noche estaba atestada de gente y era bulliciosa. Italia tal vez gozase de una merecida tradicion como lugar al que acudian para curarse mujeres aquejadas de cuitas sentimentales, pero, para ella, salir de Nueva York habia sido un terrible error.

Se dijo que tenia que tener paciencia. Habia llegado el dia anterior, y Florencia no era su meta final. El destino, y el cambio de opinion de su amiga Denise, asi lo habian dispuesto. Denise habia sonado durante anos con viajar a Italia. Finalmente se habia decidido a pedir una excedencia en su trabajo de Wall Street y habia alquilado una casa en la campina de la Toscana para septiembre y octubre. Habia pensado aprovechar ese tiempo para empezar a escribir un libro acerca de estrategias de inversion para mujeres solteras. «Italia es el lugar perfecto para encontrar la inspiracion -le habia dicho Denise a Isabel por encima de una pera glaseada y una ensalada de endibias en Jo Jo's, el restaurante favorito de ambas-. Escribire todo el dia, despues degustare platos exquisitos y bebere buen vino por la noche.»

Pero poco despues de firmar el contrato de alquiler de la casa de sus suenos en la Toscana, Denise encontro al hombre de sus suenos y declaro que le era imposible marcharse de Nueva York. Asi fue como Isabel acabo aceptando hacerse cargo durante esos dos meses del razonable alquiler por una casa en la Toscana.

No podria haber sucedido en mejor momento. Vivir en Nueva York se habia convertido en algo insoportable. La empresa de Isabel Favor habia dejado de existir. Habia cerrado su oficina. No tenia contrato editorial alguno, ni gira de conferencias, y disponia de poco dinero. Su casa de ladrillo rojo, asi como casi todas sus posesiones, habian caido bajo el mazo implacable del auditor, porque no podia hacerse cargo de las deudas. Incluso habia perdido el jarron de cristal Lalique grabado con su logotipo. Lo unico que le quedaba era su ropa, una vida partida por la mitad y dos meses en Italia para concebir como empezar de nuevo.

Alguien la empujo y ella trastabillo. Se hizo un claro en la multitud, y la neoyorquina que llevaba dentro dejo de sentirse segura, asi que se encamino por la Via dei Calzaiuoli hacia la Piazza della Signoria. Mientras caminaba, se dijo que habia tomado la decision adecuada. Solo romper de forma clara con lo conocido podia aclarar su mente lo suficiente como para poder controlar los sentimientos que le llevaban a desear llorar desconsoladamente. Despues de un tiempo, estaria en disposicion de seguir adelante.

Habia trazado un plan muy concreto de como daria comienzo a la reinvencion de su propia vida. Soledad. Descanso. Contemplacion. Accion. Cuatro partes, como las Cuatro Piedras Angulares.

«?Has actuado alguna vez de forma impulsiva? -le habia dicho Michael-. ?Tienes que planificarlo todo?»

Habian pasado poco mas de tres meses desde que Michael la habia dejado por otra mujer, pero su voz resonaba en su conciencia tan a menudo que a duras penas podia pensar. Hacia un mes lo habia visto fugazmente en Central Park con el brazo por encima del hombro de una mujer embarazada de aspecto desalinado, e incluso a veinte metros de distancia Isabel habia oido sus risas, un poco ridiculas, casi estupidas. Durante todo el tiempo que habian pasado juntos, nunca se comportaron de forma estupida. Isabel temia ahora haber olvidado como hacerlo.

La Piazza della Signoria estaba tan abarrotada de gente como el resto de Florencia. Los turistas se arremolinaban alrededor de las estatuas, y un par de musicos rasgueaban sus guitarras cerca de la fuente de Neptuno. El intimidante Palazzo Vecchio, con su almenada torre del reloj y los estandartes medievales, se alzaba sobre el bullicio nocturno tal como venia haciendolo desde el siglo XIV.

Aquellos zapatos de piel, por los que habia pagado trescientos dolares el ano anterior, la estaban matando, pero la idea de regresar al hotel le resultaba demasiado deprimente. Vio los toldos de color beige y marron del Rivoire, un cafe incluido en su guia de viaje, y se abrio paso entre un grupo de turistas alemanes para hacerse con una mesa.

– Buona sera, signora… -El camarero debia de tener sesenta anos, por lo menos, pero eso no le impidio flirtear con ella mientras tomaba nota de la copa de vino que pidio. Le habria encantado comerse un buen risotto, pero los precios eran tan altos como las calorias que contenian los platos. ?Cuanto tiempo hacia que no se preocupaba por los precios de los menus?

