– ?Juanillo! ?Ven!

Un nino de unos siete u ocho anos, negro como la noche, echo a correr hacia nosotros, tirando su tea, al pasar, sobre los maderos de la hoguera.

– ?Que desea vuestra merced, maestre? -pregunto frenando en seco junto a mi, salpicandome de arena.

– Subete a lo mas alto del monte y encuentra la casa de este nuestro huesped. Entra en ella y busca un canuto de hojalata como los que se usan para guardar documentos. Traemelo presto.

El negrito volvio a tomar la carrera y se interno entre los arboles por el sendero que yo misma, con mis muchas idas y venidas durante un ano y medio, habia abierto en la espesura. Sin duda, esa entrada habia sido lo que me habia delatado a mis dos captores mulatos y, ahora, aquel viejo hidalgo listo como el demonio habia descubierto mi autentica condicion de mujer. Estaba perdida. A no mucho tardar, aquellos marineros violentarian mi honra para satisfacer sus deseos.

– Hablad -me ordeno el maestre, tomando asiento de nuevo y sacando una fina pipa de arcilla de un costal que tenia junto a si. Su porte y sus modales delataban buena cuna y buena educacion. No parecia muy apropiado que alguien de su clase trabajara de mercader.

– Sepa vuestra merced, senor Esteban, que no menti -empece a decir-, que todo lo que conte era cierto, salvo por el detalle de que mi nombre no es Martin sino Catalina. Martin era mi hermano menor, que murio en el asalto pirata. Mis padres son quienes dije y tambien mi ciudad. Nuestra ama me vistio con las ropas de mi hermano para ponerme a salvo de los ultrajes de los piratas.

– Buen pensamiento -murmuro, poniendo con mucha calma un manojito de hebras de tabaco en la cazoleta de la pipa-. Y, decid… ?cual era el motivo de vuestro viaje a estas nuevas tierras? ?Algun familiar os propuso acogimiento tras la muerte de vuestros padres?

– Asi fue, senor -asenti-. Tengo un tio, hermano de mi madre, en una isla llamada Margarita. Nadie mas quiso darnos auxilio cuando mi padre murio en los calabozos de la Inquisicion de Toledo.

El maestre dio un respingo en su silla.

– ?Que decis? -inquirio, nervioso.

– Es una historia muy triste -me lamente-. Alguien, no supimos nunca quien, denuncio a mi padre ante la Inquisicion por falta de respeto al sacramento del matrimonio. Ya sabeis que la Iglesia anda muy vigilante ultimamente tanto de las herejias extranjeras como de las costumbres morales del pueblo. Mi padre no fue el unico cristiano viejo a quien se encerro en los calabozos por fornicar fuera del matrimonio. Eran muchos los nombres que aparecian en las listas de condenados.

– Si, teneis razon. Por suerte, aqui las cosas no estan tan mal como alli -dijo, levantandose de la silla y acercandose hasta la hoguera de la playa para darle fuego a su pipa. Luego, regreso echando un humo menudo por la nariz y la boca-. La Inquisicion no ha entrado aun con fuerza en estas tierras, aunque no por falta de ganas, sin duda.

– Pues mejor para vuestras mercedes, porque no tienen compasion. Cuando mi senor padre afirmo, durante el juicio, que la simple fornicacion, matrimonial o no, era licita, los inquisidores redoblaron su interes por el y descubrieron que no conocia el Credo ni otras oraciones primordiales de la Iglesia, asi que ordenaron registrar nuestra casa y hallaron, entre mas de veinte cuerpos de libros grandes y pequenos, algunos de los prohibidos por el Indice de Quiroga de mil y quinientos y ochenta y cuatro.

– Buenos conocimientos teneis -afirmo, tomando asiento de nuevo.

– Solo en lo que me atane, como es el caso de mi padre. No se leer ni escribir, pero poseo muy buena memoria para lo que me interesa.

– Y, ?que libros encontraron?, ?lo sabeis?

– Solo recuerdo uno de ellos pues, como os he dicho, senor, yo no se leer. Se titulaba, si no me viene mal el nombre a la cabeza, La vida de Lazarillo de Tormes o algo asi.

– ?Buen libro, a fe mia! -exclamo el maestre sin poder contenerse. Le mire atonita.

– ?Acaso lo habeis leido? La pena, senor, es de excomunion.

– ?Y que le ocurrio despues a vuestro padre? -demando a su vez, esquivando mi pregunta.

