Quien ha de saber si el anima del hombre sube hacia arriba en tanto que el anima del animal se hunde bajo tierra. ?O es a la inversa?

Esas bestias debian de saberlo.

No parecian animales vivos. No eran sino bestias inanimadas. El cuero ceniciento era lo unico que les quedaba sobre los huesos.

Osamentas en pie sobre los campos calcinados de luz inmovil.

Esperaban el llamado de la tierra para entrar.

Arriba esperaban las aves carniceras vigilando las carronas que aun se movian.

7

De repente, como surgido de la tierra, un caballo de ahilada estampa, crines revueltas, larga cola erizada por el viento, paso al galope en direccion contraria al tren, lanzado a toda carrera, en el delirio de su propio impetu.

Un caballo malacara. No el doradillo de pelaje rojizo con una mancha blanca en la frente, que es el autentico malacara.

Todo blanco, la cabeza embozada de manchas negras, galopaba flotando en medio del polvo y del viento.

Un caballo enmascarado.

Sin brida, sin aparejos de montura, sin jinete, era un caballo suelto, salvaje.

Escapaba de algun perseguidor tan fantasmal y delirante como el malacara.

Aparecia y desaparecia en los desniveles del terreno, agitando la cabeza, el cuello corvo lleno de musculos, aceitados de sudor.

Llamaba a alguien con poderosos relinchos que se oian claramente a pesar del ruido del tren.

8

– ?Him… lo'mita!… ?El malacara del coronel Albino Jara! -exclamo un viejo-. ?Ya esta galopando otra vez!

– Su pora suele aparecer cuando va a haber tormenta -comento otro.

El malacara agitaba la cabeza bebiendo los vientos.

– No para de galopar. ?Hace cincuenta anos que busca a su patron! Desde los cerros de Paraguari hasta Carapegua anda en busca del coronel, a quien llevan herido de muerte en una carreta -comento el viejo.

– Algunos han visto al propio don Albino, en uniforme de gala, galopando sobre su malacara al frente de sus famosos cadetes… -dijo una mujer inmensamente gorda. Llevaba a sus pies un canasto de chipaes y una jaula cerrada, hecha con varillas de tacuara y cubierta de un pano rojo. Al parecer iba encerrado en ella un perrillo o un gato.

– Hombre muerto no pelea -dijo el viejo-. Y el coronel Albino Jara hace mucho que murio.

– Esos hombres unicos no mueren -dijo la chipera imitando el tono patriotero de las apologias televisivas-. Quedan vivos en la memoria de la gente.

– El coronel Albino Jara solo quiso ganar la revolucion para tener a su disposicion todas las mujeres del Paraguay -comento burlon el viejo.

– No le hacia falta para eso una revolucion -sentencio la mujer con exaltado fanatismo-. Las damas de lo mas cafe de la epoca le andaban detras en procesion. Una de ellas hasta se suicido porque el coronel no le llevo el apunte. El era un patriota, no un mujeriego.

– El coronel Jara se murio de susto, acorralado por los gubernistas en Carapegua -dijo la voz cavernosa del viejo.

– ?A quien de susto se murio en su mierda se lo enterro!… -refraneo un muchacho gigantesco con un panuelo colorado al cuello.

– ?No hay que ser malhablado, mi hijo! -protesto la mujer.

9

El caballo braceaba en el aire como si el suelo le fuera faltando ya bajo los cascos. Removia la cabeza, lleno de furia, como queriendo desprender el antifaz de manchas negras que tenia sobre los ojos.

De los ollares brotaba un vapor azul. Alguien le pegaba tironazos y lo hacia caracolear erguido sobre las patas traseras.

Un jinete, invisible en la luz, cabalgaba el esplendido corcel.

Las crines le habian crecido al malacara de tal manera que semejaban, a sus flancos, dos alas fabulosas batidas por el viento.

Tras un ultimo corcovo, en el que parecio que iba a emprender vuelo, la silueta blanca, vaciada en negro, desaparecio tras la ceja del monte.

10

– Yo viajo permanentemente -dijo la mujer doble ancho-, Asuncion- Encarnacion, ida y vuelta. No me bajo casi del tren. El caballo siempre sale a galopar, a la misma hora, en estos mismos campos de Paraguari. Espero ver un dia al propio coronel Jara montado en ese caballo de otro mundo.

El habitante invisible de la jaula se removia con chillidos y zarpazos de furia.

– ?Pobrecito Guido, mi piticau! -se condolio la inmensa mujer-. ?Te falta aire y estas hambriento, ayepa?

Empino con esfuerzo la mole de su corpachon y extrajo de la jaula un pequeno mono, que al verse libre hizo mil morisquetas y besuqueo a su duena con voluptuosidad casi humana.

De la familia de los cebidae-mirikina, el simio discolo y movedizo era en si mismo un espectaculo sorprendente.

La miniatura estaba revestida de sedosa pelambre color canela. Los pelos parecian tenidos en las puntas de un tierno matiz de rosa silvestre. Dos manchas albinas alrededor de los ojos enormes y saltones destacaban un iris rojizo, llameante, casi magnetico. La cabeza aun mas pequena que el

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