Fornelli hizo una mueca casi imperceptible y, sin duda, involuntaria, antes de retomar la palabra.

– Cuando fui a verlo, para intentar precisar como estaba el tema, me dijo que se disponia a solicitar que se archivase el caso. El plazo de seis meses esta a punto de expirar, me dijo, y el no cuenta con ningun elemento que justifique el que se prorroguen las investigaciones.

– ?Y tu que hiciste?

– Yo intente explicarle que no se podia cerrar el asunto de esa forma, pero el me contesto que, si contaba con nuevos datos que ofrecerle, lo hiciera y que el tendria en cuenta la solicitud. A falta de eso pediria que se archivase el caso, lo que, naturalmente, no impediria (anadio) la reapertura de la investigacion si surgian con posterioridad elementos nuevos.

– Asi es -dije mientras empezaba a intuir por que motivo habian acudido a mi.

– Tonino y Rosaria, bajo mi consejo, quieren encargarte que estudies el dosier y que establezcas que ulteriores investigaciones pueden sugerirsele al fiscal para que no se cierre la investigacion.

– Os agradezco mucho la confianza, pero este es trabajo para un investigador, no para un abogado.

– No nos inspira confianza acudir directamente a un investigador privado. Tu eres abogado penalista, eres bueno, has visto muchos expedientes, sabes en que consiste una investigacion. Ni que decir tiene que el dinero es un problema menor. Mejor dicho, no es un problema en absoluto. Se gastara lo que haga falta, en tus honorarios y, eventualmente, en los de un detective, si necesitas su ayuda.

Eso sin contar con que no habia forma de establecer mis honorarios por una prestacion profesional de ese tipo. Las tarifas profesionales no preven «consultoria investigadora por busqueda de personas desaparecidas». La idea, desagradable, se materializo en mi cabeza sin que me diera cuenta siquiera e hizo que me sintiera a disgusto. Mire a mi alrededor, me cruce con la cara del padre e intui que quiza se estaba medicando. Psicofarmacos. Quiza su expresion ausente obedecia a ese motivo. El malestar aumento. Pense que debia rehusar amablemente, y punto. Que era injusto darles falsas esperanzas y coger su dinero. Pero no sabia como decirselo.

Me sentia como el malhumorado personaje de ciertas novelas policiacas de segunda. Uno de esos investigadores desgarrados y escepticos que reciben la visita del cliente, dicen que no pueden aceptar el caso - solo para darle un poco de ritmo, un principio de suspense a la historia- y luego cambian de idea y se lanzan en picado a resolver el caso. Y que, por supuesto, consiguen resolverlo.

Pero en aquella historia no habia nada que resolver. Quiza no volverian a saber de la joven; o quiza si, pero yo no era, desde luego, la persona mas indicada para darles las noticias que deseaban.

Hable casi sin darme cuenta y sin controlar completamente mis palabras. Como suele ocurrirme, dije cosas distintas a las que estaba pensando.

– No quiero que se hagan ilusiones. Probablemente, muy probablemente, la policia y los carabinieri han hecho todo lo que se podia hacer. Si hay fallos importantes podemos intentar hacer alguna comprobacion y alguna instancia de integracion probatoria pero, repito, no se hagan muchas ilusiones. ?Dices que tienes la copia integra del dosier?

– Si, manana te la traigo.

– De acuerdo, pero no hace falta que me la traigas tu, puede acercarmela alguno de tus ayudantes.

Fornelli, con un gesto algo desmanado, saco un sobre y me lo dio.

– Gracias, Guido. Este es un anticipo por tus gastos. Tonino y Rosaria insisten en que lo aceptes. Estamos seguros de que podras ayudarnos. Gracias.

Como no, pense. Resolvere el misterio, entre un vaso de whisky y una buena pelea a punetazos. Me senti como Nick Belane, el grotesco investigador privado de Charles Bukowski, y el asunto no tenia nada de divertido.

Despues de acompanarlos hasta la puerta, regrese a mi despacho, atravesando el bufete vacio y oscuro. Durante unos instantes senti una inquietud que me remitia a mis miedos infantiles. Me sente frente al escritorio y mire el sobre que se habia quedado justo donde lo habia dejado Fornelli. Luego lo abri y saque un cheque en el que estaba escrita una cifra desproporcionadamente alta. Durante unos segundos mi vanidad se sintio halagada, luego volvi a experimentar aquella sensacion de incomodidad.

