marimacho». Esta en el hospital.

Patta se encogio de hombros para evitarse el comentario al respecto y pregunto:

– ?Es esa la razon por la que va a estar muy ocupado para asistir a la conferencia?

– La conferencia no es hasta el mes proximo. Tengo varios casos entre manos.

Patta resoplo para expresar su incredulidad y pregunto subitamente:

– ?Que se llevaron?

– Al parecer, nada.

– ?Por que? ?No fue un robo?

– Alguien lo impidio. Y no estoy seguro de que fuera un robo.

Patta, haciendo caso omiso de la segunda parte de la respuesta, salto, refiriendose a la primera:

– ?Quien lo impidio, esa cantante? -pregunto, dando a entender que Flavia Petrelli cantaba en las esquinas por unas monedas y no en La Scala por una fortuna.

En vista de que Brunetti no entraba en discusion a este respecto, Patta prosiguio:

– Pues claro que tuvo que ser robo. En esa casa hay una fortuna. -Sorprendio a Brunetti no solo la franca envidia que habia en la voz de Patta, que parecia su reaccion normal ante la riqueza ajena, sino porque tuviera alguna idea de lo que habia en el apartamento de Brett.

– Quiza -dijo Brunetti.

– Nada de quiza -insistio Patta-. Si eran dos hombres, tiene que haber sido robo. -Brunetti hubiera preguntado de buena gana a su superior si las mujeres tenian que dedicarse por naturaleza a otra clase de delitos. Patta lo miro fijamente-. Eso significa que el caso es competencia de la brigada antirrobo. Que se encarguen ellos. Esto no es un club de la alta sociedad, comisario. No estamos aqui para ayudar a sus amistades cuando tienen problemas, y menos a sus amigas lesbianas. -Por el tono parecia referirse a docenas de lesbianas, como si Brunetti fuera una especie de santa Ursula moderna, y llevara tras de si a once mil mujeres, todas virgenes y todas lesbianas.

Brunetti habia tenido anos para acostumbrarse a la elemental irracionalidad de muchas de las manifestaciones de su superior, pero algunas veces Patta aun conseguia sorprenderlo con el calibre y la cerrilidad de algunas de sus sentencias. Y no solo sorprenderlo sino enfurecerlo.

– ?Ordena usted algo mas, senor?

– Nada mas. Y recuerde, es un caso de robo y hay que llevarlo… -Lo interrumpio el sonido del telefono. Irritado por la estridente llamada, Patta agarro el aparato y grito-: ?No le he dicho que no me pase…? -Brunetti esperaba verle colgar violentamente, pero Patta encajo el auricular en el oido con evidente conmocion.

– Si, si, naturalmente que estoy -dijo-. Pasemela.

Patta irguio el tronco y se aliso el pelo con una mano, como si creyera que su comunicante podia verlo a traves de la linea telefonica. Sonrio y volvio a sonreir mientras esperaba oir la voz anunciada. Brunetti oyo el murmullo lejano de una voz masculina, a la que Patta respondio:

– Buenos dias. Si, senor, muy bien, gracias, ?y usted?

Hasta Brunetti llego una respuesta indistinta. Vio que Patta alargaba la mano hacia el boligrafo que tenia a un lado de la mesa, olvidando la Mont-Blanc Meisterstuck que llevaba en el bolsillo. Agarro un papel y se lo puso delante.

– Si, senor, si. Si, ya me han informado. Precisamente ahora estaba hablando del caso.

Hizo una pausa mientras el hilo conducia a su oido nuevas palabras que Brunetti percibia como un rumor lejano.

– Si, senor. Desde luego. Terrible, me ha afectado vivamente.

De nuevo, pausa, esperando que la otra voz dijera algo mas. Sus ojos fueron instintivamente a Brunetti y al instante desviaron la mirada.

– Si, senor. Uno de mis hombres ya ha hablado con ella. -Hubo una brusca erupcion de palabras al otro extremo del hilo-. No, senor, claro que no. Se trata de alguien que la conoce personalmente. Le he dicho taxativamente que no la importune, solo que se interese por su estado y hable con los medicos. Desde luego, lo comprendo. Si, senor.

Patta hacia oscilar el boligrafo entre el indice y el mayor, golpeando la mesa ritmicamente mientras escuchaba.

– Desde luego, por supuesto. Asignare cuantos hombres sean necesarios. Todos conocemos lo generosa que ha sido con la ciudad.

Lanzo otra mirada fugaz a Brunetti y luego, al reparar en el balanceo del boligrafo, se obligo a dejarlo encima de la mesa.

Se quedo escuchando largamente, con la mirada fija en el boligrafo. Una o dos veces, trato de decir algo, pero la voz lejana le corto. Finalmente, asiendo el telefono con una mano rigida, consiguio decir:

– Lo antes posible. Le informare personalmente. Si, senor. Desde luego. Si. -La voz del otro extremo corto sin darle tiempo a despedirse.

Patta colgo suavemente y miro a Brunetti.

– Supongo que ya habra adivinado que era el alcalde. No se como se habra enterado de esto. -Su tono indicaba claramente que sospechaba que Brunetti habia llamado al despacho del alcalde y dejado un mensaje anonimo.

– Al parecer, la dottoressa -empezo, pronunciando la palabra como si cuestionara la calidad de la instruccion de Harvard y de Yale, las universidades por las que la dottoressa Lynch se habia graduado- es amiga suya y -agrego, marcando una pausa significativa- una benefactora de la ciudad. Asi pues, el alcalde quiere que este asunto se investigue y resuelva lo antes posible.

Brunetti, sabiendo lo peligroso que seria hacer sugerencia alguna en este momento, guardo silencio. Miro el papel de encima de la mesa y luego a la cara de su superior.

– ?En que esta trabajando ahora? -pregunto Patta, lo cual, dedujo Brunetti, significaba que iba a encomendarle la investigacion.

– En nada que no pueda esperar.

– Pues quiero que se encargue de esto.

– Si, senor -dijo Brunetti, confiando en que su superior no le sugiriera medidas concretas.

Demasiado tarde.

– Vaya al apartamento. Vea lo que puede averiguar. Hable con los vecinos.

– Si, senor -dijo Brunetti, poniendose en pie, en un intento de atajar las recomendaciones.

– Y mantengame al corriente, Brunetti.

– Si, senor.

– Quiero que esto se resuelva rapidamente, Brunetti. Es amiga del alcalde. -Y Brunetti sabia que los amigos del alcalde eran amigos de Patta.

5

De vuelta a su despacho, Brunetti llamo al piso de abajo y pidio a Vianello que subiera. A los pocos minutos, el sargento entro, se sento pesadamente en la silla que estaba frente a la mesa de Brunetti, saco la libretita del bolsillo y miro interrogativamente a su jefe.

– ?Que sabe de gorilas, Vianello?

Vianello reflexiono un momento y pregunto innecesariamente:

– ?Se refiere a los del zoologico o a los que cobran por hacer dano a la gente?

– A los que cobran.

Vianello se quedo pensativo, como si repasara listas que tuviera archivadas en la cabeza.

– No creo que aqui, en la ciudad, haya ninguno. En Mestre, si, cuatro o cinco, la mayoria, del Sur. -Siguio hojeando sus listas mentales-. Tengo entendido que hay unos cuantos en Padua y otros que trabajan en Treviso y Pordenone, pero son de segunda division. Los autenticos son los chicos de Mestre. ?Han causado aqui algun problema?

Puesto que la rama uniformada habia hecho el primer informe y hablado con Flavia, a Brunetti le constaba que

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