En la pequena zona de la parte delantera del bar habia unas cuantas mesas vacias en las que probablemente no se habia sentado nadie desde hacia al menos una semana. Sus manteles de plastico negro estaban gases de polvo. El unico ocupante de la barra estaba de pie, con casi todo su cuerpo recostado sobre la misma, bebiendo un vaso de algun liquido ambarino y charlando con la camarera. Al principio no me fije en ella, era la tipica camarera de cafeteria, con el pelo muy cuidado y los ojos pintados. Aqui las deben producir en serie en alguna fabrica. Pero, un momento mas tarde, sus ojos llamaron su atencion: eran unos ojos poco comunes, inteligentes y divertidos, que ahora brillaban, ahora se empanaban, y hasta su color parecia cambiar a voluntad de su propietaria. Su companero movia ocasionalmente la boca de una forma que hacia que se estremeciese la cicatriz de su mejilla izquierda. Empece a lamentar el haber venido.

– Es tarde, Janek -dijo reprobadoramente la chica tras la barra-. Ya habiamos cerrado.

Pero mi guia hizo una sena autoritaria con la cabeza hacia una polvorienta mesa, le susurro algo a la hermosa camarera, me trajo un whisky con soda y, tomando del brazo al hombre de la cicatriz, fue con el tras la barra, donde se veia la entrada a una bodega iluminada.

– ?Tambien es usted polaco? -me pregunto indiferente la muchacha.

Me eche a reir.

– Ahora pregunteme si hace mucho que estoy fuera de Polonia.

– A mi me da lo mismo -dijo ella, y se dio la vuelta. Por entonces Janek y su companero de la cicatriz se habian sentado a mi mesa.

– Janek dice que sabe usted algo de las cartas -dijo el de la cicatriz-. Asi que cantelo.

– Solo lo cantare -dije burlonamente- para el Trybuna Ludu.

– ?Menuda amenaza! En 1945 haciamos picadillo de la gente como usted.

– ?Quieren que llame a la policia?

– Corte ya. Esto no es Times Square. Si quiere puede grunir como un cerdo, y nadie le oira.

Me volvi hacia Janek.

– Es usted basura, no un compatriota.

Caracortada parpadeo, y las enormes manos de Janek se cerraron sobre las mias, apretandolas contra la mesa. Luche sin exito: sus manos m se movieron.

– No estuvimos en la Gestapo, pero sabemos una o dos cosillas -dijo Caracortada dando chupadas a un cigarrillo-. Asi que no va a cantar, ?eh? -y aplasto el cigarrillo ardiendo contra mi muneca. Grite de dolor.

– Estais perdiendo el tiempo -intervino la camarera-. No sabe nada.

Caracortada sonrio y torcio aun mas la boca. Me paso por la mente el que si uno le calase hasta las cejas un sombrero, seria, con todo detalle, el doble del hombre con la metralleta que habia sido asesinado por Ziga.

– Cierra la boca. Elzbeta, antes de que te la cierre yo a golpes -estallo-. Mantenlo asi, Janek, mientras traigo algo de abajo. Le soltara la lengua en un segundo.

Bajo a la bodega, y sus botas con refuerzos metalicos produjeron un sonido familiar en los escalones. Y aquel nombre. Me hizo dar un respingo ?Seria tambien una coincidencia?

– ?Elzbeta! -grite-. Usted tiene que saber que no tengo ninguna carta. Estaba conmigo en casa de Ziga. Y el me dio una medalla «Vivio para su patria, murio por su honor»

El apreton de Janek se hizo inmediatamente menos fuerte. Elzbeta (quiza, despues de todo, estuviese equivocado) salio lentamente de detras de la barra.

– Sueltalo, Janek.

Janek dejo n mis manos sin protestar.

– ?Sabe usted conducir?

Asenti, sin comprender por que me lo preguntaba.

– Dame las llaves del coche, Janek.

De la misma forma obediente, el hombre le entrego las llaves.

– Entreten a Woycekh en la bodega, y no salgas hasta que te llame.

Elzbeta hablaba con inexplicable autoridad, aceptando como cosa natural la obediencia militar de Janek. No le miro, simplemente salio a la calle, abrio la puerta del coche con una llave, metio la otra en el contacto y me senalo en silencio el asiento del conductor.

– Apriete el acelerador a fondo hasta que llegue al puente -me advirtio-. Trataran de agarrarle, pero tendra diez minutos de ventaja. Pase el puente antes que ellos, gire en algun sitio y abandone el coche. Regrese a pie o en autobus. Woycekh tiene un Plymouth amarillo como este, pero el motor no anda muy bien y no se si le quedara gasolina. Y no me lo agradezca no tiene tiempo para ello.