Pense que debia devolverlo, pero inmediatamente despues me di cuenta de que para los Ferraro -y quiza para Fornelli- pagarme era una forma de aplacar su angustia. Les creaba la ilusion de que al pago le iba a seguir, inevitablemente, una actuacion util y concreta. Si les hubiese devuelto el cheque les habria confirmado que no habia realmente nada que hacer y les habria privado tambien de aquel minimo, provisional alivio.

Por lo tanto, no podia hacerlo. Al menos, no inmediatamente.

No conseguia quitarme de la cabeza la cara del senor Antonio Ferraro, mas conocido como Tonino. A todas luces, enloquecido de dolor por haber perdido a su hija primogenita.

Me conecte a YouTube, y encontre aquella vieja cancion. Puse los pies sobre el escritorio y entrecerre los ojos mientras comenzaban los primeros acordes de una grabacion en directo.

El vive ahora en Atlanta con un sombrero lleno de recuerdos.

Tiene la cara de quien ya ha comprendido.

En efecto.

6

En la calle corria un aire frio, sobre todo por el mistral.

No tenia ganas de irme a casa, no tenia ganas de refugiarme, agazapado, en la soledad que, a veces, se expandia algo excesivamente por las habitaciones de mi apartamento. Antes de irme a dormir, necesitaba que se evaporasen aquellos tristes y desagradables humores. Como necesidad secundaria, tambien me hacia falta comer algo nutritivo y beber algo reconfortante. Asi que decidi ir al Chelsea Hotel.

No al famoso hotel de ladrillos rojos situado en la calle 23 en Chelsea, Manhattan, sino a un local -en el barrio de San Girolamo, Bari- que habia descubierto unas pocas semanas antes y que se habia convertido en mi sitio preferido para pasar las noches que no queria quedarme en casa.

Desde que me habia mudado al nuevo bufete habia tomado la costumbre de dar largos paseos nocturnos por zonas que no conocia de la ciudad. Salia, como aquella noche, a eso de las diez, me tomaba un bocadillo deprisa y corriendo, o una porcion de pizza o un sushi, y echaba a andar, con el paso de quien se dirige a un lugar muy concreto y no puede perder el tiempo. En realidad, no tenia que llegar a ninguna parte, aunque si es probable que estuviese buscando algo.

Esos paseos nocturnos eran un buen sustituto de los entrenamientos pugilisticos cuando no me apetecia lo mas minimo entrenar pero, sobre todo, eran mi forma de explorar la ciudad y mi soledad. Cada tanto, me detenia a reflexionar sobre lo mucho que se habian enrarecido mis relaciones sociales desde que Margherita se habia ido y, mas aun, desde que me informo de que no iba a volver.

Anoraba mi vida anterior -mejor dicho, mis vidas anteriores-. Las mas o menos normales. Las que tenia cuando estaba casado con Sara o, precisamente, cuando estaba Margherita. Pero era una anoranza leve, sin sufrimiento. O, al menos, con un grado de sufrimiento muy soportable.

A veces pensaba que me gustaria encontrar a alguien que me gustase tanto como me habian gustado ellas, pero me daba cuenta de que la hipotesis no era realista. La idea me producia una cierta tristeza, pero tambien esta era soportable, por lo general. Y cuando, a veces, esa tristeza aumentaba, y bordeaba peligrosamente la autocompasion, me decia que no tenia de que quejarme. Tenia el trabajo, el deporte, algun que otro viaje a solas, alguna escapada, de vez en cuando, con amigos amables y distantes. Y ademas estaban los libros. Algo echaba en falta, claro. Pero yo era de ese tipo de personas que de pequeno se quedaba muy impresionado cuando le decian que pensase en los ninos de Africa que se morian de hambre.

Unas semanas antes habia salido del bufete hacia las diez de la noche, despues de un dia de lluvia ininterrumpida. Habia comprado un yogur al te verde en una tienda de productos etnicos que esta abierta hasta muy tarde y me habia encaminado, comiendo, hacia el norte.

Me gusta mucho comer por la calle. En las condiciones adecuadas -y aquellos paseos nocturnos lo eran- me devuelve recuerdos de mi infancia. Recuerdos nitidos, intactos y sin rastro de melancolia. A veces, me produce

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