El velero se aproximaba deslizandose sobre las tranquilas aguas, que no eran mas que una mancha borrosa para Max, lo cual le hacia recordar su posicion de debilidad. Era incapaz de ver nada con nitidez. En ese momento, la oscuridad resultaba mejor para su vista que la luz, lo que ofrecia ventajas y desventajas por igual. No necesitaba consultar aun medico para saber que tenia las costillas rotas y, por otro lado, estaba convencido de que encontraria sangre en la orina durante al menos una semana. Lo peor de todo era que Cosella y sus hombres le habian quitado todos sus juguetes: sus armas y sus aparatos de comunicacion. Se habian llevado incluso su reloj. No tenia ninguna herramienta con que defenderse, y si lo encontraban, Max no seria otra cosa que un cerdo para el matadero. Peor que un cerdo para el matadero. La mala suerte le habia enviado a una debil mujer, una civil, con su irritante perro. Max sacudio la pierna y el bicho salio patinando por el suelo.

– Suelteme y me sentare, como usted me pidio.

Max no la creyo. No confiaba en que ella no intentaria cualquier cosa y, en su estado actual, ni siquiera la veria venir. Habia pasado por demasiadas cosas esa noche como para permitir que ella le diese el tiro de gracia. Entorno los ojos y consiguio que el doble mundo que le rodeaba se unificara en una sola imagen. La luz de popa del velero paso de largo sin ningun incidente y, para increible sosiego de Max, el mundo no volvio a desdoblarse.

– ?Quien es usted? -le pregunto la mujer.

– Soy uno de los chicos buenos de la pelicula.

– Bien -dijo ella, pero no parecia muy convencida. Mas bien intentaba apaciguarlo.

– Le estoy diciendo la verdad.

– Un chico bueno no va por ahi robando barcos y secuestrando mujeres.

Eso tenia sentido, pero estaba totalmente equivocada. A veces, la diferencia entre un chico bueno y un chico malo era tan borrosa como su vista.

– No he robado este barco. Lo he requisado. Y no la he secuestrado.

– Entonces, lleveme de nuevo al puerto.

– No.

Max se habia entrenado con lo mejor que los militares podian ofrecer.

Excluyendo el fiasco de esa noche, era capaz de disparar y llevarse el botin mejor que muchos. Era capaz de trepar a cualquier instalacion, conseguir lo que necesitaba y volver a tiempo para sentarse a la mesa a comer; pero sabia por experiencia que solo una mujer histerica conseguia que una situacion solida se convirtiera en un infierno.

– No voy a hacerle ningun dano. Solamente necesito poner alguna distancia entre Nassau y yo.

– ?Quien es usted?

Penso en darle un nombre falso, pero como lo mas probable era que lo averiguara cuando intentase que lo arrestaran por secuestro, le dijo la verdad.

– Soy el capitan de corbeta Max Zamora -explico, pero no se trataba de toda la verdad. No menciono que se habia retirado del servicio militar y que actualmente trabajaba para un organismo del Gobierno que no existia sobre el papel.

– Suelteme -le pidio la mujer.

Max miro sus manos borrosas, que sujetaban todavia las munecas de ella. Tenia los nudillos incrustados en el suave cojin de sus pechos y, de repente, sintio la delgada espalda de ella pegada a su torax. El redondo trasero de la mujer se encontraba apretado contra sus testiculos y el deseo se mezclo con el dolor en las costillas y en la cabeza. Se encontraba disgustado y sorprendido en igual medida por el hecho de sentir algo mas que dolor. Sintio la presencia de la mujer en toda su piel, asi que obligo a ese sentimiento a retroceder y lo enterro en los rincones mas oscuros, donde enterraba todas sus debilidades.

– ?Va a volver a pegarme? -le pregunto.

– No.

La solto, y ella se alejo con tanta urgencia como si estuviera envuelta en llamas. A traves de la oscuridad de la cabina, Max distinguio la figura de la mujer que desaparecia tras la esquina y, luego, volvio a centrarse en los mandos.

– Ven aqui, Baby.

Max se giro, convencido de que no habia oido bien.

– ?Que?

