sacerdotisas, siempre de cuatro en cuatro, serpenteaba descendiendo la Colina de las Tumbas, y en un cierto momento empezaron a entonar un canto dulce. Era una melodia de solo tres notas, en la que se repetia una y otra vez una palabra tan antigua que ya no tenia significado, como un mojon todavia en pie junto a una carretera desaparecida. Una y otra vez entonaban aquella palabra hueca. Durante todo aquel dia de la Resurreccion de la Sacerdotisa se oyo el apagado coro de las voces de las mujeres, una especie de zumbido ronco e inacabable.

La pequena fue llevada de sito en sitio, de un templo a otro.

En uno le pusieron sal en la lengua; en otro tuvo que arrodillarse de cara al oeste mientras le cortaban el pelo y la untaban con oleos y vinagre aromatico; en otro se tendio de bruces sobre la losa de marmol negro que habia detras del altar, mientras unas voces agudas cantaban un lamento por los muertos. Ni ella ni ninguna de las sacerdotisas comio ni bebio durante todo aquel dia. Cuando el lucero vespertino se puso, la acostaron desnuda entre unas mantas de piel de cordero, en una alcoba donde nunca habia dormido antes. La casa habia estado cerrada durante anos, hasta ese dia. Era un cuarto mas alto que largo, sin ventanas, y habia en el un olor rancio, estancado y marchito. Las silenciosas mujeres la dejaron alli, en la oscuridad.

La nina quedo tendida e inmovil, esperando un largo rato en la misma posicion, con los ojos muy abiertos.

Vio una luz que temblaba en el muro alto. Alguien se acercaba con pasos sigilosos por el corredor, resguardando con la mano una vela de junco, de modo que no daba mas luz que una luciernaga. Un ronco susurro: —Eh, ?estas aqui, Tenar?

La nina no respondio.

Una cabeza asomo por el vano, una cabeza extrana, calva como una patata pelada y del mismo color amarillento. Los ojos eran como los ojos de las patatas, pardos y diminutos. La nariz parecia minuscula entre las anchas mejillas achatadas, y la boca era una ranura sin labios. La nina contemplo aquel rostro sin moverse, con ojos oscuros y fijos.

—Eh, Tenar, mi pequeno panal de miel, ?estabas aqui!

La voz era ronca, aguda como la de una mujer, pero no una voz de mujer.

—Yo no tendria que estar aqui, mi sitio esta afuera, en el portico, que es adonde voy. Pero necesitaba ver como estaba mi pequena Tenar despues de este dia tan largo. Eh, ?como esta mi pequeno panal de miel?

Silencioso y fornido, el hombre avanzo hacia la nina y extendio la mano como para alisarle los cabellos.

—Yo ya no soy Tenar —le dijo la nina, alzando los ojos.

La mano se detuvo y el no la toco.

—No —asintio al cabo de un momento, susurrando—. Lo se, lo se. Ahora eres la pequena Devorada. Pero yo…

Ella no dijo nada.

—Ha sido un dia pesado para una pequena como tu —dijo el hombre, arrastrando los pies por el suelo, con la diminuta llama parpadeando en la mano grande y amarilla.

—Tu no deberias estar en esta Casa, Manan.

—No. No. Ya lo se. Yo no deberia estar en esta Casa. En fin, buenas noches, pequena… Buenas noches.

La nina no dijo nada. Despacio, Manan dio media vuelta y se marcho. El tenue resplandor se extinguio en los altos muros de la celda. La nina, que ya no tenia otro nombre que el de Arha, la Devorada, siguio tendida de espaldas, mirando con fijeza la oscuridad.

2. La Muralla alrededor del Lugar

Pasaron los anos y olvido por completo a la madre, sin saber que la habia olvidado. Ella era de aqui, del Lugar de las Tumbas, y siempre lo habia sido. Solo en las largas tardes de julio, contemplando las montanas del oeste, aridas y leonadas por los reflejos postreros del crepusculo, recordaba a veces un fuego encendido en un hogar, en tiempos lejanos, que ardia con la misma luz clara y amarilla. Y a la vez tenia entonces un vago recuerdo de brazos que la estrechaban, un recuerdo extrano, pues aqui casi nunca la tocaban siquiera; y el recuerdo de un olor agradable, la fragancia de unos cabellos recien lavados y enjuagados con agua de salvia, de unos cabellos largos y rubios, del mismo color que el ocaso y la lumbre del hogar. Eso era cuanto le quedaba.

Ella sabia mucho mas, por supuesto, pero solo porque le habian contado toda la historia. Cuando tenia siete u ocho anos y empezo a preguntarse por primera vez quien era en realidad esa persona a quien llamaban «Arha», busco al guardian, el eunuco Manan, y le dijo: —Cuentame como me eligieron, Manan.

