que esta libre. Hola, Selma Nagel. Soy el conserje, me llamo Van. Si necesita algo, venga a verme, esa es la puerta de mi oficina.

— Dame la llave — dijo Kensi, y se volvio hacia la chica —: Vamos, la acompano.

— No es necesario — repuso ella, cansada —. Ire yo sola.

— Como quiera — dijo Kensi, y saludo de nuevo, llevandose la mano a la visera —. Aqui tiene su equipaje.

La chica tomo la maleta de manos del policia y la llave que le tendio Van, sacudio la cabeza y aparto el cabello que le caia sobre los ojos.

— ?Que portal? — pregunto.

— Siga recto — explico Van —. Alli, bajo la ventana iluminada. Quinto piso. ?Quiere comer algo? ?Desea una taza de te?

— No, no quiero nada — dijo la chica, sacudio de nuevo el cabello y camino directamente hacia Andrei, taconeando sobre el asfalto.

El retrocedio para dejarla pasar. Cuando cruzo por delante, percibio un fuerte olor a perfume y algo mas. Y la siguio con la vista mientras atravesaba el circulo de luz amarillenta. Su falda era muy corta, algo mas larga que el jersey, y llevaba las blancas piernas desnudas. Cuando paso de la luz a la oscuridad del patio, a Andrei le parecio que emitian luz. En la oscuridad se veia solo su jersey blanco, asi como las piernas blancas que se movian alternativamente.

Despues, la puerta gimio, chirrio y se cerro de un portazo. Solo entonces Andrei saco maquinalmente el tabaco y encendio un cigarrillo, imaginando como aquellas piernas blancas subian por las escaleras, pisando un peldano tras otro… Las pantorrillas esbeltas, los hoyuelos bajo las rodillas, era como para volverse loco… Como seguian subiendo, cada vez mas alto, un piso, otro, y se detenian ante la puerta del numero dieciocho, exactamente frente al numero dieciseis…

«Demonios, al menos tendria que cambiar la ropa de cama, la ultima vez fue hace tres semanas, la funda de la almohada estaba gris como unos peales. ?Como era el rostro de la chica? Que cosa, no puedo recordar su rostro, solo recuerdo sus piernas.»

De repente, se dio cuenta de que todos estaban callados, hasta Van, que era casado. En ese momento, Kensi comenzo a hablar.

— Tengo un tio segundo, el coronel Maki. Era ayudante del senor Osima y estuvo dos anos en Berlin. Despues, lo nombraron agregado militar en Checoslovaquia, y fue testigo presencial de la entrada de los alemanes en Praga… — Van hizo una senal a Andrei con la cabeza. Levantaron el bidon de una vez y lo metieron sin problemas en el camion —. Despues paso un tiempo combatiendo en China — prosiguio Kensi sin prisa, mientras encendia un cigarrillo —. Creo que fue en el sur, en la zona de Canton. Mas tarde comando una division que desembarco en las Filipinas y organizo la marcha de cinco mil prisioneros de guerra norteamericanos, la famosa «marcha de la muerte»… perdoneme. Donald. Con posterioridad lo destinaron a Manchuria, y lo nombraron jefe de la region fortificada de Sajalian donde, por cierto, para mantener el secreto militar de las obras, tiro por el pozo de una mina a ocho mil obreros chinos y los hizo volar con dinamita… perdoname. Van… Mas tarde cayo prisionero de los rusos, y ellos, en lugar de colgarlo o de entregarselo a los chinos, que era lo mismo, simplemente lo metieron diez anos en un campo de concentracion…

Mientras Kensi contaba todo aquello, Andrei trepo a la plataforma del camion, ayudo a Donald a colocar correctamente los bidones, aseguro las barandillas laterales, salto de nuevo a tierra y le ofrecio un cigarrillo a su companero. Volvieron a estar los tres en torno a Kensi, escuchandolo. Donald Cooper, alto, encorvado, de rostro alargado, con arrugas junto a la boca y menton puntiagudo cubierto por una barbita rala y canosa, vestido con un mono de trabajo destenido. Y Van, de hombros anchos, robusto, casi sin cuello, con una chaqueta enguatada muy vieja y cuidadosamente remendada, el rostro ancho y cetrino, la nariz respingona, una sonrisa bondadosa y ojos oscuros, perdidos entre los parpados hinchados. De repente, Andrei sintio una aguda alegria al pensar que toda aquella gente de diferentes paises, e incluso de epocas diferentes, se habia reunido alli para llevar a cabo algo muy necesario, cada uno en su puesto.

