no saliera del refugio.

– ?Si vuelves a golpear a mi padre, a mi madre, o a mi, te juro que te echare para siempre de nosotras! - vocifero ella con toda la fuerza de sus pulmones.

Hasta el viento parecio detenerse. Pedro sintio la oleada de miedo que penetraba por sus cabellos y sospecho que ese terror eran las emociones del duende.

La familia se acosto temprano despues de colocar emplastos en la cabeza de Pedro, quien juro que jamas volveria a hablar con el Martinico; preferia que fueran otros los que recibieran las pedradas. Ademas, no sabia si las palabras de su hija tendrian un efecto permanente y no deseaba exponerse de nuevo. De todos modos, debia descansar. Llevaba dos dias trabajando en un pedido de vasijas que pensaba decorar a la manana siguiente.

En medio de la noche los desperto un estruendo espantoso, como si un trozo de luna se hubiera desplomado sobre la tierra. Pedro encendio un cirio y salio de la casa tiritando, seguido por su mujer e hija. La campina semejaba una gruta ciega.

En el taller de alfareria reinaba el pandemonium: las vasijas volaban en todas direcciones, estallando en mil fragmentos al chocar contra las paredes; las mesas temblaban sobre sus patas; el torno daba vueltas como un molino indetenible… Pedro contemplo el desastre, ciego de desesperacion. Con aquel duende impenitente, su oficio de alfarero estaba condenado a la ruina.

– Mujer, empieza a recoger las cosas -murmuro-. Nos vamos a Torrelila.

– ?Como?

– Que nos vamos con el tio Paco. Se acabo la alfareria. Clara empezo a llorar. -Con lo que has trabajado…

– Manana vendere lo que pueda. Con ese dinero nos iremos a lo del tio, que ya me lo ha pedido muchas veces. -Y confiado en que el duende no lo oiria mientras siguiera destrozando cosas, agrego-: A partir de ahora, este Martinico comera azafran.

Humo y espuma

El mar reptaba hasta la orilla, derramando alli su cargamento de algas y besando los pies de quienes dormitaban cerca. Luego se replegaba como un felino furtivo para volver a su acoso con insistencia.

– No, nunca he vuelto -dijo Gaia-. Y creo que nunca lo hare.

– ?Por que?

– Demasiados recuerdos.

– Todos los tenemos.

– No tan terribles como los mios.

El sol descendia en South Beach, y la multitud de cuerpos jovenes y dorados comenzaba a cambiar sus atuendos de andar por otros mas acordes con la noche sofisticada de Miami. Las muchachas llevaban horas sentadas frente al mar y habian tenido tiempo de conversar sobre sus experiencias comunes en la isla, aunque no de aquellas que son propias de cada persona. Cecilia lo habia intentado, pero la otra se empenaba en guardar un extrano silencio.

– Es por esa casa fantasma, ?verdad? -aventuro Cecilia.

– ?Como?

– No quieres regresar a Cuba por aquella casa que me contaste.

Gaia asintio.

– Tengo una teoria -murmuro Gaia despues de un instante-. Pienso que ese tipo de casas que cambian de sitio o de apariencia son las almas de ciertos lugares.

– ?Y si hubiera dos o mas merodeando por la misma zona? -pregunto Cecilia-. ?Todas son almas de la misma ciudad?

– Un lugar puede tener mas de un alma. O mas bien, diferentes facetas de un alma. Los lugares son como las personas. Tienen muchas caras.

– La verdad es que jamas habia oido hablar de casas fantasmas que cambiaran de esa manera que me has contado.

– Yo tampoco, pero te aseguro que en La Habana existe una mansion que se transforma cada vez que entras en ella; y ahora, en Miami, existe otra que se pasea por todas partes.

Cecilia escarbo en la arena y encontro un caracol.

– ?Como era la casa de La Habana? -pregunto.

– Un lugar de enganos, un monstruo hecho para confundir. Alli nada es lo que parece, y lo que parece nunca es. No creo que el espiritu humano este preparado para vivir en semejante incertidumbre.

– Pero nunca podemos estar seguros de nada.

– En la vida siempre hay imprevistos y accidentes; esa es la dosis de inseguridad que admitimos. Pero si ocurre algo que conmueve los cimientos de lo cotidiano, la desconfianza empieza a cobrar proporciones inhumanas. Es ahi donde se vuelve peligrosa para la cordura. Podemos soportar nuestros miedos individuales si sabemos que el resto de la sociedad fluye dentro de ciertos parametros normales, porque en el fondo esperamos que esos temores solo sean un pequeno disloque individual que no se reflejara en el exterior. Pero apenas el miedo afecta el entorno, el individuo pierde su sosten natural; pierde la posibilidad de acudir a otros en busca de ayuda o consuelo… Eso era la casa fantasma de La Habana: un pozo oscuro y sin fondo.

Cecilia la observo de reojo.

– ?Crees que la casa de Miami sea como aquella?

– Por supuesto que no -respondio Gaia vivamente.

– Entonces ?por que no quieres hablar de ella?

– Ya te dije que esas mansiones fantasmas contienen trozos del alma de una ciudad. Los hay oscuros y los hay luminosos. No quiero averiguar de que tipo es este. Por si acaso.

– Es una pena que nunca me contaras sobre la segunda vez que viste la casa -aventuro Cecilia, sin mucha esperanza.

– Estaba en la playa.

Cecilia se sobresalto.

– ?Aqui?

– No, en la playita de Hammock Park, cerca de Old Cutler Road. ?Nunca has ido?

– La verdad es que salgo muy poco -admitio Cecilia, casi avergonzada-. No hay mucho que ver en Miami.

Ahora fue Gaia quien la miro de un modo curioso, aunque no anadio nada.

– ?Y que paso? -la animo Cecilia.

– Una tarde fui al restaurante que hay frente a esa playa. Me gusta comer mirando el mar. Cuando acabe, decidi caminar un poco por el parque y me entretuve mirando una zarigueya con su cria. Habian bajado de un cocotero y ya se metian en el bosquecito cuando la madre se detuvo, alzo la cola y huyo entre la maleza con su hijo. Al principio no supe que los habia espantado. A poca distancia, solo habia una casa que parecia vacia. Las matas la cubrian un poco, asi es que no la distingui bien hasta que estuve cerca. Entonces la puerta se abrio y vi a una mujer vestida con ropa de otra epoca.

– ?Un traje largo? -la interrumpio Cecilia, pensando en las doncellas fantasmas de los libros.

– No, nada de eso. Era una senora con un vestido de flores, parecido a los trajes de los anos cuarenta o cincuenta. La senora me sonrio muy amable. Detras salio un viejo que tio me hizo el menor caso. Cargaba una jaula vacia, que colgo de un gancho. Me acerque un poco mas y entonces descubri que habia otro piso encima, rodeado por un balcon. Ahi fue cuando reconoci la casa: era la misma que habia visto junto a la mia aquella noche.

– ?Y la mujer te hablo?

– Creo que iba a decirme algo, pero no le di tiempo. Sali corriendo.

– ?Puedo contarlo en mi articulo?

– No.

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