– Tampoco yo.

– Ingeniero hidraulico, para mas senas -anadio Vianello con franca admiracion. La puerta de la questura estaba a pocos pasos. El guardia se habia refugiado en el interior. Era comprensible.

Brunetti se enjugo la cara con la manga de la camisa, admirandose de la estupidez que le habia hecho ponerse camisa de manga larga con semejante dia.

– ?Cuanto tiempo lleva aqui? -pregunto Brunetti, yendo hacia la escalera.

– No estoy seguro. Tres o cuatro anos. Supongo que sin papeles durante mucho tiempo. Siempre desaparecia cuando yo venia de uniforme. -Vianello sonrio al recordarlo-. Es curioso, un individuo tan alto, y era visto y no visto como si se hubiera evaporado.

– Es lo que voy a hacer yo -dijo Brunetti cuando llegaban al primer piso.

– ?Hacer que?

– Evaporarme.

– Esperemos que el no -dijo Vianello.

– ?Quien? ?Bambola?

– Si. Sergio no puede trabajar tantas horas. Y reconoce que el bar tiene mucho mejor aspecto. En un solo dia.

– Es que su mujer ha estado enferma -dijo Brunetti-. Tuvo suerte de encontrarlo.

– Trabajo duro, llevar un bar -dijo Vianello-. Todo el dia ahi metido, sin saber los problemas que vasa tener con la gente, y obligado a ser cortes con todo el mundo.

– Poco mas o menos, lo mismo que aqui -dijo Brunetti.

Vianello se rio y se alejo en direccion a la oficina de los agentes, y Brunetti tuvo que acometer el solo el segundo tramo de escalones.

3

Dos dias despues, sentado ante su escritorio, Brunetti especulaba sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo con los delincuentes de la ciudad. ?Se avendrian a dejar tranquila a la gente hasta que pasara la ola de calor? Desde luego, tal eventualidad requeria la existencia de una especie de organizacion central de maleantes, y Brunetti sabia que el crimen se habia diversificado e internacionalizado mucho para eso; ahora ya no existia un interlocutor con el que negociar. Antano, cuando el delito era cuestion puramente local, y los delincuentes, gente conocida e integrada en el tejido social, tal vez habria sido factible el acuerdo, porque ellos, tan afectados por el persistente calor como la policia, habrian cooperado de buen grado.

– Por lo menos, hasta el primero de septiembre -dijo en voz alta.

Muy acalorado para dedicar su atencion a los papeles que tenia en la mesa, Brunetti se permitio seguir divagando. ?Como convencer a los rumanos de que dejaran de birlar carteras; y a los gitanos, de enviar a sus hijos a robar por las casas? Y esto, en Venecia, porque, en el continente, las exigencias deberian ser mucho mas rigurosas, como la de que los moldavos dejaran de poner en venta a criaturas de trece anos y los albaneses suspendieran el trafico de drogas. Penso un momento en la posibilidad de convencer a los italianos -hombres como el y como Vianello- de que dejaran de buscar prostitutas adolescentes y droga barata.

Inmovil ante su escritorio, Brunetti sentia el cosquilleo de las gotas de sudor que le resbalaban por la piel. Habia oido decir que en Nueva Zelanda, con semejante calor, los hombres iban al despacho en shorts y camisa de manga corta. ?Y no habian decidido los japoneses prescindir de la chaqueta durante la canicula? Saco el panuelo y se enjugo el cuello. Con esta temperatura, la gente se mataba por una plaza de aparcamiento. O por una salida de tono.

Su pensamiento derivo hacia las promesas que habia hecho a Paola de que esta noche hablarian de sus propias vacaciones. El, veneciano, se convertiria a si mismo y a su familia en turistas, pero turistas que viajarian en sentido contrario, que abandonarian Venecia, dejando espacio a los millones de visitantes que se esperaban este ano. El anterior fueron veinte millones. «Que Dios se apiade de todos nosotros», penso.