— Ahora ya es un anciano — concluia Kensi —. Y asegura que las mejores hembras que conocio en su vida fueron las rusas. Las emigrantes de Harbin. — Callo, dejo caer la colilla y la aplasto minuciosamente con la suela de su brillante zapato.

— Pero ella no es rusa — dijo Andrei —. Selma, y ademas Nagel.

— Es sueca — aclaro Kensi —. Pero da lo mismo, es que me ha hecho recordar aquello.

— Bien, vamos — dijo Donald mientras subia a la cabina del camion.

— Oye, Kensi — dijo Andrei, al tiempo que se agarraba de la portezuela —. ?Y que eras tu antes?

— Controlador en una aceria, y antes, ministro de obras publicas…

— No digo aqui, sino alla…

— ?Alla, eh? Asesor literario de la editorial Hayakawa.

Donald puso en marcha el motor y el vetusto camion se estremecio y comenzo a rechinar mientras soltaba espesas nubes de humo azul.

— ?La luz de posicion de la izquierda no funciona! — grito Kensi.

— Nunca ha funcionado — replico Andrei.

— ?Pues arregladla! Si vuelvo a ver eso, os pongo una multa.

— Vaya ganas de fastidiar…

— ?Que? ?No oigo!

— Digo que te dediques a perseguir a los bandidos, no a los choferes — grito Andrei, tratando de sobreponerse a las sacudidas y el traqueteo —. ?Que capricho con nuestra luz de posicion! ?Habria que dejaros a todos en el paro, gorrones!

— ?Falta poco! — grito Kensi —. ?Ya falta poco, menos de cien anos!

Andrei lo amenazo con el puno, se despidio de Van con un gesto y se dejo caer en el asiento junto a Donald. El camion echo a andar con un sobresalto, la barandilla raspo la pared del arco de la entrada, salieron a la calle Mayor y giraron a la derecha.

Andrei se acomodo de tal manera que el alambre que sobresalia del asiento no le pinchara el trasero, y miro de reojo a Donald, que estaba muy erguido, con la mano izquierda sobre el volante y la derecha en la palanca del cambio de marchas, el sombrero casi sobre los ojos y el menton apuntando al frente. Iban a toda la potencia del motor. Siempre conducia asi, a la velocidad maxima permitida, sin pensar siquiera en frenar ante los agujeros del pavimento. En cada bache, los bidones llenos de basura saltaban sobre la plataforma del vehiculo. El techo oxidado de la cabina se sacudia y el propio Andrei, por mucho que intentara afirmar los pies, saltaba y caia exactamente sobre la punta del maldito alambre. Antes, todo aquello iba acompanado por un alegre intercambio de tacos, pero en ese momento Donald callaba, mantenia apretados sus labios delgados y no miraba hacia Andrei. Por esa razon, imaginaba que en aquellas sacudidas habituales habia algo de mala intencion.

— ?Que le ocurre, Don? — pregunto Andrei finalmente —. ?Le duelen las muelas? — Donald se limito a encogerse de hombros sin responder —. La verdad es que en los ultimos dias esta como fuera de si. Me doy cuenta. ?Lo he ofendido sin querer de alguna manera?

— Que tonterias, Andrei — mascullo Donald entre dientes —. ?Que pinta usted en eso?

Y de nuevo, a Andrei le parecio escuchar en aquellas palabras cierta malevolencia, incluso algo ofensivo, injurioso: «?como puedes tu, mocoso, ofenderme a mi, a un catedratico?». — No hable por hablar cuando le dije que era usted una persona feliz — volvio a decir Donald en ese momento —. De hecho, puedo sentir envidia de usted. Nada de lo que ocurre lo afecta. O transcurre a traves de usted. Pero yo me siento como si me hubiera pasado por encima una apisonadora. No me queda ni un hueso sano.

— ?Que dice? No entiendo nada. — Donald callaba, torciendo los labios. Andrei lo miro, despues volvio los ojos al camino sin ver nada, observo de nuevo a Donald de reojo y se rasco la coronilla —. Palabra de honor que no entiendo nada — anadio, con tristeza —. Al parecer, todo va tan bien…

— Por eso le tengo envidia — repuso Donald con dureza —. No sigamos hablando de eso. No me haga el menor caso.

— ?Como que no le haga el menor caso? — dijo Andrei, ya muy triste —. ?Como podria no hacerle caso? Estamos aqui juntos… usted, yo, los muchachos… Por supuesto, hablar de amistad es utilizar una palabra grandiosa, demasiado grandiosa… Digamos que solo somos companeros… Por ejemplo, podria contarle, en caso de que yo… ?Nadie se negaria a ayudar! Pero digame: si me ocurriera algo y le pidiera ayuda, ?usted me

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