Abri los ojos y mire mi reloj Las diez menos cinco. Estabamos como antes en la escalera, bajo el alero.

– Crucemos a la esquina -sugeri-. Tambien alli hay un alero.

– ?Por que?

– Conseguiremos antes un taxi. Aquello es una esquina.

– Vaya usted -dijo Leszczycki-. Yo me quedare aqui.

Corri hasta la esquina, al otro lado de la calle. Mi cabello y gabardina quedaron empapados de inmediato. Ademas, el alero de aquel lado era mas estrecho, y por consiguiente tambien lo era el trozo de asfalto bajo el mismo; la inclinada cortina de agua me mojaba las piernas. Aprete la espalda contra la seca puerta y repentinamente, note como cedia. Empuje con mas fuerza y me halle tras ella, en medio de una completa oscuridad. Mi mano extendida golpeo algo calido y suave; lance una exclamacion.

– Silencio; y tenga mas cuidado, casi me ha atravesado la mejilla -susurro alguien, mientras una mano invisible me empujaba hacia delante-. La puerta esta frente a usted Vera un pasillo y una habitacion al final del mismo. Cuando entre…

– ?Por que deberia hacerlo? -interrumpi.

– No tenga miedo. Es ciego, aunque dispara con buena punteria. Muestrese amable. Charle con el un rato, y espereme. Regresare pronto. -Una sonrisa coqueta, y la puerta de la calle volvio a abrirse y se cerro de golpe, inmediatamente. Tire de ella. No cedio, y no podia hallar la cerradura. Llevaba una linterna pequena en el bolsillo, que solia usar en los pasillos oscuros del hotel. La linterna ilumino un tenebroso descansillo y dos puertas, una hacia la calle, la otra hacia el interior del edificio. La que daba a la calle habia sido cerrada, la otra se abrio suavemente bajo mi mano, y vi el corredor y una luz al final del mismo que brotaba de una habitacion abierta al fondo.

Tratando de no producir ningun sonido, me aproxime a la habitacion y me detuve en la entrada. Un hombre que llevaba una chaqueta de terciopelo negro y el cabello muy largo estaba cortando cuidadosamente un hueco rectangular en las paginas de un libro abierto. De no ser por el tono grisaceo de su cabello y las arrugas alrededor de sus ojos, podria haber sido tomado por un joven. Estaba sentado frente a una potente luz electrica: debian ser quinientos o mil vatios. Ningun hombre con una vision normal hubiera podido soportar el estar tan cerca de ella, pero aquel hombre era ciego.

– He encontrado un sitio ideal donde ocultarlas -me dijo en polaco-. Mira, todas las cartas caben dentro.

Tomo el monton de cartas metidas en sobres largos y las coloco en el hueco artificial hecho en el libro. Luego puso goma en las paginas no cortadas a los lados del hueco y las apreto para ocultar las cartas.

– Ahora lo agitamos. -Agito el libro, aterrandolo por las cubiertas-, ?Ves? No cae nada. Ni el mismisimo Poirot podria encontrarlas.

Yo permanecia inmovil y en silencio, sin saber que decir.

– ?Por que estas tan silenciosa, Elzbeta? -dijo, volviendose repentinamente mas cauto. Y luego grito, esta vez en ingles-: ?Quien esta ahi? ?Quedese donde esta!

Dejo caer el libro y tomo una pistola de sobre la mesa. El canon habia sido alargado con un silenciador. Dado que la apuntaba tan exactamente en mi direccion, resultaba obvio que su ceguera no le impedia en absoluto manejar el arma.

– Al menor movimiento, disparo. ?Quien es usted? -pregunto. Estaba de pie, medio vuelto hacia mi, sin mirar, pero escuchando, como hacen los ciegos. Sin replicar, di un rapido paso hacia atras. De inmediato se oyo un clic… Fue un clic, no el estampido de un disparo. La bala se clavo en el yeso, junto a mi oreja.

– Esta usted loco -dije en polaco-. ?Por que ha hecho esto?

– Es usted polaco. Lo imagine -No estaba sorprendido en lo mas minimo, y no bajo la pistola-. Venga a la mesa, sientese junto a mi, y no trate de quitarme la pistola: lo oiria. Venga.

