—?Que si lo hubiera preferido! ?Pues claro! Hubiera preferido casarme con un porquerizo y vivir en un foso. ?Hubiera preferido cualquier cosa antes que enterrarme aqui por el resto de mis dias con una caterva de mujeres, en este condenado desierto adonde nunca viene nadie! Pero de nada sirve lamentarse, porque ahora he sido consagrada y estoy clavada aqui, para siempre. ?Pero en mi proxima vida espero ser bailarina en Awabath! Bien me lo habre ganado.

Arha la miro fijamente con ojos sombrios. No comprendia. Tenia la impresion de no conocer a Penta, de haberla mirado y no haber visto nunca a esta muchacha redonda y llena de vida y jugos, como una de aquellas hermosas manzanas doradas.

—?Y el Templo no significa nada para ti? —pregunto con cierta aspereza.

Penta, siempre sumisa y facil de intimidar, no se alarmo esta vez. —Yo se que tus Senores son muy importantes para ti —dijo con una indiferencia que choco a Arha—. De todos modos, eso tiene algun sentido, ya que eres su unica y privilegiada servidora. Y no solo has sido consagrada, sino que naciste para serlo. Pero piensa en mi, ?tengo que sentir el mismo respeto y todo lo demas por el Dios-Rey? Al fin y al cabo no es mas que un hombre, aunque viva en Awabath en un palacio de diez millas de largo con techos de oro. Anda por los cincuenta anos, y es calvo. Puedes verlo en todas las estatuas. Y te apuesto que tiene que cortarse las unas de los dedos de los pies como cualquier otro hombre. Se perfectamente bien que tambien es un dios. Pero yo digo que sera mucho mas divino cuando haya muerto.

Arha estaba de acuerdo con Penta, porque en secreto habia llegado a la conclusion de que los supuestos Emperadores Divinos de Kargad eran advenedizos, falsos dioses que pretendian reemplazar a las autenticas y eternas Potestades. Pero habia algo detras de las palabras de Penta con lo que no estaba de acuerdo, algo enteramente nuevo para ella, y que la asustaba. Por primera vez comprendia que distintas eran las gentes, y de que modo distinto veian la vida. Era como si hubiese levantado los ojos y visto de pronto un planeta enteramente nuevo que flotaba enorme y populoso al otro lado de la ventana, un mundo absolutamente desconocido, donde no importaban los dioses. La asustaba la firmeza del descreimiento de Penta. Asustada, ataco.

—Es verdad. Mis Senores han muerto hace mucho, mucho tiempo; y nunca fueron hombres… ?Sabes, Penta, que yo podria ponerte al servicio de las Tumbas? —La voz de Arha era amable, como si estuviese ofreciendo a Penta una buena oportunidad.

El color desaparecio de golpe de las mejillas de Penta.

—Si —dijo—, tu podrias. Pero yo no soy… Yo no serviria para eso.

—?Por que?

—Me da miedo la oscuridad —dijo Penta en voz baja.

Arha murmuro entre dientes, como protestando, pero estaba satisfecha. Habia oido lo que queria oir. Penta no creeria en los dioses, pero temia a los poderes innombrables de las tinieblas como toda alma mortal.

—Solo lo haria si tu quisieras, ya lo sabes —dijo Arha. Hubo un largo silencio entre las dos.

—Cada dia te pareces mas a Thar —dijo Penta con una voz dulce y sonadora—. ?Por fortuna, no te pareces a Kossil! ?Aunque eres tan fuerte! Yo tambien quisiera ser fuerte. Pero lo unico que me gusta es comer.

—Pues come —dijo Arha, condescendiente y divertida, y Penta se comio poco a poco una tercera manzana.

Un par de dias despues, las exigencias del interminable ritual del Lugar obligaron a Arha a dejar su retiro. Una cabra habia parido a destiempo un par de cabritos, y de acuerdo con la costumbre habia que sacrificarlos a los Dioses Gemelos: una ceremonia importante, a la que debia asistir la Primera Sacerdotisa. Y siendo el periodo oscuro de la luna, habia que celebrar las ceremonias de la oscuridad delante del Trono Vacio. Arha aspiro los vapores narcoticos de las hierbas que ardian delante del trono en grandes bandejas de bronce, y bailo sola y vestida de negro. Bailo para los espiritus invisibles de los muertos y los no nacidos, y mientras bailaba, los espiritus se congregaban en el aire de alrededor, siguiendo los giros y vueltas de los pies de Arha, y los movimientos lentos y seguros de sus brazos. Entono los canticos cuyas palabras ningun hombre entendia, y que ella habia aprendido de Thar, silaba por silaba, hacia mucho tiempo. Un coro de sacerdotisas ocultas en la oscuridad, detras de la doble hilera de columnas, repetia las misteriosas palabras de Arha, y el aire de la vasta sala en ruinas retumbaba de voces, como si una multitud de espiritus coreara los canticos una y otra vez.

El Dios-Rey de Awabath no envio nuevos prisioneros y poco a poco Arha dejo de sonar con los tres que desde hacia mucho tiempo estaban muertos y enterrados en fosas poco profundas, dentro de la gran caverna bajo las Piedras Sepulcrales.

