basura sin haber probado siquiera un bocado.

A veces, Josie pensaba en su vida como si se tratara de una habitacion sin puertas ni ventanas. Era una habitacion suntuosa, desde luego, una habitacion por entrar en la cual la mitad de los chicos del Instituto Sterling habrian dado el brazo derecho; pero era tambien una habitacion de la que no habia escapatoria. O bien Josie era alguien que no queria ser, o bien era alguien a quien nadie querria.

Levanto la cara hacia el chorro de la ducha. Se ponia el agua tan caliente que le enrojecia la piel, le cortaba la respiracion y empanaba los cristales de las ventanas. Conto hasta diez, finalmente salio de debajo del chorro y se quedo desnuda y goteando delante del espejo. Tenia la cara hinchada y encarnada; el pelo, pegado a los hombros en forma de gruesos mechones. Se volvio de lado, examinando su vientre plano, metiendo un poco el estomago. Sabia lo que Matt veia cuando la miraba, y tambien lo que veian Courtney y Maddie y Brady y Haley y Drew: a ella le hubiese gustado ver lo mismo. El problema era que, cuando Josie se miraba al espejo, advertia lo que habia bajo la piel, no lo que habia pintado sobre su superficie.

Comprendia cual se suponia que tenia que ser su imagen y cual su comportamiento. Llevaba el pelo oscuro largo y liso; vestia con ropa de Abercrombie & Fitch; escuchaba a grupos como Dashboard Confessional y Death Cab for Cutie. Le gustaba notar fijos en ella los ojos de otras chicas del instituto cuando se sentaba en el comedor maquillada con las cosas de Courtney. Le gustaba que los profesores supieran su nombre desde el primer dia de clase. Le gustaba que hubiera chicos que se la quedaran mirando mientras caminaba por el pasillo con el brazo de Matt rodeandole la cintura.

Pero una parte de ella se preguntaba que sucederia si la gente se enterara del secreto: que habia mananas en que le resultaba muy dificil levantarse de la cama y ponerse la sonrisa de otra persona; que se sentia en el aire, algo asi como una impostora que se reia con los chistes apropiados, cotilleaba sobre los chismes convenientes, y salia con el chico adecuado; una impostora que casi habia olvidado como era ser autentica…y que, si lo pensaba con detenimiento, no queria recordarlo, pues habria sido aun mas lastimoso.

No habia nadie con quien pudiera hablar de ello. Si llegabas a dudar siquiera de tu derecho a pertenecer al grupo de los privilegiados y los populares, entonces es que ya no pertenecias a el. En los cuentos de hadas, cuando la mascara caia, el apuesto principe seguia amando a la chica, sin importarle nada, y era justamente eso lo que la convertia en una princesa. Pero en el instituto las cosas no funcionaban de ese modo. Lo que hacia de ella una princesa era salir con Matt. Y, por una especie de extrano circulo logico, lo que hacia que Matt saliera con ella era el hecho de que ella fuera una de las princesas del Instituto Sterling.

Tampoco podia confiar en su madre. «No dejas de ser juez simplemente porque salgas del tribunal», solia decir su madre. Esa era la razon por la que Alex Cormier nunca bebia mas de un copa de vino en publico; y por la que jamas gritaba ni protestaba. Nunca habia que dar motivos para un juicio, ni siquiera en grado de tentativa: te aguantabas y punto. Muchos de los logros de los que la madre de Josie se sentia mas orgullosa (las calificaciones de su hija, su aspecto fisico, su aceptacion entre las personas «correctas»), Josie no los habia conseguido porque los deseara con todas sus fuerzas, sino, sobre todo, por temor a no ser perfecta.

Se envolvio en una toalla y fue a su habitacion. Saco unos pantalones vaqueros del armario y dos camisetas de manga larga que le realzaban el busto. Miro el reloj. Si no queria llegar tarde, iba a tener que apresurarse.

Sin embargo, antes de salir de la habitacion vacilo unos segundos. Se dejo caer sobre la cama y metio la mano por detras del cabezal en busca de la bolsa que habia dejado encajada en el marco de madera. Dentro guardaba un punado de Ambien, conseguido pirateando una pildora de vez en cuando de las que a su madre le habian recetado para el insomnio, para que asi no pudiera darse cuenta. Josie habia tardado casi seis meses en reunir subrepticiamente quince pequenas capsulas, pero se imagino que si las rebajaba con una quinta parte de vodka, cumplirian su cometido. En realidad no es que hubiera urdido ningun plan para suicidarse aquel martes, o cuando se deshiciera la nieve, ni en ningun otro momento en concreto por el estilo. Era mas bien como un seguro: cuando la verdad saliera a relucir y nadie quisiera estar con ella nunca mas, seria de lo mas logico que tampoco Josie quisiera seguir estando por alli.

