comoda habia una foto de Max cor su padre en un porche desvencijado, de la que colgaba un rosario. Al lado, habia una foto de Lola con Baby. El conjunto resultaba triste y solitario; Lola dio media vuelta, salio de la habitacion y bajo las escaleras. Max estaba en el salon, con la vista fija en la ventana.

Con los ojos secos, Lola observo por ultima vez la cabeza y los hombros de Max, que estaba de espaldas. Si el se hubiera girado y la hubiese mirado, no estaba segura de que hubiera tenido la fuerza suficiente para salir por la puerta.

– Adios, Max -se despidio.

Pero el no la miro, y, con las rodillas y las manos temblorosas, Lola salio de la casa. Dejo el bolso y a Baby en el asiento del copiloto del BMW, subio y lo puso en marcha. Sin volver la vista atras, Lola se alejo. No lloro hasta que hubo recorrido ochocientos metros. No perdio la compostura hasta que llego a Fredericksburg.

Tuvo que salir de la autopista y detener el coche en el aparcamiento de un hotel Best Western.

Las lagrimas le bajaban por las mejillas, asi que puso las manos en el volante y se dejo ir. Unos fuertes sollozos le agitaban el pecho y le desgarraban el corazon.

Hasta ese momento, Lola no habia sabido que el amor podia doler tanto. Lola habia estado enamorada antes, pero no de esa forma. Nunca antes se habia sentido como si la hubieran partido en dos.

Lola no supo cuanto tiempo habia permanecido en el coche cuando se dio cuenta de que no podia hacer el trayecto de cuatro horas hasta casa. La cabeza le dolia y le picaban los ojos, todavia arrasados en lagrimas. Saco las gafas de sol del bolso y se dirigio al Best Western. Ella y Baby alquilaron una habitacion cercana a la maquina de hielo y Lola encendio el televisor en busca de distraccion. Pero no habia nada que la distrajera del dolor de perder a Max. Si hubiese creido que Max estaba todavia en casa, lo habria llamado y le habria dicho que no queria hacerlo. Que habia cambiado de opinion, que se quedaria con el bajo cualquier circunstancia durante el tiempo que fuera necesario. Pero Lola sabia que no estaba en casa, y sabia tambien que si ella no cortaba por lo sano ahora, esa escena se repetiria una y otra vez.

Baby gimio y le lamio la cara, como si tambien lamentara la perdida de Max y se sintiese perdido y vacio. Lola se tumbo en la cama y se rodeo el cuerpo con los brazos. Ese horrible vacio le habia abierto un hueco en el estomago, asi que alcanzo la guia de telefono, busco en las paginas amarillas y marco un numero.

– Es para hacer un pedido -dijo, ahogando un sollozo-. Quisiera media pizza «enamorados», una racion de bastoncillos y una racion pequena de alitas de pollo. ?Tienen Pepsi light?

Media hora despues, Lola estaba sentada a la pequena mesa, al lado de las cortinas cerradas, dandose un reconfortante atracon. Se habia comido dos trozos de pizza, tres bastoncillos y la mitad de las alas de pollo cuando aparto la comida a un lado.

No le ayudaba en nada. Solo la hacia sentir peor. Una vieja y familiar vocecilla insistio en que vomitara toda esa comida, pero ella la hizo callar.

Baby salto a la mesa y hurto algunas lonchas de salami. Lola no fue capaz de renirlo. Comprendia su dolor.

No habia nada que la hiciera sentir mejor, nada que expulsase el sufrimiento y el vacio que se habian instalado en lo mas profundo del alma.

El C-130 se inclino a babor y descendio a treinta mil pies. Las luces interiores se apagaron, sumiendo la nave en la oscuridad. El piloto abrio la escotilla y, dentro del traje de neopreno, el mono de vuelo, el chaleco salvavidas y los veintidos kilos de equipo, Max noto que la temperatura bajaba treinta y siete grados en menos de cinco segundos. Respiro a traves de la mascara de oxigeno y noto que las gafas de combate a prueba de niebla se cubrian de escarcha a medida que la rampa del C-130 bajaba.

