cabeza- descargaban en la arena toneles, cestos, apeones, botijas, odres, barriles, pipas y zurrones en tal cantidad que era maravilla ver como todas aquellas cosas habian venido en el batel con ellos. Sin duda se trataba de generos robados a los mercantes espanoles que hacian la Carrera de Indias con las

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