flotas para abastecer de bienes a los colonos.

Retrocedi lentamente y entre de nuevo en mi casa. Con el mayor de los sigilos prepare alimentos y armas y, para protegerme del frio de la cueva, me puse el jubon de gamuza, la casaca de cuero y las botas de ante. Me dificultarian la natacion pero, una vez alli, estaria bien abrigada. Sali y volvi a arrastrarme hasta el mirador desde el que avizoraba la playa. Los piratas habian acampado en la arena. A falta de algo mejor, con cuatro palos y una lona habian preparado un cobertizo bajo el que cobijarse y los vi meter alli sus fardos y arcones asi como una lujosa silla de brazos que trajeron de la nave y que supuse seria para el maestre. Pronto estuvieron todos debajo y los perdi de vista, por eso, cual no seria mi asombro al escuchar, de repente, una musica alegre, muy bien interpretada con instrumentos, y una voz sonora y grave que empezo a cantar, en lengua castellana, a pleno pulmon:

Soy contento y vos servida ser penado de tal suerte que por vos quiero la muerte mas que no sin vos la vida.

?Me estaba volviendo loca? Llevaba un ano sin escuchar musica y, desde luego, era lo ultimo que pensaba oir. Un laud y un pifano acompanaban al cantante:

Quiero mas por vos tristura siendo vuestro sin mudanza que placer sin esperanza de enamorada ventura. No tengais la fe perdida, pues la tengo yo tan fuerte que por vos quiero la muerte mas que no sin vos la vida. [9]

Paralizada por la impresion, no me habia dado cuenta de que la gran nao, que ocupaba poco mas o menos todo el ancho de mi arrecife, habia comenzado a torcerse hacia un lado por falta de sosten: al comenzar el reflujo de la marea, la nave habia quedado apoyada sobre el fondo y se ladeaba peligrosamente hacia uno de sus costados, a pesar de lo cual a aquellos hombres no parecia preocuparles lo que estaba sucediendo. Seguian cantando y tocando como si se encontraran en alguna alegre fiesta campestre.

Por fin, entre crujidos de cuadernas y sacudidas de mastiles, la nave quedo totalmente varada, tumbada sobre su lado de estribor. Yo no daba credito a lo que veia (ademas del que ya no daba a lo que oia) pero, entonces, con el ultimo chirrido de la madera, la musica se detuvo. Salvo el maestre, todos los hombres abandonaron el cobertizo, se dispersaron por la playa y entraron tambien en el bosque, del que salieron con maderos y yesca que reunieron para preparar una gran hoguera en la arena, cerca de la nave. ?Que poco les costo esta tarea! Como eran tantos, en un santiamen tenian lista la pira y solo tuvieron que acercar la mecha de un arcabuz para ver como las llamas se elevaban hacia el cielo. Al punto, fabricaron una tea para cada uno y, con ellas en la mano, se acercaron al casco del barco y empezaron a pasar el fuego sobre el como si lo estuvieran pintando con mucho detenimiento. Los grumetes, al ser pequenos aun, se encargaban de la parte baja de las tablazones, pero no por ello trabajaban menos. Algo chamuscaban, aunque no sabia bien que.

En esta tarea se demoraron mucho tiempo, tanto que, de puro aburrimiento, me estaba quedando dormida. Solo la musica que salia del cobertizo, un suave y melancolico taner de cuerdas de laud, me mantenia despierta, pues ejercia sobre mi, despues de un ano sin oir nada semejante, el efecto de un encantamiento. Me mantenia quieta y en silencio, con los ojos cerrados, sudando a mares por culpa de la mucha ropa que llevaba puesta, pero contenta y tranquila por la musica. Pensaba que acaso no eran piratas sino mercaderes porque habian estado cantando en castellano y mas que venir a mi isla a esconder tesoros parecia, antes bien, que necesitaban reparar su nave o poner en ejecucion algun trabajo de ella.

Y, andando en estas, mientras empezaba a considerar miedosamente si debia bajar a la playa y hacer acto de presencia ante unos posibles salvadores que quiza fueran tan amables de llevarme hasta algun lugar civilizado, una zarpa de hierro me sujeto con violencia por el cuello de la casaca y tiro de mi hacia arriba, incorporandome sin miramientos y arrancandome de la mano, al mismo tiempo, la espada que sujetaba. Solte un alarido y empece a dar punetazos y patadas a diestro y siniestro, sin encontrar otra cosa que el aire al extremo de mis golpes. Toda mi fuerza, que era mucha a esas alturas, no me servia de nada.

– ?Quien sois vos? -me pregunto, en castellano, una voz amenazadora a mi espalda.

No podia girarme ni ver la cara de mis atacantes. El que me sujetaba por el cuello habia pasado a inmovilizarme los brazos y a bajarme la cabeza hacia el suelo con brutalidad. Decidi que no hablaria. No estaba dispuesta a colaborar con el enemigo. Si lo que deseaban era matarme, que lo hicieran. Tanto me daba.

– ?No vais a decir vuestra gracia, patria y linaje, senor? -insistio la voz. Tenia un acento raro, como de extranjero naturalizado.

Me obstine en seguir callada. Ni siquiera cai en la cuenta, por los nervios, de que me habian tomado por un hombre y no por la mujer que era.

– No hablara -dijo otra voz.

– Pues llevemoslo con el maestre. Sera un pirata ingles abandonado en esta isla por sus compadres.

– ?No soy un pirata ingles! -grite, intentando zafarme de nuevo de las garras que me apresaban.

Tras unos segundos de silencio, me levantaron la cabeza tirando del corto cabello. Habia dos hombres. Uno sujetandome, al que no veia, y otro frente a mi, un mulato de cuerpo recio y grande, que me examinaba con atencion.

– ?Sois espanol? -pregunto, sorprendido. Tenia los ojos grandes y enrojecidos.

– ?Si, asi que sueltame si no quieres ser castigado! -Los negros y los moros, por su calidad de esclavos (eran pocos los de condicion libre, al menos en Espana), no podian tratar a un cristiano y, por mas, mujer y duena, de aquella manera. ?Mujer y duena…? Mejor haria callandome, me dije, y que siguieran creyendo que era un hombre.

– ?Castigado por quien, senor? -pregunto, en broma, el que me sujetaba que, ahora, empezaba a aflojar la presion.

– ?Por vuestro amo! -grite, enfadada al ver que no me soltaban. No sabia si mi captor era tambien mulato, negro, moro, indio o blanco, pero di por sentado que, puesto que andaba con mulatos, mulato debia de ser.

– Mi amigo Anton y yo no tenemos amo, senor -replico, empujandome hacia adelante para obligarme a caminar colina abajo-. Somos hombres libres y trabajamos para un maestre hidalgo que nos trata como a personas de bien. Asi que, senor… -me golpeo con su rodilla en una pierna, haciendome perder pie-, cuidad el

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