Tenia que animarse y volver a la caverna. Era menester que volviese: la Sacerdotisa de las Tumbas tenia que ser capaz de entrar sin miedo en sus propios dominios, y conocer sus meandros.

La primera vez que entro por la puerta-trampa tuvo que esforzarse de veras, aunque no tanto como ella habia temido. Se habia preparado con tanto cuidado, estaba tan decidida a ir sola y a no perder la sangre fria, que se sintio casi decepcionada al descubrir que no habia nada que temer. Si habia tumbas, no alcanzaba a verlas; no veia nada. Estaba oscuro, en silencio. Y eso era todo.

Dia tras dia bajaba alli, entrando siempre por la trampa de detras del salon del Trono, hasta que conocio bien todo el recinto de la caverna de extranas paredes talladas, tan bien como es posible conocer lo que no se ve. Pero nunca se apartaba de las paredes, pues si atravesaba el gran espacio vacio, corria el riesgo de desorientarse en la oscuridad, y aun cuando, tanteando a ciegas, volviera a encontrar el muro, no sabria donde estaba. Habia comprendido, desde la primera vez, que en los lugares oscuros lo importante era saber que recodos y vanos habian quedado atras y cuales vendrian luego. Y para eso habia que contarlos, ya que al tacto todos eran iguales. Aquel juego insolito de guiarse por el tacto y el numero, en vez de la vista y el sentido comun, no era dificil para la bien ejercitada memoria de Arha. Pronto llego a reconocer todos los corredores que desembocaban en la Cripta, la red que se extendia bajo el Palacio del Trono y la cumbre de la Colina. Sin embargo habia un corredor en el que nunca entraba —el segundo a la izquierda, desde la puerta de la piedra roja—, porque sabia que si alguna vez entraba en el por error, confundiendolo con algun otro, podia ocurrir que nunca volviera a encontrar la salida. Y aunque el deseo de entrar alli, de conocer al fin el Laberinto, la acuciaba cada vez mas, se contenia tratando de aprender antes todo lo posible, estudiandolo desde fuera.

La misma Thar sabia bien poco, aparte de los nombres de algunas camaras, y la lista de direcciones, de recodos que habia que tomar o pasar de largo, para ir a esas camaras. Se los enumeraba a Arha, y se los describia, pero nunca quiso dibujarlos en el polvo, ni siquiera en el aire con un movimiento de la mano; y ella misma nunca habia recorrido esos recodos, nunca habia entrado en el Laberinto. No obstante, cuando Arha le preguntaba: «?Como se llega desde la puerta de hierro que siempre esta abierta hasta la Camara Pintada?», o: «?Cual es el camino que conduce desde la Camara de las Osamentas al tunel junto al rio?», Thar se quedaba un momento en silencio y luego recitaba las instrucciones aprendidas de la Arha anterior: se pasan de largo tantas intersecciones, se gira tantas veces a la izquierda, y asi sucesivamente. Y Arha lo aprendia todo de memoria, como lo aprendiera Thar, y a menudo le bastaba escucharlo una vez. De noche, en cama, lo repetia para sus adentros, tratando de imaginar los lugares, las camaras, las vueltas y revueltas.

Thar le enseno las numerosas mirillas que se abrian sobre el Laberinto en cada edificio y templo del Lugar, y aun al aire libre, bajo las rocas. La telarana de tuneles de piedra se extendia por debajo de todo el Lugar hasta mas alla de las murallas: millas y millas de tuneles en tinieblas. Ningun ser humano del Lugar, salvo ella, las dos sacerdotisas y los sirvientes, los eunucos Manan, Uahto y Duby, conocian la existencia de aquel laberinto. Los demas habian oido vagos rumores: sabian que habia cavernas o camaras bajo las Piedras Sepulcrales. Pero nadie sentia mucha curiosidad por las cosas de los Sin Nombre ni por los lugares que les habian sido consagrados. Quiza pensaban que cuanto menos supieran, mejor. La curiosidad de Arha, claro esta, era muy fuerte, y enterada de que habia mirillas para espiar el interior del Laberinto, las habia buscado; pero estaban tan bien escondidas en las losas de los suelos y la tierra del desierto que nunca habia descubierto ninguna, ni siquiera la de su propia Casa Pequena, hasta que Thar se la senalo.

Una noche, al comienzo de la primavera, tomo una linterna, y sin encenderla descendio a la Cripta y camino hasta el segundo pasadizo a la izquierda de la puerta roja.

En la oscuridad, penetro unos treinta pasos y cruzo luego el vano de la puerta, palpando el marco de hierro incrustado en la roca: el limite, hasta entonces, de sus exploraciones. Una vez pasada la Puerta de Hierro, siguio andando durante un largo rato, y cuando por fin el tunel empezo a curvarse hacia la derecha, encendio la bujia y miro alrededor. Pues aqui se permitia la luz. Ahora no estaba en la Cripta. Era un lugar menos sagrado, aunque quiza mas temible. Estaba en el Laberinto.

Las paredes, la boveda y el suelo de roca viva la rodeaban dentro de la pequena esfera de la vela. El aire

Вы читаете Las tumbas de Atuan
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×