– Se acabo. -El ciego salio de detras de la cortina, sonriendo.
Toco primero a uno, luego al otro, con el pie, y despues se echo hacia atras, como un banista que prueba la temperatura del agua.
– Lo ha hecho bien, y hasta se ha ganado un premio, senor desconocido -dijo, entregandome lo que parecia una moneda grande-. Tome esto. Esta medalla puede llegar a serle util «Vivio para su patria, murio por su honor» -Se echo a reir, y luego, repentinamente, volvio a susurrar, de nuevo escuchando algo-: Ya vienen a por mi. No salga conmigo, voy por la oscuridad como un gato. Salga un minuto o dos despues que yo. Dejare la puerta abierta. Y no se retrase. Un encuentro con la policia en estas circunstancias no le resultaria muy agradable.
Tomo de sobre la mesa el libro que contenia las cartas y, sin echarse nada encima salio de la habitacion. Sus pasos no vacilaron. Nada crujio en el pasillo, ni las maderas del suelo ni la puerta. Se movia completamente en silencio.
Espere dos minutos, examinando la medalla que habia recibido: un disco de bronce mate que llevaba en un lado el relieve de una cabeza con una corona de laurel, como la de un emperador romano, y en el otro una muchacha ataviada con una tunica que abrazaba una urna sobre un adornado pedestal. Alrededor de la cabeza imperial habia una inscripcion que decia: Josef Xiaze Poniatowski. Alrededor de la muchacha con la tunica estaban las palabras que ya habia oido aquella tarde:
Me la meti en el bolsillo y, sin echar una mirada a los cadaveres, sali de la habitacion. La puerta de la calle estaba entreabierta, chirriando sobre sus goznes. Me encontre en una calle vacia, con el repiqueteo del agua sobre el asfalto y la amarillenta luz de las farolas brillando entre las gotas de lluvia. De nuevo corri al otro lado de la calle, hasta el alero bajo el que se encontraba Leszczycki. Aun estaba alli, contemplando los chorros de agua que danzaban frente a una luz. Y de nuevo me parecio que la cortina de lluvia se duplicaba, como si yo fuera un hombre que lo ve todo doble tras sentirse sobrecogido por un vertigo.
Mire mi reloj: las diez menos cinco, ?Que extraordinario! Pero si al menos habia pasado media hora con Ziga. Me lleve el reloj al oido. Seguia funcionando.
– Aun llueve -dijo Leszczycki sin mirarme-. Y no hay taxis.
– Alli hay uno. Vamos -dije, y me adelante para parar al taxi mientras surgia de la oscuridad.
– Yo no voy -dijo, rehusando-. No me gustan los coches amarillos.
No trate de persuadirle. Subi al coche y le di la direccion al conductor. Este es un mundo libre, que se quede ahi si quiere hasta calarse. Entonces lamente no haber tomado su direccion, despues de todo, era un hombre divertido. Pero pronto me olvide de el. Dentro del coche se estaba caliente, la velocidad a la que viajabamos me amodorraba, y mis pensamientos comenzaron a hacerse confusos. Trate de recordar lo que habia pasado antes de mi encuentro con Ziga y no pude. Alguien habia disparado, alguien habia atacado a alguien. Quiza Leszczycki me lo habia estado contando y lo habia olvidado. Me parecia que en realidad me habia estado explicando algo. ?Que habia sido? Algo le habia pasado a mi memoria, tenia una especie de vacio, una niebla en mi mente. Solo podia recordar el ultimo cuarto de hora. Dos hombres habian sido asesinados por Ziga desde detras de la cortina. Habia sucedido ante mis ojos. Y yo, sin preocuparme en lo mas minimo, habia pasado por encima de los cadaveres y habia salido. Lo extrano era que el tiempo se estaba deteniendo desde el momento en que nos habiamos protegido bajo el alero, desde las diez menos cinco. Mire mi reloj. Ahora eran las diez. ?Era posible que solamente hubieran pasado cinco minutos?
Me volvi hacia el conductor.
– ?Que hora tiene usted?
En mi distraccion, se lo pregunte en polaco. Pero en vez del natural: «?Que? ?Que ha dicho?», oi la familiar expresion polaca:
– ?Sangre de un perro! ?Un compatriota! -La cansada y sudorosa cara se abrio en una amable sonrisa que mostro encias sonrosadas y dientes rotos. Sin embargo, aquel hombre duro vestido con ropa deportiva no era demasiado viejo: de treinta y siete a cuarenta anos, ni uno mas.
Estabamos llegando ya a mi hotel cuando repentinamente freno y se acerco suavemente a la acera.
– Charlemos un poco, no me he encontrado con un compatriota desde hace una eternidad. Debia ser usted un nino cuando salio de Polonia.
– ?Por que? -pregunte-. Vine legalmente este invierno.
Se congelo de inmediato, la sonrisa desaparecio de su rostro, y su replica fue vaga:
– Naturalmente, tambien es posible.
– Y usted, ?por que no vuelve a casa? -pregunte a mi vez.
– ?Quien me necesita alli?
– Siempre se necesitan conductores en todas partes.
Agito sus grandes manos, tan anchas como palas, y sonrio de nuevo.
– Tambien fui conductor en el ejercito -dijo.
– ?En que ejercito?
– ?Que ejercito? -lo repitio como un reto-. En el nuestro. Desde Rusia a Teheran, de aqui para alla, llevados de la sarten al fuego. En Monte Casino me arrastre veinticuatro horas sobre el trasero… -Comenzo a cantar atonalmente-:
– Pues llene un impreso y vuelva a casa -le dije.
Escupio por la ventanilla, sin contestar. Me fije en que no me habia preguntado nada acerca de la Polonia actual.
– ?Quien me necesita alli? -repitio-. Aqui hallare una cosa u otra, y tendra su precio. Un poquito aqui y un poquito alla. Lo unico que tiene que hacer uno es encontrarlo. Hay algunos de nosotros que estan ocultando algo.
– ?Algo asi como cartas? -pregunte sin pensar.
Se puso totalmente tenso, como un gato antes de saltar.
– ?Que es lo que sabe usted de las cartas?
– Un grupo las esta ocultando y otro grupo las esta buscando. Es divertido -dije. Y anadi-: Ya hemos tenido nuestra charla, ya basta. Vamos a la esquina.
– ?Tiene un cigarrillo? -pregunto roncamente.
Encendimos.
– No puede despedirse usted asi de un compatriota -me dijo con reproche-. Se de un lugar no muy lejos. Vamos.
Recorde como Leszczycki se habia reido de mi cautela, y asenti con temeridad. Grandes edificios oscuros no iluminados por anuncios se adelantaron a recibimos; los barrios extremos de una ciudad, incluso como esta, suelen ser bastante oscuros. Cerre los ojos, sin intentar siquiera reconocer las calles. ?Que importaba donde estaba aquel lugar? Finalmente el coche se detuvo frente a un bar con un cartel apagado. ?Por que estaba apagado?
– No lo se. Un fusible fundido o algo asi -respondio indiferente mi guia a mi pregunta-. Hay bastante luz dentro -anadio. Y desde luego, habia bastante luz dentro.
A traves de la empanada y sucia cristalera se veia una alta barra con sus botellas, dorados y superficie metalica. En el cristal del rincon habia un letrero escrito a mano: Manan Zuber, cafe, te, pastelillos caseros.
El bar estaba cerrado. Mi chofer golpeo durante largo rato la puerta de cristal antes de que viniese alguien. Despues de ver quien era, el cerrojo y la puerta se abrieron.