Oyo un sonido en la puerta y, al levantar la cabeza, vio a la signorina Elettra banada por la luz que entraba por las ventanas como por la de un foco. ?Seria posible? ?Le enganaban los ojos o, al cabo de los mas de diez anos en que la secretaria de su superior le habia alegrado la vista con su impecable aspecto, tambien en ella habia hecho estragos el calor? ?No era una arruga lo que veia en el delantero derecho de su blusa de lino blanco?

Brunetti parpadeo y mantuvo los ojos cerrados un momento. Al abrirlos descubrio que la arruga habia sido una ilusion optica, una sombra proyectada por la luz de las ventanas. Ella se paro en el umbral, miro por encima del hombro y entonces aparecio a su lado otra persona.

– Buenos dias, dottore -dijo ella.

El hombre que estaba a su lado sonrio al saludarlo.

– Ciao, Guido.

Ver a Toni Brusca fuera de su despacho de la Commune en horas habiles era como ver a un topo a plena luz del dia. Brusca siempre habia hecho pensar a Brunetti en este animalito: pelo oscuro y espeso, con un mechon blanco a un lado, cuerpo robusto, piernas cortas y una tenacidad increible cuando un asunto atrapaba su interes.

– He encontrado a Toni cuando venia -dijo la signorina Elettra. Brunetti ignoraba que se conocieran-, y he pensado en guiarlo hasta su despacho. -Ella retrocedio y dedico al visitante la que Brunetti consideraba su sonrisa de primera clase. Esto indicaba o que Brusca era un buen amigo o que, siendo la signorina Elettra mujer instintivamente calculadora, estaba enterada de que este hombre era jefe del departamento de Expedientes Laborales de la Commune y, por lo tanto, podia serle de utilidad.

Brusca correspondio con un amistoso movimiento de la cabeza y se acerco a la mesa de Brunetti al tiempo que echaba una ojeada al despacho.

– Tu tienes mas luz que yo, desde luego -dijo con franca admiracion. Brunetti observo que su visitante traia una cartera.

El comisario dio la vuelta a la mesa, estrecho la mano de Brusca, le dio varias palmadas en el hombro e hizo una sena con la cabeza a la signorina Elettra. Ella le respondio con una sonrisa, aunque no de primera clase, y salio del despacho.

Brunetti acerco una silla y se sento frente a su amigo, que habia dejado la cartera en el suelo antes de sentarse, y espero. Sin duda, Brusca no habia venido para hablar de las respectivas ventajas de sus despachos. Toni no era de los que pierden tiempo ni energias cuando quieren hacer -o averiguar- alguna cosa. Esto lo sabia Brunetti desde que los dos estudiaban secundaria. Con el siempre fue la mejor tactica la de mantenerse a la expectativa, y esto pensaba hacer ahora.

No tuvo que esperar mucho. Brusca dijo:

– Quiero preguntarte una cosa, Guido. -Se inclino, puso la cartera sobre las rodillas y la abrio. Saco una carpeta de plastico transparente que contenia varios papeles.

Dejo la cartera en el suelo y los papeles en sus rodillas, y miro a su amigo.

– En la Commune viene a hablar conmigo mucha gente -dijo. Al ver que Brunetti asentia, prosiguio-: Y, a veces, las cosas que me dicen despiertan mi curiosidad y entonces pregunto por ahi y me entero de mas cosas. Y, como estoy siempre en mi despacho de la planta baja, que por cierto solo tiene una ventana, y como mi trabajo me induce a sentir curiosidad por lo que hace la gente…, y como siempre, ademas de minucioso, soy muy cortes, la gente suele contestar a mis preguntas.

– ?Aunque no sean cosas de tu incumbencia profesional? -pregunto Brunetti, que empezaba a sospechar por que Brusca habia venido a ver a su amigo policia.

– Exactamente.

– ?Es lo que tienes ahi? -pregunto Brunetti senalando los papeles con la barbilla. Al comisario tampoco le gustaba perder tiempo.

Brusca miro los papeles, los saco de la carpeta y los paso a Brunetti.

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