Maldiciendome a mi mismo por aquella estupida aventura, fui a la mesa y me sente, extendiendo las piernas frente a mi. El canon de la pistola siguio todos mis movimientos. Ahora me apuntaba al pecho. Lo podria haber agarrado, de no haber estado seguro de que dispararia antes.

– ?Viene enviado por Copecki? -pregunto el ciego.

– No conozco a nadie con ese nombre -dije.

– Entonces, ?de donde sale usted?

– De Polonia.

– ?Cuanto tiempo hace?

– Sali de alli en diciembre del ano pasado.

– No mienta.

– Le podria mostrar mi pasaporte, pero usted… -me detuve, confundido.

– ?Quiere decir que es usted comunista? -me interrumpio.

– Asi es -respondi, desabrido. Aquel interrogatorio estaba empezando a irritarme.

– ?Por que esta usted aqui?

Se lo dije.

– Por alguna razon, le creo -dijo pensativo-. Pero, ha visto el escondite.

Mire el libro, con el rostro de Mickiewicz repujado en su tapa

– Y las cartas -anadio en tono amenazador.

– Al infierno con sus cartas.

– Entonces, esperaremos a que ellos vengan a buscarlas. Vendran sin falta. Tienen que hacerlo.

– ?Quienes son ellos? -pregunte.

– ?Ssst! -susurro, y escucho, tendiendo su cabeza de una forma rara, no como un hombre sino mas bien como el oido en el cuento de hadas de Grimm. Yo no podia oir nada. El silencio mezclado con el sonido de la lluvia del exterior me rodeaba.

– ?Ha entrado alguien? -pregunte.

– Ni un sonido -respondio en un susurro-. Aun no han entrado. Ahora estan abriendo la puerta con una llave maestra. Han cruzado el descansillo. Vienen.

Dijo esto ultimo de una forma casi inaudible, apenas moviendo los labios. Pude oir el debil golpear de tacones con protecciones metalicas en el pasillo.

– Quedese ahi. Yo ire tras la cortina. Bajo ninguna circunstancia debe decirles donde estoy. Y no tenga miedo, no empezaran a disparar. Necesitan las cartas. Digales que estan en la comoda junto al divan ?De acuerdo?

Asenti. Moviendose con la misma facilidad y ligereza que un fantasma, desaparecio tras la cortina que dividia la habitacion en su rincon mas lejano. Yo me quede sentado en la misma posicion, esperando lo peor.

Dos hombres con gabardinas mojadas entraron en la habitacion, empunando metralletas. Uno de ellos llevaba un sombrero muy deformado encasquetado hasta los ojos. El otro tenia un semblante oscuro y no iba afeitado, con su humedo pelo cayendole en bucles. Se agito como un perro cuando sale del agua.

– ?Donde esta Ziga? -preguntaron a la vez, en polaco. Entonces comprendi por que al ciego no le habia sorprendido que yo fuera polaco. Dije lo primero que se me ocurrio:

– Estoy esperandole.

El que iba sin afeitar miro a su alrededor por la habitacion y, repentinamente, disparo una rafaga de su metralleta a los pliegues de la cortina. Espere oir gritos, gemidos, pero no ocurrio nada. Entonces ambos se volvieron hacia mi.

Este es el fin, pense, y apenas pude articular:

– ?Vienen a por las cartas? Estan en la comoda.

– ?Donde?

Senale hacia la comoda situada junto al divan.

– Vaya y abrala -me ordeno el que iba sin afeitar. Fui, y con manos temblorosas que ya no podia controlar abri un cajon.

En el fondo del mismo habia un monton de sobres blancos alargados. El que iba sin afeitar me empujo a un lado con su metralleta y miro al interior.

– Estan aqui -dijo, y sonrio. No tuvo oportunidad de decir mas. El clic familiar sono vanas veces desde detras de la cortina, y tanto el hombre del sombrero como su amigo sin afeitar cayeron al suelo, casi simultaneamente. No recuerdo que fue lo que golpeo primero el suelo: si sus cabezas o las metralletas que se les escaparon de las manos.

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