Volvio a guardar las pildoras en el cabezal de la cama y bajo la escalera. Al entrar en la cocina para recoger la mochila, se dio cuenta de que el libro de texto de quimica seguia abierto en la mesa, con una rosa roja de largo tallo encima.

Matt estaba recostado contra el refrigerador, en un rincon; debia de haber entrado por la puerta del garaje. Como de costumbre, en el se reflejaban todas las estaciones: en el pelo, los colores del otono; en los ojos, el azul brillante del cielo invernal; en su sonrisa amplia, el sol del verano. Llevaba una gorra de beisbol con la visera vuelta hacia atras, y una camiseta de hockey sobre hielo de la Universidad de Sterling por encima de una camiseta termica que Josie le habia robado una vez durante un mes entero y ocultado en el cajon de su ropa interior, para que siempre que lo necesitara pudiera aspirar su olor.

– ?Aun no se te ha pasado el enojo?-le pregunto.

Josie titubeo.

– No era yo la que estaba enojada.

Matt se aparto del refrigerador y se acerco a Josie hasta pasarle el brazo alrededor de la cintura.

– Ya sabes que no puedo evitarlo.

Aparecio un hoyuelo en su mejilla derecha, y Josie sintio que se ablandaba.

– No era que no quisiera verte, es que tenia que estudiar, de verdad.

Matt le aparto el pelo de la cara y la beso. Exactamente por eso la noche anterior ella le habia dicho que no se vieran. Cuando estaba con el, sentia como si se evaporara. A veces, cuando el la tocaba, Josie se imaginaba a si misma desvaneciendose en una nube de vapor.

El sabia a jarabe de arce, a disculpas.

– Todo es por tu culpa, ?sabes?-le dijo el-. No haria tantas locuras si no te quisiera tanto.

En aquel momento, Josie no se acordaba de las pildoras que atesoraba en su habitacion, ni que habia llorado en la ducha; nada que no fuera sentirse adorada. «Soy una chica con mucha suerte», se dijo, mientras esta ultima palabra ondeaba en su mente como una cinta plateada. «Suerte, suerte, suerte.»

Patrick Ducharme, el unico detective de la policia de Sterling, estaba sentado en un banco, en un extremo del vestuario, escuchando como los patrulleros del turno de manana se metian con un novato que estaba algo entrado en carnes.

– Eh, Fisher-dijo Eddie Odenkirk-, ?quien es el que esta embarazado, tu o tu mujer?

Mientras el resto del grupo se reia, Patrick sintio compasion por aquel joven.

– Es demasiado temprano, Eddie-dijo-. ?Por que no esperas al menos a que todos hayamos tomado una taza de cafe?

– Lo haria con gusto, capitan-contesto Eddie riendose-, pero no se si Fisher nos habra dejado alguna rosquilla…?que demonios es eso?

Patrick siguio la mirada de Eddie, dirigida hacia sus pies. No tenia por costumbre cambiarse en el vestuario con los agentes, pero aquella manana habia ido a la comisaria haciendo jogging en lugar de ir en coche, con el fin de quemar el exceso de buena cocina consumida durante el fin de semana. Habia pasado el fin de semana en Maine con la chica que actualmente ocupaba su corazon: su ahijada de seis anos, Tara Frost. Nina, la madre de la pequena, era la mejor amiga de Patrick, y el unico amor que probablemente nunca conseguiria superar, aunque ella parecia arreglarselas bastante bien sin el. En el transcurso del fin de semana, Patrick se habia dejado ganar diez mil partidas de todo tipo de juegos, habia llevado a Tara a cuestas a todos lados, la habia dejado peinarlo (un error garrafal) y habia permitido que Tara le pintara las unas de los pies con esmalte rosa, que Patrick habia olvidado quitarse.

Se miro los pies y doblo los dedos hacia abajo.

– A las chicas les encanta-dijo con brusquedad, mientras los siete hombres que ocupaban el vestuario hacian esfuerzos por no reirse de alguien que, tecnicamente, era su superior. Patrick se puso a toda prisa los calcetines, se calzo los mocasines y salio del vestuario, con la corbata en la mano. «Uno-conto mentalmente-, dos y tres». En el momento preciso, oyo las risas, que lo siguieron pasillo abajo.

Una vez en su despacho, Patrick cerro la puerta y se miro en el diminuto espejo colgado detras de la misma. Aun tenia el negro pelo humedo de la ducha y la cara roja de correr. Se subio el nudo de la corbata hasta el cuello, dandole forma, y luego se sento detras del escritorio.

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