mecanicas de todos ellos. A veces, cuando el sueno la rehuia, permanecia durante horas imaginandolos inmoviles, con los ojos de cristal brillando en la oscuridad.

Apenas habia cerrado los parpados de nuevo cuando oyo por primera vez aquel sonido, un impacto regular amortiguado por la lluvia. Hannah se incorporo y cruzo la habitacion hasta el umbral de claridad de la ventana. La jungla de torres, arcos y techumbres anguladas de Cravenmoore yacia bajo el manto de la tormenta. Los hocicos lobunos de las gargolas escupian rios de agua negra al vacio. Como aborrecia ese lugar…

El sonido llego de nuevo a sus oidos y la mirada de Hannah se poso sobre la hilera de ventanales del ala oeste. El viento parecia haber abierto una de las ventanas del segundo piso. Los cortinajes ondeaban en la lluvia y los postigos golpeaban una y otra vez. La muchacha maldijo su suerte. La sola idea de salir al pasillo y cruzar la casa hasta el ala oeste le helaba la sangre.

Antes de que el miedo la disuadiera de su deber, se enfundo una bata y unas zapatillas. No habia luz, asi que tomo uno de los candelabros y prendio la llama de las velas. Su parpadeo cobrizo trazo un halo fantasmal a su alrededor. Hannah coloco su mano sobre el frio pomo de la puerta de la habitacion y trago saliva. Lejos, los postigos de aquella habitacion oscura seguian golpeando una y otra vez. Esperandola.

Cerro la puerta de su habitacion a su espalda y se enfrento a la fuga infinita del pasillo que se adentraba en las sombras. Alzo el candelabro y penetro en el corredor, flanqueado por las siluetas suspendidas en el vacio de los juguetes aletargados de Lazarus. Hannah concentro la mirada al frente y apresuro el paso. El segundo piso albergaba muchos de los viejos automatas de Lazarus, criaturas que se movian torpemente, cuyas facciones a menudo resultaban grotescas y, en ocasiones, amenazadoras. Casi todos estaban enclaustrado s en vitrinas de cristal, tras las cuales cobraban vida repentinamente, sin aviso, a las ordenes de algun mecanismo interno que los despertaba de su sueno mecanico al azar.

Hannah cruzo frente a Madame Sarou, la adivina que barajaba entre sus manos apergaminadas los naipes del tarot, escogia uno y lo mostraba al espectador. Pese a todos sus esfuerzos, la doncella no pudo evitar mirar la efigie espectral de aquella gitana de madera tallada. Los ojos de la gitana se abrieron y sus manos extendieron un naipe hacia ella. Hannah trago saliva. El naipe mostraba la figura de un diablo rojo envuelto en llamas.

Unos metros mas alla, el torso del hombre de las mascaras oscilaba de un lado a otro. El automata deshojaba su rostro invisible una y otra vez, descubriendo diferentes mascaras. Hannah desvio la mirada y se apresuro. Habia cruzado ese pasillo centenares de veces a la luz del dia. Eran tan solo maquinas sin vida y no merecian su atencion; mucho menos, su temor.

Con este pensamiento tranquilizador en mente, doblo el extremo del corredor que conducia al ala oeste. La pequena orquesta en miniatura del Maestro Firetti reposaba a un lado del pasillo. Por una moneda, las figuras de la banda interpretaban una peculiar version de la Marcha turca de Mozart.

Hannah se detuvo frente a la ultima puerta del corredor, una inmensa lamina de madera de roble labrada. Cada una de las puertas de Cravenmoore poseia un relieve distinto, tallado en la madera, que escenificaba cuentos celebres: los hermanos Grimm inmortalizados en jeroglificos de ebanisteria palaciega. A ojos de la chica, sin embargo, los grabados eran sencillamente siniestros. Jamas habia entrado en aquella estancia; una mas entre las numerosas habitaciones de la casa en las que ella no habia puesto los pies. Y no lo haria a menos que fuese necesano.

La ventana golpeaba al otro lado de la puerta. El aliento helado de la noche se filtraba entre las junturas de esta, acariciando su piel. Hannah dirigio una ultima mirada al largo corredor a sus espaldas. Los rostros de la orquesta oteaban las sombras. Se oia claramente el sonido del agua y la lluvia, como miles de pequenas aranas correteando sobre el tejado de Cravenmoore. La muchacha inspiro profundamente y, posando la mano sobre el pomo de la puerta, penetro en la habitacion.

Una bocanada de aire gelido la envolvio, sello la puerta a sus espaldas con violencia y extinguio las llamas de las velas. Las cortinas de gasa ondeaban impregnadas de lluvia como mortajas al viento. Hannah se adentro unos pasos en la habitacion y se apresuro a cerrar la ventana, asegurando el cierre que el viento habia aflojado. La muchacha palpo el bolsillo de su batin con dedos temblorosos y extrajo la cajetilla de fosforos para prender de nuevo las llamas de las velas. Las tinieblas cobraron vida a su alrededor, ante la lumbre danzante del candelabro. Tras ellas, la claridad desvelaba lo que a sus ojos le parecio la habitacion de un nino. Un pequeno lecho junto a un escritorio. Libros y ropas infantiles tendidas sobre una silla. Un par de zapatos pulcramente alineados bajo la cama. Un diminuto crucifijo pendiente de uno de los mastiles del lecho.

