altavoces, y el hombre delgado retrocedio, hizo un gesto absurdo con los brazos y bajo la colina deslizandose sobre la espalda. Andrei tambien retrocedio, presintiendo algo insoportablemente terrorifico, y entonces vio como la cima de la colina comenzaba a moverse.

Unos fantasmas de color gris plateado, increibles, de una fealdad monstruosa, estaban de repente alli de pie, con miles de ojos brillantes, inyectados de sangre, mostrando los destellos de miles de colmillos y agitando un bosque de largos brazos peludos. A la luz de los faros se levanto una enorme cortina de polvo, y un alud de restos, piedras, botellas y pedazos de basura cayo sobre los camiones. Andrei no resistio mas. Se metio en la cabina, se escondio en el rincon mas oscuro y levanto la barra metalica. Se quedo quieto, como en una pesadilla. No se daba cuenta de nada, y cuando un cuerpo oscuro hizo sombra en la portezuela abierta, grito sin oir su propia voz y se puso a pinchar con la barra aquello blando, horrible, que se resistia y trataba de acercarse a el, y siguio haciendolo hasta el momento en que un grito lastimero lo hizo volver en si.

— ?Idiota, soy yo! — gemia Izya. Entro en la cabina y cerro la portezuela —. ?Sabes de que se trata? — le dijo, con una voz inesperadamente serena —. Son monos. ?Que canallas!

Al principio, Andrei no entendio. Despues entendio, pero no lo creyo.

— Asi que monos — dijo, se paro en el estribo y se puso a mirar. Exacto: eran monos. Muy grandes, muy peludos, con un aspecto muy feroz, pero no eran diablos ni fantasmas, sino simplemente monos. La verguenza y el alivio hicieron ruborizarse a Andrei, y en ese momento algo muy pesado y duro le golpeo la oreja con tanta fuerza que su otra oreja golpeo contra el techo de la cabina.

— ?A los camiones! — grito delante una voz autoritaria —. ?Basta de panico! ?Son babuinos! ?No tengais miedo! ?A los camiones, y dad marcha atras!

La columna de camiones se convirtio en un infierno total. Disparaban los silenciadores, los faros se encendian y apagaban, los motores zumbaban a toda potencia y un humo grisaceo ascendia hacia un cielo sin estrellas. De repente, un rostro banado en algo negro y brillante salio de la oscuridad, unas manos agarraron a Andrei por los hombros, lo sacudieron como a un cachorrillo, lo metieron de costado en la cabina… y en ese momento el camion de delante dio marcha atras y se incrusto con un crujido en el radiador, mientras que el camion de atras salto hacia delante y golpeo la caja como si se tratara de una pandereta, de modo que los bidones chocaron con estruendo.

— ?Sabes conducir el camion, Andrei? — preguntaba Izya sacudiendolo por los hombros —. ?Sabes?

— ?Me han matado! — gemian desde el humo grisaceo —. ?Salvadme!

— ?Basta ya de panico! — seguia tronando a la vez una voz autoritaria —. ?El ultimo camion, da marcha atras! ?Ahora!

De arriba, a izquierda y derecha, seguian cayendo objetos duros que golpeaban las cabinas, los bidones, y hacian temblar los cristales; los claxones gemian y sonaban constantemente, mientras el horroroso aullido crecia y crecia.

— Me largo — dijo Izya de repente, se cubrio la cabeza con las manos y salio del camion. Estuvo a punto de caer bajo un vehiculo que corria en direccion a la ciudad. Entre los bidones que saltaban se vio un momento el rostro del controlador. Despues, Izya desaparecio y aparecio Donald, sin sombrero, con la ropa rota y enfangada, tiro una pistola sobre el asiento, se sento al volante, encendio el motor y, sacando la cabeza por la ventanilla, dio marcha atras.

Al parecer se habia establecido cierto orden: los gritos de panico cesaron, los motores echaron a andar y la columna entera de camiones comenzo a retroceder poco a poco. Hasta la granizada de botellas y piedras se calmo en cierta medida. Los babuinos saltaban y se paseaban por la cima de la colina de basura, pero no bajaban, solo gritaban abriendo sus fauces caninas, y se burlaban mostrando a los camiones el trasero, que brillaba a la luz de los faros.

El camion avanzaba cada vez mas rapido, volvio a derrapar en la zanja llena de fango, salio a la carretera y giro. Donald cambio la marcha con un rechinar de la palanca, piso el acelerador, cerro la portezuela de un tiron y se recosto en el asiento. Delante, en la oscuridad, saltaban las luces rojas de los vehiculos que huian a toda velocidad.