Ella recogio a su perro del suelo:

– ?Te ha hecho dano, Baby Doll?

– ?Jesus! -mascullo Max con cara de asco.

Al perro le habia puesto por nombre Baby Doll. Estaba claro por que ese chucho era tan insoportable. Volvio a centrar la atencion en el GPS y apreto el boton. La pantalla se ilumino con unas lineas grises y borrosas y unos numeros temblorosos. Max entorno los ojos y consiguio enfocar mejor la imagen de la pantalla. En el lado de babor de la pantalla se podian distinguir las lineas de la isla Andros que se acercaban, asi como la cadena de las islas Berry alejandose a estribor. Le resultaba imposible leer el aumento de longitud y latitud, pero penso que si se dirigia hacia el noroeste durante una hora antes de poner rumbo al este llegaria a las costas de Florida por la manana.

– Si de verdad es usted capitan, enseneme sus credenciales.

Aunque no le hubieran quitado todos los documentos cuando lo capturaron, a ella no le habrian servido de mucho. Habia llegado a Nassau con el nombre de Eduardo Rodriguez, y todos sus papeles -desde su pasaporte y carne de conducir hasta sus notas de bolsillo- eran falsos.

– Sientese senora. Esto se habra terminado antes de que se de cuenta -le dijo, porque no tenia otra cosa que decirle; por lo menos, nada que ella pudiera creerse.

Los ciudadanos americanos vivian mas tranquilos sin tener noticia de la existencia de hombres como Max, hombres que operaban en la sombra, que llevaban a cabo, sin dejar rastro, ciertas misiones para el gobierno de Estados Unidos y cobraban un dinero que tampoco dejaba rastro alguno. Hombres que contestaban llamadas telefonicas inexistentes en oficinas inexistentes del Pentagono. Hombres que reunian informacion, frustraban las acciones terroristas y quitaban de la circulacion a los chicos malos permitiendo que el Gobierno pudiera negar su relacion con todo ello.

– ?A donde vamos?

– Hacia el oeste. – Esa era toda la informacion que ella necesitaba.

– Exactamente, ?hacia donde del oeste?

Max no necesito mirarla para saber, por el tono de su voz, que era la clase de mujer a la que le gustaba mandar. Una absoluta tocacojones. Ni siquiera en las mejores circunstacias Max permitia que nadie le tocara los cojones. Y por supuesto, no estaba dispuesto a permitir que una mujer le jodiera la noche mas de lo que ya se la habian jodido.

– Exactamente hacia donde yo decida.

– Tengo derecho a saber adonde se me lleva.

Normalmente Max no disfrutaba intimidando a las mujeres, pero que no disfrutara no significaba que tuviera reparos en ello. Relantizo el motor hasta alcanzar una agradable velocidad de veinte nudos, acciono el control de crucero y se planto delante de la mujer con su perro, una figura en sombras en la esquina del puente.

La luz de la luna, que atravesaba el parabrisas, ilumino el hombro y el cuello de la mujer. Ella debio de verle la cara, porque contuvo el aliento y se encogio todavia mas en el rincon. Bien. Mejor que le tuviera miedo.

– Escuchame con atencion -dijo Max, poniendo las manos en jarras y acercandose a ella con expresion amenazadora-. Puedo facilitarte las cosas, pero tambien puedo ponertelas realmente dificiles. Tienes dos posibilidades: sentarte y disfrutar del crucero o enfrentarte a mi. Si decides hacer esto ultimo, te juro que no ganaras. Bien, ?que es lo que deseas?

Ella no dijo ni una palabra, pero el perro salio disparado de sus brazos y clavo los dientes en el hombro de Max como un murcielago rabioso.

– iMierda! -Max agarro al chucho.

– ?No le haga dano! ?No le haga dano a Baby!

?Hacerle dano? Max pensaba aplastarlo hasta convertirlo en un monton de grasa. Tiro de el y la camisa se rasgo. La bestia grunona abrio las mandibulas y Max lo dejo caer al suelo. El perro chillo y huyo.

– ?Eres un mal nacido! -grito ella-. ?Le has hecho dano a mi perro!

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