– Enfermo de unas fiebres tercianas y murio. Quedamos en la ruina. Todos nuestros bienes fueron embargados y hasta la casa que teniamos nos fue arrebatada, el taller cerrado y las espadas vendidas al mejor postor. Mi madre pidio ayuda a nuestros deudos y amigos, y tambien a sus parientes de Segovia, pero nadie quiso mancillarse acogiendo a una familia senalada por la Inquisicion. Ya sabeis como son las cosas.

– Demasiado que lo se -repuso cambiando de postura en la silla-. ?Y que le ocurrio a vuestra madre?

– No lo conocemos a ciertas, senor. -Hacia tanto tiempo que no hablaba de aquella manera que empezaba a dolerme la garganta y no solo por la abundancia de palabras sino tambien por la congoja que me producian los recuerdos-. Se fue trastornando desde la muerte de mi padre. Fuimos a vivir a un cuarto miserable que nos arrendo el Gremio de Espaderos de Toledo cerca de la plaza de Zocodover. Nadie nos hablaba, ni siquiera nos saludaban por la calle, y los maravedies se iban agotando en la bolsa. Tengo para mi que no pudo mas, que se le torcio el seso por la agonia y la pena y que por eso se tiro al rio. Las deudas nos ahogaban porque el ama Dorotea se desvivia por traer comida a casa todos los dias, aunque fuera de fiado.

El maestre se revolvia en la silla cada vez mas nervioso y la fina pipa de arcilla pasaba de una mano a otra sin descanso, como si la cazoleta le quemara. Acaso no le gustaba lo que estaba oyendo mas, entonces, ?a que preguntaba? Que dejara de indagar en mi vida.

– Y, en aquellas tristes circunstancias -continuo-, aparecio vuestro tio y os salvo.

– No, no fue exactamente asi.

– ?Habeis dicho que vuestra madre se llamaba Jeronima Pascual?

– Precisamente.

– ?Y decis que tenia un hermano en la isla Margarita?

– Mi senor tio Hernando, asi es.

– ?Hernando Pascual, el segoviano! -exclamo con alegria. A mi, el corazon me dio un vuelco en el pecho. ?Conocia a mi tio? ?Iba a llevarme con el?-. Ha muchos anos que tengo negocios con el segoviano y con su compadre, Pedro Rodriguez. ?Buena gente los dos! Ambos regentan una latoneria en Margarita y venden excelentes productos.

En esas, el negro Juanillo, que habia subido hasta mi casa para traer mis documentos, aparecio en la playa a todo correr agitando en la mano el canuto de hojalata.

– Espero que no me hayais mentido, muchacha -murmuro el maestre levantandose y caminando hacia Juanillo, que llegaba sin resuello.

– ?Era esto lo que queriais, maestre? -pregunto entrecortadamente.

– Esto era. Gracias. Vuelve al trabajo.

El senor Esteban abrio el canutillo y desplego mis documentos mientras regresaba a su asiento. Nuestra larga charla no dejaba de sorprender a los marineros que, de vez en cuando, nos echaban una mirada desde lejos. Los vi interrogar a Juanillo en cuanto este se les allego.

– Bien, bien… -iba diciendo el senor Esteban mientras repasaba los papeles, mas, al punto, su cara cambio.

Le vi sacar de nuevo los anteojos de la faltriquera y calzarselos apresuradamente mientras torcia la boca con un gesto que no me gusto nada. ?Habria encontrado mi partida de matrimonio? Y, si asi era, ?que podia molestarle de ella si conocia a mi senor tio y era el nombre del hijo de su socio el que aparecia junto al mio en aquel documento eclesiastico?

– ?Os han casado con Domingo Rodriguez! -exclamo.

– Por poderes, si, senor -asenti-. Contrajimos matrimonio en el verano previo al viaje, unas semanas despues de la muerte de mi madre. Fue la condicion que puso mi senor tio para enviarnos caudales y acoger a la familia en su casa de Margarita.

Pero el maestre no me oia. Habia comenzado a soltar una ristra interminable de denuestos y oprobios como no los habia oido yo ni de boca de los marineros de la galera, que eran gentes mas bien zafias. Sus gritos y maldiciones atrajeron a los hombres que, sin soltar las antorchas, echaron a correr hacia el toldo. El senor Esteban, al verlos, se calmo de golpe y, con un gesto de la mano, los detuvo y los hizo volver al trabajo mas, cuando se giro para mirarme a mi, habia tal ferocidad en sus ojos que me senti examinada por el mismisimo Lucifer.

– ?Sabeis lo que os han hecho, mi nina? ?Sabeis lo que os han hecho? -repitio muchas veces. Empece a

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