Tres hombres mas se encontraban en el avion con Max. Todos ellos eran antiguos miembros de las Fuerzas Especiales de la Marina y estaban sujetos a las mamparas de separacion con arneses de seguridad. Max habia trabajado con dos de ellos anteriormente, y ambos eran guerreros experimentados. Del tercero Max solo conocia la reputacion. Se llamaba Pete Boom Boom Jozwiak, y se suponia que era el mejor experto en demolicion Para esta mision, lo habian asignado como companero de nado de Max que esperaba que el chico estuviese a la altura de su fama. Ocho kilometros por debajo de ellos, en la isla de Soledad, se ocultaba un grupo de terroristas antiamericanos con dos cabezas nucleares que habian pertenecido a la antigua Union Sovietica. El gobierno de Estados Unidos queria arrebatar esas cabezas nucleares de las manos de los terroristas aunque, para mantener unas buenas relaciones internacionales, no podia hacer nada abiertamente. Tendria que negar toda implicacion, asi que se decidio que lo mas sensato era enviar a unos agentes secretos. Durante cinco dias, Max y el resto de los hombres se habian reunido con las autoridades y habia desarrollado un plan de operaciones para hacer desaparecer las cabezas nucleares. Por lo menos, ese era el objetivo y, como siempre, el fracaso no era una opcion.

Los cuatro hombres empujaron la lancha de goma de combate hasta el extremo de la rampa. Un paracaidas, el equipo de comunicaciones y el equipo de asalto se encontraban atados a la lancha, al igual que el motor y la gasolina para llegar hasta la isla. Max comprobo el GPS que llevaba en el pecho para asegurarse de que funcionase correctamente y espero a que las luces verdes parpadearan en senal de que sobrevolaban la zona y de que era el momento de saltar. Max volvio a comprobar los cierres del chaleco de asalto y palpo la Heckler & Koch de 9 mm semiautomatica que llevaba sujeta al muslo.

Las luces parpadearon dos veces y los cuatro hombres empujaron la lancha fuera del C-130. Max desato las cuerdas de seguridad, se dirigio al extremo de la rampa y se precipito al cielo nocturno. Unos segundos despues, su paracaidas se abrio y Max sintio el tiron en el arnes. Todo se equilibro, Max encendio el GPS, corrigio su rumbo y se dispuso a disfrutar del vuelo. O, por lo menos, lo intento. Por primera vez desde que se habia alistado en la Marina, no lo habia invadido la emocion por la accion. No experimento la descarga de adrenalina que le recordaba que estaba vivo. Por primera vez, no estaba euforico por haber saltado del avion ni por llevar sus capacidades fisicas y mentales al limite de la resistencia. Por primera vez, pensar en la mision imposible no lo ponia automaticamente a cien. Por primera vez, lo unico que queria era acabar el trabajo y volver a casa. Max echo la cabeza hacia atras y miro las estrellas. Normalmente, esta era la parte de la mision que mas habria disfrutado. La calma antes de la tormenta. Pero esta vez no. Estaba demasiado enfadado desde el dia en que le habia declarado a Lola que la amaba y ella se habia marchado. No, «enfadado» era un termino demasiado suave. Lo que sentia le corroia los intestinos como el acido y lo llenaba de una rabia impotente. Siempre habia sabido que cualquier vinculo con ella le causaria dolor. Habia luchado por no amarla, pero al final habia sido como luchar por no respirar. Al cabo de un tiempo, resulto imposible.

«No voy a pedirte que te quedes, Max. No voy a pedirte que te quedes por mi -le habia dicho-. Ademas, se que no lo harias.»

Al final, habia sucedido lo que el siempre habia sabido que ocurriria: ella habia deseado que el abandonara su trabajo como agente del Gobierno por ella. Por una vida en las afueras. Habia acertado, pero eso no lo consolaba.

«No quiero pasar por esto una y otra vez solo para que tu puedas satisfacer esa necesidad de arriesgar tu vida por gente a quien no conoces y por un gobierno que te arresto por un delito que no cometiste, solo para deshacerse de ti.»

En esos momentos, la necesidad de arriesgar su vida por un gobierno desagradecido no era nada en comparacion con el deseo de volver hacia Carolina del Norte y arrancarle el corazon, del mismo modo en que ella habia roto el suyo. Dios santo, era mala. Lola habia esperado a que ya no le quedara un solo pensamiento que no girase en torno a ella y, entonces, se habia marchado. Habia esperado a que el se enamorase para clavarle el cuchillo en el corazon. Habia esperado a que el le dijera que la queria para conseguir su objetivo. Era mala y perversa.

Max consulto el altimetro y se quito la mascara de oxigeno. Aspiro el aire fresco, pero con ello no consiguio aclararse la mente.

«Me merezco algo mas. Merezco a un hombre que me ame lo suficiente para desear envejecer conmigo.»

Max siempre habia creido que ella merecia algo mas. Siempre penso que ella podia llevar una vida mucho mejor que la suya. En eso tambien habia acertado, pero eso tampoco le consolo. Solo pensar que ella podia estar con otro hombre le clavaba el cuchillo tan hondo que no creia que nunca pudiera sacarselo.

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