Asenti en silencio, gire la llave del encendido, puse la primera y me fui tan suavemente como me fue posible. Tenia miedo de haber olvidado como conducir, por el mucho tiempo que hacia que no practicaba, pero el Plymouth se movia facil y obedientemente. Recupere todo mi valor y, clavando el pie en el acelerador, me puse tras una ambulancia que rugia ante mi y la segui. Cuando vi el Plymouth amarillo detras, me decidi a adelantar a la ambulancia. Asi, al menos, no se atreverian a disparar.

?Por que me habia llevado Janek a aquel bar? ?Que era lo que querian? ?Como era que Woycekh se parecia tanto al pistolero muerto? ?Por que Elzbeta, al principio tan indiferente hacia mi, me habia ayudado luego de una forma tan decidida? ?Que era lo que la habia empujado: la mencion de Ziga, la medalla, la frase? No podia encontrar ninguna respuesta racional a esas preguntas. De cualquier forma, no habia tiempo. El Plymouth amarillo aparecio tras de mi, o quiza me lo imagine. Ya estabamos llegando al puente y, adelantando a la ambulancia, vole hacia su estructura casi luminosa, centelleante de luces. Los policias de servicio, con sus capuchas de impermeable caladas, pasaron a mi lado y quedaron atras. La lluvia me salvo. Sin ella no habria podido cruzar por alli a tal velocidad. Gire en la primera travesia que vi. En la siguiente esquina oscura gire de nuevo, y repeti esa maniobra una y otra vez evitando las calles amplias y concurridas, y entonces frene. El cruce parecia familiar. Abri la puerta del coche y corri hacia el alero bajo la farola en el que habia estado una hora antes con Leszczycki. Me aprete contra la pared, donde estaba mas seco, y di un respingo: Leszczycki estaba de pie junto a mi, como antes, contemplando como las gotas de lluvia pasaban ante la luz. Era como si acabase de surgir de la noche, la lluvia y la debil luz de la farola. Y algun pensamiento confuso e involuntario me hizo mirar el reloj. Justo lo que imaginaba, las diez menos cinco. Algo absurdo me estaba ocurriendo, los acontecimientos y la gente iban y venian, y el tiempo mismo parecia desdoblarse como la lluvia en la luz. En una orbita yo era arrastrado en un torbellino de acertijos y sorpresas, sorbido hacia acontecimientos, golpes de suerte y aterradoras experiencias, y en la otra permanecia prosaicamente bajo un alero, esperando un taxi.

El vuelo del tiempo siempre comenzaba con la doliente frase de Leszczycki.

– Aun llueve, y no hay ningun taxi.

Ahora estaba comenzando de nuevo, y yo no podia detenerlo. Ya no me controlaba a mi mismo. El tiempo me controlaba tanto a mi como a mi reloj, devolviendome insistentemente al mismo instante, solo que esta vez no vi el taxi. ?Y si fuera a pie? «No estas hecho de azucar, no te disolveras», me decian cuando nino. Y comence a caminar decidido bajo la espesa lluvia, sin siquiera decirle adios a Leszczycki. Pero el tiempo me controlaba, y no valia la pena intentar nada. Camine media manzana y me detuve: dos figuras con gabardina y abultados bolsillos se acercaron hacia mi.

– Ya empieza -suspire, y recorde las historietas, con su invariable repeticion de personajes estereotipados. Uno de ellos llevaba un sombrero calado hasta las cejas, y reconoci de inmediato la boca torcida y la cicatriz de la mejilla. El otro se quedo mas apartado en la oscuridad, repleta del sonido de la lluvia.

– ?Tiene lumbre? -pregunto Woycekh, no reconociendome o fingiendo no hacerlo. Yo tambien podia jugar a aquel juego. Saque un encendedor y un arrugado paquete de cigarrillos de mi bolsillo.

Mientras encendia su cigarrillo, movio el encendedor, iluminando mi rostro, y una voz desde la oscuridad pregunto:

– ?No sera usted polaco?

– Y si asi fuera, ?que? -replique.

– ?Por casualidad no sabra de ningun lugar cerca de aqui donde se reunan nuestros compatriotas?

– Naturalmente que si -dije, retardando las cosas… aun no comprendia su juego-. Esta el sitio de Marian Zuber: cafe, te y pastelillos caseros.

Oi una risita apagada; Woycekh me dio una palmada en la espalda.

– Llegas tarde, senor contacto. Llevamos mucho rato esperandote…-Y me llevo hacia algo que hasta entonces

Вы читаете La Escala Del Tiempo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×