evitar lo que llamaba «el contagio», le hizo jurar que jamas le hablaria a la nina de esa tradicion visionaria y que mucho menos le contaria historias de duendes ni de seres sobrenaturales. Por eso casi se murio del susto el dia en que Angelita, con apenas doce anos, se quedo mirando el estante donde el colocaba sus vasijas a secar y susurro con aire de sorpresa:

– ?Que hace ese enano alli?

– ?Cual enano? -repuso su padre, tras echar una rapida ojeada a la repisa.

– Hay un hombrecito vestido de cura, sentado sobre esa pila de platos -respondio la nina, bajando aun mas la voz; y al notar la expresion de su padre, agrego-: ?No lo ves?

Pedro sintio que se le erizaban todos los pelos del cuerpo. Esa fue la confirmacion de que, pese a sus precauciones, la sangre de su hija estaba contaminada con aquella epidemia sobrenatural. Espantado, la agarro por un brazo y la arrastro fuera del taller.

– Lo ha visto -susurro al oido de su mujer.

Pero Clara recibio la noticia con regocijo.

– La nina ya es una moza -murmuro.

No fue sencillo convivir con dos mujeres que veian y escuchaban lo que el no podia percibir, por mucho que se esforzara. Sobre todo, le resultaba dificil aceptar el cambio en su hija. A su mujer ya la habia conocido con esa mania. En cambio, Angela siempre habia sido una nina normal que preferia corretear tras las gallinas o treparse a los arboles. Jamas habia prestado atencion a las historias de aparecidos o de moras encantadas que a veces circulaban por el pueblo. ?Y ahora aquello!

Clara tuvo una larga conversacion con Angela para explicarle quien era el visitante y por que solo ambas lo veian. No fue necesario pedirle que mantuviera la boca cerrada. Su hija siempre fue una nina juiciosa.

Solo Pedro se veia abatido. Su hija lo sorprendio varias veces mirandola con aire consternado. Instintivamente comprendio lo que ocurria y trato de ser mas carinosa con el para demostrar que seguia siendo la misma. Poco a poco, el hombre comenzo a olvidar su ansiedad. Casi se habia acostumbrado a la idea del Martinico cuando ocurrio lo otro.

Un buen dia, cuando ya Angela estaba por cumplir dieciseis anos, la joven amanecio palida y llorosa. Se nego a hablar y a comer. Permanecio quieta como una estatua, indiferente al mundo, y sintiendo que su pecho podria estallar como una fruta madura al caer del arbol.

Sus padres la mimaron, la tentaron con golosinas, y terminaron por gritarle y encerrarla en un cuarto. Pero no estaban furiosos, solo asustados; y no sabian como hacerla reaccionar. Cuando agotaron todos los recursos, Clara decidio llevarla a la Obispa, una mujer sabia y emparentada con los poderes del cielo porque su hermano era obispo en Toledo. El curaba las almas con la palabra de Dios y ella curaba los cuerpos con la ayuda de los santos.

Los oficios de la aojadora confirmaron lo que Clara ya sospechaba: su hija era victima del mal de ojo; pero la Obispa tenia remedios para cualquier eventualidad y despues del exorcismo la madre se sintio mas tranquila, segura de que las oraciones ayudarian. Pedro hubiera deseado tener la misma confianza. Mientras regresaban observo con disimulo a su hija, tratando de advertir alguna senal de mejoria. La joven caminaba cabizbaja, mirando el suelo como si tanteara por primera vez los senderos humedos y frios de la sierra que, en aquel placido ano de 1886, parecian mas desolados que de costumbre.

«Habra que esperar», se dijo.

El viento olia a sangre y las gotas de lluvia se prendian en su piel como dedos espinosos. Cada rayo de sol era un dardo que le perforaba las pupilas. Cada destello de luna era una lengua que lamia sus hombros. Tres meses despues del exorcismo, Angela se quejaba de esas y otras monstruosidades.

