Daina Chaviano

La isla de los amores infinitos

© Daina Chaviano, 2006

A mis padres.

Estas en mi corazon aunque estoy lejos de ti…

Ernesto Lecuona

(Cuba, 1895 – Islas Canarias, 1963)

***

PRIMERA PARTE. Los Tres Origenes

De los apuntes de Miguel

MI CHINO… MI CHINA:

Locucion de carino con que se llaman los cubanos entre si, sin que para ello el aludido deba tener sangre asiatica.

Lo mismo ocurre con la expresion «mi negro» o «mi negra», que no se aplica necesariamente a quienes tienen la piel de ese color.

Se trata de una simple formula amistosa o amorosa, cuyo origen se remonta a la epoca en que se inicio la mezcla entre las tres etnias principales que conforman la nacion cubana: la espanola, la africana y la china.

Noche azul

Estaba tan oscuro que Cecilia apenas podia verla. Mas bien adivinaba su silueta tras la mesita pegada a la pared, junto a las fotos de los muertos sagrados: Benny More, el genio del bolero; Rita Montaner, la diva mimada por los musicos; Ernesto Lecuona, el mas universal de los compositores cubanos; el retinto chansonnier Bola de Nieve, con su sonrisa blanca y dulce como el azucar… La penumbra del local, casi vacio a esa hora de la noche, ya empezaba a contaminarse con el humo de los Marlboro, los Dunhill y alguno que otro Cohiba.

La muchacha no prestaba atencion al parloteo de sus amigos. Era la primera vez que iba al lugar y, aunque reconocio cierto encanto en el, su propia tozudez -o quizas su escepticismo- aun no la dejaba admitir lo que era evidente. En aquel bar flotaba una especie de energia, un aroma a embrujo, como si alli se abriera la entrada a otro universo. Fuera lo que fuera, habia decidido comprobar por si misma las historias que circulaban por Miami sobre aquel tugurio. Se habia sentado con sus amigos cerca de la barra, uno de los dos unicos sitios iluminados. El otro era una pantalla por donde desfilaban escenas de una Cuba esplendida y llena de color, pese a la antiguedad de las imagenes.

Fue entonces cuando la vio. Al principio se le antojo una silueta mas oscura que las propias tinieblas que la rodeaban. Un reflejo le hizo suponer que se llevaba una copa a los labios, pero el gesto fue tan rapido que dudo de haberlo visto. ?Por que se habia fijado en ella? Quizas por la extrana soledad que parecia acompanarla… Pero Cecilia no habia ido alli para alimentar nuevas congojas. Decidio olvidarla y ordeno un trago. Eso la ayudaria a indagar en ese acertijo en que se habia transformado su espiritu: una region que siempre creyo conocer y que ultimamente se le antojaba un laberinto.

Se habia marchado de su tierra huyendole a muchas cosas, a tantas que ya no valia la pena recordarlas. Y mientras veia perderse en el horizonte los edificios que se desmoronaban a lo largo del malecon -durante aquel extrano verano de 1994 en que tantos habian escapado en balsa a plena luz del dia-, juro que nunca mas regresaria. Cuatro anos mas tarde, continuaba a la deriva. No queria saber del pais que dejara atras; pero seguia sintiendose una forastera en la ciudad que amparaba al mayor numero de cubanos en el mundo, despues de La Habana.

Probo su Martini. Casi podia ver el reflejo de su copa y el vaiven del liquido transparente y vaporoso que punzaba su olfato. Trato de concentrarse en aquel diminuto oceano que se balanceaba entre sus dedos, y tambien en aquella otra sensacion. ?Que era? La habia sentido apenas entrara a ese bar, descubriera las fotos de los musicos y contemplara las imagenes de una Habana antigua. Su mirada tropezo de nuevo con la silueta que permanecia inmovil en aquel rincon y en ese instante supo que era una anciana.

Sus ojos regresaron a la pantalla donde un mar suicida se arrojaba contra el malecon habanero, mientras el Benny cantaba: «…y cuando tus labios bese, mi alma tuvo paz». Pero la melodia no hizo mas que provocarle lo contrario de lo que pregonaba. Busco refugio en el trago. Pese a su voluntad de olvido, la asaltaban emociones vergonzosas como aquel vertigo de su corazon ante lo que deseaba despreciar. Era un sentimiento que la aterraba. No se reconocia en esos latidos dolorosos que ahora le provocaba aquel bolero. Se dio cuenta de que empezaba a anorar gestos y decires, incluso ciertas frases que detestara cuando vivia en la isla, toda esa fraseologia de barrios marginales que ahora se moria por escuchar en una ciudad donde abundaban los hi, sweetie o los excuse me mezclados con un castellano que, por provenir de tantos sitios, no pertenecia a ninguno.

«?Dios!», penso mientras sacaba la aceituna de su copa. «Y pensar que alla me dio por estudiar ingles.» Dudo un instante: no supo si comerse la aceituna o dejarla para el final del trago. «Y todo porque me entro la obsesion de leerme a Shakespeare en su idioma», recordo, y hundio los dientes en la aceituna. Ahora lo odiaba. No al calvito del teatro The Globe, por supuesto; a ese continuaba venerandolo. Pero estaba harta de escuchar una lengua que no era la suya.

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