– ?Se puede?

– Todo se puede hacer. Es cuestion de atreverse a ello o no -repuso Ismael con una sonrisa desafiante.

Irene sostuvo su mirada. -?Cuando?

– El proximo sabado. En mi velero.

– ?Solos?

– Solos. Aunque si te da miedo…

– No me da miedo -atajo Irene.

– Entonces, el sabado. Te recogere en el embarcadero a media manana.

Irene desvio la mirada hacia la costa. La Casa del Cabo se alzaba en los acantilados. Dorian, desde el porche, los observaba con curiosidad poco disimulada.

– Mi hermano Dorian. A lo mejor te apetece subir a conocer a mi madre…

– No soy bueno con las presentaciones familiares.

– Otro dia, entonces.

El velero penetro en la pequena cala natural que abrigaban los acantilados al pie de la Casa del Cabo. Con destreza largamente ensayada, abatio la vela y permitio que la propia inercia de la corriente arrastrase el casco hasta el embarcadero. Ismael cogio un cabo y salto a tierra para sujetar el bote. Una vez que el velero estuvo asegurado, Ismael tendio su mano a Irene.

– Por cierto, Hornero era ciego. ?Como podia saber el de que color era el mar? -pregunto la muchacha.

Ismael tomo su mano y, de un fuerte impulso, la izo hasta el embarcadero.

– Una razon mas para creer solo en lo que ves -respondio el chico, sosteniendo todavia su mano.

Las palabras de Lazarus durante la primera noche en Cravenmoore acudieron a la mente de Irene. -A veces los ojos enganan -apunto.

– No a mi.

– Gracias por la travesia.

Ismael asintio, dejando escapar su mano lentamente.

– Hasta el sabado.

– Hasta el sabado.

Ismael salto de nuevo al velero, aflojo el cabo y permitio que la corriente lo alejase del embarcadero mientras izaba de nuevo la vela. El viento lo llevo hasta la bocana de la cala y, en apenas unos segundos, el Kyaneos se adentro en la bahia cabalgando sobre las olas.

Irene permanecio en el embarcadero, observando como la vela blanca se empequenecia en la inmensidad de la bahia. En algun momento advirtio que todavia llevaba la sonrisa pegada al rostro y que un hormigueo sospechoso le recorria las manos. Supo entonces que aquella iba a ser una semana muy, muy larga.

4. SECRETOS Y SOMBRAS

En Bahia Azul, el calendario solo distinguia dos epocas: verano y el resto del ano. En verano las gentes del pueblo triplicaban sus horarios de trabajo, abasteciendo a las poblaciones costeras de los alrededores que albergaban balnearios, turistas y gentes venidas de la ciudad en busca de playas, sol y aburrimiento de pago. Panaderos, artesanos, sastres, carpinteros, albaniles y toda suerte de oficios dependian de los tres meses largos en que el sol sonreia en la costa de Normandia. Durante esas trece o catorce semanas, los habitantes de Bahia Azul se transformaban en laboriosas hormigas, para poder languidecer tranquilamente el resto del ano como modestas cigarras. Y si algunos dias eran especialmente intensos, esos eran los primeros de agosto, cuando la demanda de producto local subia del cero al infinito.

Una de las pocas excepciones a esa regla era Christian Hupert. El, como los demas patrones de pesqueros del pueblo, sufria el destino de la hormiga doce meses al ano. Tales pensamientos cruzaban la mente del experimentado pescador todos los veranos por las mismas fechas, mientras veia como el pueblo desplegaba velas a su alrededor. Era entonces cuando pensaba que habia equivocado la carrera y que mas sabio hubiera sido romper la tradicion de siete generaciones y establecerse como hostelero, comerciante o lo que fuera. Tal vez asi, su hija Hannah no tendria que pasar la semana sirviendo en Cravenmoore y tal vez asi el pescador conseguiria ver el rostro de su esposa mas de treinta minutos diarios, quince al amanecer, quince al anochecer.

Ismael contemplo a su tio mientras ambos trabajaban en la reparacion de la bomba de achique del barco. El rostro meditabundo del pescador lo delataba.

– Podrias abrir un taller de nautica -apunto Ismael.

Su tio contesto con un graznido o algo similar. -o vender el barco e invertir en la tienda de monsieur Didier. Hace seis anos que no para de insistir -continuo el chico.

Su tio interrumpio la tarea y observo a su sobrino. Trece anos ejerciendo como padre no habian conseguido borrar lo que mas temia y adoraba a la vez en el muchacho: su obstinada y rematada semejanza con su difunto padre, incluida la aficion a opinar cuando nadie le habia pedido consejo.

– Tal vez deberias ser tu quien hiciese eso -replico Christian-o Yo ya voy para los cincuenta. Uno no cambia de oficio a mi edad.

– Entonces, ?por que te lamentas?

– ?Y quien no se lamenta?

Ismael se encogio de hombros. Ambos se concentraron de nuevo en la bomba de achique. -Esta bien. No dire ni una palabra mas -murmuro Ismael.

– No tendremos esa suerte. Refuerza ese tensor.

– Ese tensor no tiene remedio. Deberiamos

cambiar la bomba. Un dia vamos a tener un susto.

Hupert ofrecio su sonrisa predilecta, reservada a los tasadores de la lonja, las autoridades del puerto y los pardillos de diverso pelaje.

– Esta bomba pertenecio a mi padre. Antes, a mi abuelo. Y antes de el…

– A eso me refiero -atajo Ismael-. Probablemente haria mas servicio en un museo que aqui. -Amen.

– Tengo razon. Y tu lo sabes.

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