– No esta aojada -sentencio la Obispa, cuando Clara volvio a llamarla-. Tu hija tiene el mal de madre.

– ?Que es eso? -pregunto desde su susto dona Clara.

– El utero, el sitio de la paridera, se ha desprendido de su lugar y ahora esta vagando por todo el cuerpo. Eso causa dolores de alma en las mujeres. Esta, al menos, anda callada. A otras les da por chillar como lamias en celo.

– ?Y que hacemos?

– Es un caso grave. Lo unico que puedo recomendar son rezos… Ven aqui, Angela.

Las tres mujeres se arrodillaron en torno a una vela:

En el nombre de la Trinidad,

de la misa de cada dia,

y el evangelio de San Juan,

Madre Dolorida,

vuelvete a tu lugar.

Pero el rezo no sirvio de nada. Amanecia, y Angela lloraba por los rincones. Llegaba el sol al cenit, y Angela contemplaba la comida sin tocarla. Atardecia, y Angela se quedaba junto a la puerta de su casa, despues de haber vagado durante horas, mientras el Martinico hacia de las suyas… Y eso fue lo mas terrible: el mal de madre atonto a Angela, pero empeoro la conducta del duende.

Todas las tardes, cuando la joven se sentaba a contemplar las crecientes sombras, las piedras volaban sobre los caminantes que traian sus ganados de pastar o de beber, o atacaban a los comerciantes que regresaban de vender sus mercancias. Los aldeanos se quejaron ante Pedro, quien no tuvo mas remedio que revelarles el secreto del Martinico.

– Sea duende o espectro, solo queremos que no nos rompa la crisma. -Era la suplica comun, despues de conocer la novedad.

– Hablare con Angela -decia el padre con un nudo en la garganta, sabiendo de antemano que la conducta del duende dependia del animo de su hija y que, al mismo tiempo, lo que el Martinico hacia era independiente de la voluntad de la muchacha.

– Angela, tienes que convencerlo. Ese duende no puede seguir molestando a la gente o nos echaran de aqui.

– Diselo tu, padre -respondia ella-. Tal vez a ti te escuche.

– ?Crees que no se lo he pedido antes? Pero no parece oirme. Sospecho que nunca esta presente cuando le hablo.

– Hoy si.

– ?Esta cerca?

– Ahi mismo.

Pedro casi volco un tarro de mermelada.

– No lo veo.

– Si le hablas, te oira.

– Caballero Martinico…

Empezo su respetuoso discurso como ya habia hecho otras veces, a lo cual siguio una parrafada donde le explicaba los problemas que podia ocasionar su conducta a la propia Angelita. No se lo rogaba por el, que era un indigno y misero alfarero, sino por su esposa y por su nina, gracias a las cuales el respetable duende podia vivir entre los humanos.

Era evidente que el Martinico lo escuchaba. Durante la charla, los alrededores permanecieron tranquilos. Dos vecinos pasaron de largo y oyeron la perorata del hombre, que parecia dirigirse al aire, pero como ya estaban al tanto de la existencia del duende, sospecharon lo que ocurria y se apresuraron a seguir antes de que los alcanzara algun proyectil.

Pedro termino su discurso y, satisfecho de su gestion, dio media vuelta para regresar a sus labores. De inmediato las piedras volvieron a llover en todas direcciones hasta que una de ellas le dio en la cabeza. Angela fue a socorrerlo y recibio un garrotazo en plenas posaderas. Ambos tuvieron que esconderse en el taller, pero las piedras siguieron sacudiendo la casucha y amenazaron con desplomarla. Por primera vez en muchos meses, Angela parecio salir de su estupor.

– ?Eres un duende horrible! -le grito, mientras limpiaba el rostro ensangrentado de su padre-. Te odio. ?No quiero verte mas!

Como por ensalmo, todo se calmo. Aun se escucharon los graznidos de algunas aves, asustadas por la ruidosa tempestad de piedras, pero Angela estaba tan furiosa que no atendio a los ruegos de su padre para que

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