Cuando el camarero se fue, coloco el salero y el pimentero en el centro exacto de la mesa y despues desplazo el cenicero hasta el borde. Michael parecia muy feliz con su nueva vida. «Eres demasiado -le habia dicho-. Demasiado en todo.» Entonces por que se sentia tan poca cosa?

Se bebio la primera copa de vino mas deprisa de lo que deberia haberlo hecho y pidio otra. La larguisima relacion con los excesos personales de sus padres le habia llevado a recelar del alcohol, pero se hallaba en el extranjero, y el vacio que habia estado creciendo en su interior durante meses se habia vuelto insoportable.

«No es un problema mio, Isabel. Es tu problema.»

Se habia prometido a si misma no darle mas vuelta al asunto esa noche, pero al parecer no lo conseguia.

«Necesitas controlarlo todo. Quizas ese sea el motivo de que apenas te guste el sexo.» Ese comentario habia sido muy injusto. Le gustaba el sexo. Incluso habia empezado a juguetear con la idea de tener un amante para probar que se sentia, pero se oponia a mantener relaciones sexuales sin un compromiso afectivo. Era otro detalle del legado que habia supuesto presenciar los errores de sus padres. Limpio el rastro de carmin que habia dejado en la copa de vino. El sexo suponia complicidad, pero Michael parecia haberlo olvidado. Si no estaba satisfecho, tendria que haberlo hablado con ella.

Sus pensamientos estaban haciendo que se sintiese peor de lo que se sentia cuando llego a la piazza, asi que se acabo su segunda copa de vino y pidio otra. Una noche de exceso dificilmente la convertiria en una alcoholica.

En la mesa de al lado, dos mujeres fumaban, gesticulaban y elevaban los ojos al cielo ante la absurdidad de la vida. Un grupo de estudiantes americanos, justo a su espalda, se atiborraban de pizza y helado, mientras una pareja de viejos se miraban mientras tomaban sus aperitivos.

«Quiero pasion», habia dicho Michael.

Las implicaciones eran demasiado dolorosas como para tenerlas en cuenta, asi que observo las estatuas al otro lado de la piazza, las copias de El rapto de las Sabinas, el Perseo de Cellini y el David de Miguel Angel. Despues sus ojos se posaron en el hombre mas increible que habia visto jamas, sentado tres mesas mas alla. Era un retrato de decadencia italiana enfundado en una arrugada camisa de seda negra con una oscura sombra de barba en su mandibula, el pelo largo y unos ojos sensuales. Dos largos y elegantes dedos rodeaban la copa de vino que pendia indolente de su mano. Parecia un hombre rico, arruinado y aburrido: Marcello Mastroianni sin su cara de comediante y esculpido como la belleza masculina perfecta propia de un nuevo milenio presidido por la avaricia. Habia algo vagamente familiar en el. Su cara podria haber sido pintada por uno de los maestros del Renacimiento, Miguel Angel, Botticelli, Rafael. Tal vez por eso tenia la sensacion de haberlo visto antes.

Se dispuso a estudiarlo con detenimiento, solo para comprobar que el tambien la estudiaba…

3

Ren la habia estado observando desde su llegada. Habia pasado por dos mesas vacias antes de encontrar la que le satisfacia. Habia colocado bien la sal y la pimienta en cuanto se sento. Una persona refinada. La marca de su inteligencia resultaba tan visible como sus zapatos de diseno italiano, e incluso a aquella distancia irradiaba una seriedad y una determinacion que el encontro tan sexy como sus labios carnosos.

Aparentaba poco mas de treinta anos, su maquillaje era discreto y su vestuario sencillo, del tipo que tan bien sentaba a las mujeres europeas. Su cara era mas intrigante que hermosa. No era una de esas delgaduchas actrices de Hollywood, pero le gustaba su cuerpo: pechos en proporcion a sus caderas, cintura fina y la promesa de unas largas piernas bajo aquellos pantalones negros. El pelo rubio de aquella mujer tenia unas mechas con las que sin duda no habia nacido, pero el habria apostado a que era lo unico artificial en ella. No tenia unas ni pestanas postizas. Y en caso de haberse implantado silicona en los pechos, los habria mostrado en lugar de esconderlos bajo aquel bonito jersey negro.

Vio que se acababa la primera copa de vino y pedia otra. Le dio un mordisquito a la una de su pulgar. El gesto

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