—Tu ya sabes todo eso, pequena.

Y en verdad lo sabia; Thar, la alta sacerdotisa de voz seca, se lo habia contado una y otra vez hasta que la pequena aprendio las palabras de memoria; y las recito: —Si, lo se. A la muerte de la Sacerdotisa Unica de las Tumbas de Atuan, en el curso de un mes, segun el calendario de la luna, se celebran las ceremonias funerarias y de purificacion. Mas tarde, ciertas sacerdotisas y ciertos guardianes del Lugar de las Tumbas se ponen en camino, cruzan el desierto y recorren las ciudades y aldeas de Atuan, buscando e indagando. Buscan una nina que haya nacido la misma noche en que murio la Sacerdotisa. Cuando la encuentran, observan y aguardan. La nina ha de ser sana de cuerpo y de espiritu, y mientras crece no ha de tener raquitismo ni viruela ni ninguna deformidad, ni quedarse ciega. Si llega intacta a la edad de cinco anos, se reconoce entonces que el cuerpo de la nina es en verdad el nuevo cuerpo de la Sacerdotisa muerta. Y la nina es presentada al Dios-Rey de Awabath y traida aqui, a este Templo, e instruida durante un ano. Y al termino de ese ano es conducida al Palacio del Trono, y el nombre de la nina es restituido a quienes son sus Amos, los Sin Nombre, porque ella es la sin nombre, la Sacerdotisa Siempre Renacida.

Esa era, palabra por palabra, la historia que Thar le habia contado, sin que ella nunca se atreviera a pedir una palabra mas. La enjuta sacerdotisa no era cruel; pero era fria de caracter y vivia bajo una ley de hierro, y Arha la temia y respetaba. A Manan en cambio no lo temia ni lo respetaba, todo lo contrario, y le ordenaba a menudo: —?A ver, cuentame como me eligieron! —Y Manan volvia a contarselo.

—Partimos de aqui, hacia el norte y el oeste, el tercer dia de luna creciente, porque la que fue Arha habia muerto el tercer dia de la luna anterior. Y ante todo fuimos a Tenacbah, que es una gran ciudad, aunque quienes han visto las dos dicen que comparada con Awabath parece una pulga al lado de una vaca. Pero para mi es bien grande: ?mas de mil casas ha de haber en Tenacbah! Y luego fuimos a Gar. Pero en esas ciudades no habia nacido ninguna nina el tercer dia de luna del mes anterior; algunos habian tenido hijos varones, pero los varones no sirven… De modo que entramos en la region montanosa del norte de Gar, y fuimos a las aldeas y ciudades. Esa es mi tierra. Alli naci yo, en esas montanas, donde corren los rios y la tierra es verde. No en este desierto. —La voz ronca de Manan tenia un tono extrano cuando lo decia, ocultando los ojos pequenos bajo los parpados; callaba un momento y luego continuaba:— Asi que buscamos a todos los padres de criaturas nacidas en los ultimos meses, y hablamos con ellos. Y algunos nos mentian. «Oh, si, seguro que nuestra hija nacio el tercer dia de la luna.» Porque para la gente pobre, sabes, a veces es una suerte desembarazarse de las ninas recien nacidas. Y habia otros que eran tan pobres y que vivian en los valles en chozas tan solitarias que no llevaban cuenta de los dias y apenas sabian medir el paso del tiempo, de modo que eran incapaces de decir a ciencia cierta que edad tenian los ninos. Pero nosotros siempre descubriamos la verdad, indagando e indagando. Fue una busca larga y lenta. Por fin encontramos una nina, en una aldea de diez casas, en los valles de huertos que hay al oeste de Entat. Ocho meses tenia la pequena, tantos como habia durado nuestra busqueda. Pero habia nacido la noche en que muriera la Sacerdotisa de las Tumbas y dentro de la misma hora. Y era una hermosa criatura, que se empinaba en el regazo de la madre y con ojos brillantes nos miraba a todos, apinados en la unica habitacion de la casa como murcielagos en una cueva. El padre era pobre. Cuidaba los manzanos del huerto del hombre rico y no poseia mas fortuna que sus cinco hijos y una cabra. Ni siquiera la casa era suya. Y alli estabamos nosotros, amontonados, y, por la forma que las sacerdotisas miraban a la pequena y hablaban entre ellas, se adivinaba que creian haber encontrado al fin a la Renacida. Y tambien la madre lo adivinaba. Sostenia a la nina en el regazo, en silencio. Asi que al dia siguiente volvimos a la cabana. ?Y que vemos! La criatura de ojos brillantes tendida en una cuna de juncos, llorando y gritando, el cuerpo cubierto de ronchas y pustulas de la fiebre, y la madre gimiendo

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