«Hemos escapado — penso Andrei con alivio, y se palpo la oreja con cuidado. Se habia hinchado y latia —. ?Que cosa, babuinos! ?De donde han salido? Tan grandes… y en tal cantidad. Nunca hemos tenido aqui babuinos… sin contar, por supuesto, a Izya Katzman. ?Y por que precisamente babuinos? ?Por que no tigres?» Cambio de posicion en el asiento porque estaba incomodo, y algo golpeo el camion. Andrei dio un salto y cayo sobre algo duro, desconocido. Metio la mano debajo y saco la pistola. La miro durante un segundo, sin comprender. El arma era negra, pequena, de canon corto y culata rugosa.

— Tenga cuidado — dijo Donald de repente —. Demela.

Andrei le entrego la pistola y estuvo un rato mirando como su companero, retorciendose, metia el arma en el bolsillo trasero del mono de trabajo. De repente, un sudor frio lo empapo.

— ?Era usted el que disparaba? — pregunto, casi en un susurro. Donald no respondio. Hacia senales para adelantar a otro camion con el unico faro que todavia funcionaba. En un cruce, varios babuinos de largas colas pasaron corriendo por delante del vehiculo, tocando casi el radiador. Pero Andrei no les presto atencion.

— ?De donde ha sacado el arma, Don? — Una vez mas, Donald no respondio, se limito a hacer un extrano gesto con la mano, como si quisiera colocarse el sombrero inexistente sobre los ojos —. Mire, Don — insistio Andrei con decision —, vamos ahora a la alcaldia, usted entrega la pistola y explica como se hizo con ella.

— Deje de decir tonterias — replico Donald —. Mejor, deme un cigarrillo.

— No es ninguna tonteria — dijo Andrei sacando el paquete de forma maquinal —. No quiero saber nada. Usted se lo callo, bien, era asunto suyo. En general, confio en usted… Pero en la ciudad, solo los bandidos tienen armas. No quiero acusarlo de nada, pero no lo entiendo… Y hay que entregar el arma y explicarlo todo. Y no hacer como si eso fuera algo sin importancia. Veo como ha cambiado usted en los ultimos tiempos. Es mejor aclararlo todo.

Donald volvio la cabeza durante un segundo y miro a Andrei a la cara. No estaba claro que habia en su mirada, si burla o sufrimiento, pero en ese momento a Andrei le parecio que era una persona muy vieja, un anciano acosado. Sintio confusion y se turbo, pero enseguida recupero el control.

— Entreguela y cuentelo todo — repitio, con firmeza —. ?Todo!

— ?Se ha dado cuenta de que los monos avanzan sobre la ciudad? — pregunto Donald.

— ?Y que? — se turbo Andrei.

— Si, en realidad, ?y que? — dijo Donald, y dejo escapar una risa desagradable.

DOS

Los monos ya estaban en la ciudad. Volaban por las cornisas, colgaban en racimos de las farolas urbanas, bailaban en los cruces formando horribles multitudes peludas, se pegaban a las ventanas, se tiraban adoquines arrancados del pavimento, perseguian a personas enloquecidas que habian saltado a la calle en panos menores…

Donald detuvo el camion en varias ocasiones para recoger a personas que huian. Habian tirado los bidones hacia rato. Durante unos minutos, delante del camion galopo un caballo desbocado que arrastraba un carro, en el que se agachaba y saltaba un enorme babuino, agitando unos enormes brazos peludos, Andrei vio al carro incrustarse estruendosamente en una farola; el caballo siguio adelante, arrastrando los correajes rotos, mientras que el babuino se colgo de un salto de la tuberia de desague mas cercana, trepo y desaparecio en una azotea.

La plaza mayor era un hervidero de panico. Los autos llegaban y salian, los policias corrian, gente perdida vagaba en panos menores de un lado a otro, junto a la entrada habian acorralado a un funcionario contra la pared, le gritaban y le exigian algo, pero el a su vez se defendia agitando el baston y el portafolios.

— Que lio — dijo Donald, saltando del camion.

Entraron corriendo en el edificio y al momento se perdieron en la densa multitud de personas vestidas de civil, personas que llevaban el uniforme de la policia y personas en panos menores. Retumbaba el ruido de muchas voces y el humo del tabaco hacia arder los ojos.

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