Hannah avanzo unos pasos. Habia algo extrano, algo desconcertante que no acertaba a descubrir acerca de aquellos objetos y muebles. Sus ojos sondearon de nuevo la habitacion infantil. No habia ninos en Cravenmoore. Nunca los habia habido. ?Que sentido tenia aquella camara?

Repentinamente, la idea vino a su mente. Ahora comprendia lo que la habia desconcertado en un principio. No era el orden. Ni la pulcritud. Era algo tan sencillo, tan simple, que resultaba dificil incluso detenerse a pensar en ello. Aquella era la habitacion de un nino. Pero faltaba algo… Juguetes. No habia ni un solo juguete en toda la estancia.

Hannah alzo el candelabro y descubrio algo mas sobre los muros. Papeles. Recortes. La muchacha poso el candelabro sobre la mesa del escritorio infantil y se aproximo a ellos. Un mosaico de viejos recortes y fotografias cubria la pared. El rostro blanquecino de una mujer dominaba un retrato; sus facciones eran duras, cortadas, y sus ojos negros irradiaban un aura amenazadora. El mismo rostro aparecia en otras imagenes. Hannah concentro sus ojos sobre un retrato de la misteriosa dama con un nino en los brazos.

Su mirada recorrio el muro y reparo en los pedazos de viejos periodicos, cuyos titulares no parecian tener ninguna relacion. Noticias acerca de un terrible incendio en una factoria de Paris y sobre la desaparicion de un personaje llamado Hoffmann durante la tragedia. El rastro obsesivo de aquella presencia parecia impregnar toda la coleccion de recortes, alineados como lapidas en los muros de un cementerio de memorias y recuerdos. Y en el centro, rodeado por decenas de otros pedazos ilegibles, la primera pagina de un periodico fechado en 1890. Sobre ella, el rostro de un nino. Sus ojos estaban llenos de terror, los ojos de un animal apaleado.

La fuerza de aquella imagen la golpeo con violencia. La mirada de aquel muchacho de apenas seis o siete anos parecia haber sido testigo de un horror que apenas podia comprender. Hannah sintio frio, un frio intenso que irradiaba de su propio interior.

Sus ojos trataron de descifrar el texto borroso que rodeaba la imagen. «Un nino de ocho anos es hallado tras haber pasado siete dias encerrado en un sotano, abandonado, en la oscuridad», se leia en el pie de foto. Hannah observo de nuevo el rostro del pequeno. Habia algo vagamente familiar en sus facciones, tal vez en sus ojos…

En ese preciso instante, Hannah creyo oir el eco de una voz, una voz que susurraba a su espalda. Se volvio, pero no habia nadie alli. La joven dejo escapar un suspiro. Los haces vaporosos que emanaban de las velas atrapaban en el aire miles de motas de polvo y sembraban una niebla purpura a su alrededor. Se aproximo hasta el umbral de uno de los ventanales y abrio con los dedos una franja entre la cortina de vaho que velaba el cristal. El bosque estaba sumido en la bruma. Las luces del estudio de Lazarus, en el extremo del ala oeste, estaban encendidas, y su silueta se podia distinguir recortada entre el calido halo dorado que parpadeaba tras los cortinajes. Una aguja de luz penetro a traves del claro entre el vaho y tendio un cable de claridad a lo largo de la habitacion.

Esta vez, la voz sono de nuevo, mas clara y cercana. Susurraba su nombre. Hannah se enfrento a la habitacion en penumbra y por primera vez advirtio el brillo que despedia un pequeno frasco de cristal. El frasco, negro como obsidiana, estaba resguardado en una diminuta hornacina en la pared, envuelto en un espectro de reflejos.

La chica se acerco lentamente hasta aquel lugar y examino el frasco. A primera vista, semejaba una botella de perfume, pero jamas habia visto un ejemplar tan bello corno aquel, ni una talla en cristal tan elaborada corno la que exhibia el frasco. Un tapon en forma de prisma desprendia un arco iris a su alrededor. Hannah sintio un deseo irrefrenable de tornar aquel objeto en sus manos y acariciar con sus dedos las lineas perfectas del cristal.

Con cuidado extremo, rodeo el frasco con las manos. Pesaba mas de lo que esperaba, y el cristal ofrecia un tacto helado, casi doloroso al contacto con la piel. Lo alzo a la altura de los ojos y trato de entrever en su interior. Cuanto sus ojos pudieron advertir era una negrura impenetrable. Sin embargo, al trasluz, Hannah experimento la ilusion de que algo se movia en el interior. Un espeso liquido negro, tal vez un perfume…

Sus dedos temblorosos asieron el tapon de cristal tallado. Algo se agito en el interior del frasco. Hannah dudo un instante. Pero la perfeccion de aquel objeto parecia prometer la fragancia mas embriagadora que pudiera imaginar. Hizo girar el tapon lentamente. La negrura en el interior del frasco se agito de nuevo, pero ella ya no le

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