– Nina, baja la voz -dijo el muchacho-. No me llames asi que despues los enemigos empiezan a hacer preguntas.
Cecilia se puso de pie, tanteando el interior de su bolso para sacar un billete, pero Freddy lo rechazo.
– No, esta noche va por nosotros. Para eso te invitamos.
Besos tenues como mariposas. En la penumbra, Cecilia comprobo de nuevo que la anciana ya no estaba. Sin saber por que, se resistia a abandonar el local. Camino despacio, tropezando con las sillas, sin dejar de mirar la pantalla donde una pareja de otra epoca bailaba un son como ya nadie de su generacion sabia bailar. Finalmente salio al calor de la noche.
Las visiones surgidas del relato de la anciana y la evocacion de una Habana pletorica de deidades musicales le habian dejado un raro sentimiento de bilocacion. Se sintio como esos santos que pueden estar en dos lugares al mismo tiempo.
«Estoy aqui, ahora», se dijo.
Miro su reloj. Era tan tarde que no habia portero. Era tan tarde que no habia un alma a la vista. La certeza de que tendria que caminar sola hasta la esquina termino por devolverla a la realidad.
Las nubes se tragaron la luna, pero fueron perforadas por rayos de leche. Dos pupilas infernales se abrieron junto a un muro. Un gato se movia entre los arbustos, atento a su presencia. Como si fuera una senal, el disco lunar volvio a escapar de su vaporoso eclipse y alumbro al felino: un animal de plata. Cecilia estudio las sombras: la suya y la del gato. Era una noche azul, como la del bolero. Quizas por esa razon, volvio a evocar el relato de Amalia.
Esperame en el cielo
Lingao-fa decidio que era una noche propicia para morir. El aire calido soplaba entre las espigas que emergian timidamente de las aguas. Quizas fuera la brisa, con sus dedos de espiritu acariciando sus ropas, lo que la lleno con esa sensacion de lo inevitable.
Se puso de puntillas para aspirar mejor las nubes. Todavia era esbelta, como los lotos que adornaban el estanque de los peces con colas de gasa. Su madre solia sentarse a contemplar los bulbosos tallos que se perdian en el cenagal, se inclinaba a tocarlos y eso la llenaba de paz. Siempre sospecho que su contacto con las flores habia provocado en su hija aquellos rasgos delicados que tanta admiracion despertaran desde su nacimiento: la piel tersisima, los pies suaves como petalos, el cabello liso y brillante. Por eso, cuando llego el momento de celebrar su llegada -un mes despues del parto-, decidio que asi se llamaria: Flor de Loto.
Contemplo los campos humedos que esa tarde parecian hincharse como sus pechos cuando amamantaba a la pequena Kui-ta, su capullo de rosa. La nina tenia once anos y pronto habria que buscarle esposo; pero esa tarea quedaria en manos de su cunado Weng, como correspondia al pariente masculino mas cercano.
Con paso vacilante se dirigio al interior. Debia ese equilibrio inestable al tamano de sus pies. Durante anos, su madre se los vendo para que no crecieran: requisito importante si deseaba conseguir un buen casamiento. Por eso ella se los vendaba ahora a la pequena Kui-fa, pese a sus llantos y protestas. Era un proceso agonico: todos los dedos, excepto el mayor, debian quedar doblados hacia el suelo; despues se colocaba en el arco una piedra que quedaba ajustada con las vendas. Aunque ella misma habia abandonado la costumbre desde la muerte de su marido, algunos huesecillos rotos y mal fundidos habian dejado una huella permanente en su forma de moverse.
Llego a la cocina donde Mey Ley trozaba unas verduras, y comprobo que su hija jugaba junto al fogon. Mey Ley no era una sirvienta cualquiera. Habia nacido en casa adinerada e incluso aprendio a leer, pero varias desgracias sucesivas terminaron convirtiendola en la concubina de un terrateniente. Unicamente la muerte del amo la habia liberado de su condicion. Sola y sin recursos, opto por ofrecer sus servicios a los Wong.
– ?Buscaste las coles, Mey Ley?
– Si, senora.
– ?Y la sal?
– Todo lo que me encargo -y anadio timidamente-: La senora no debe preocuparse.
– No quiero que suceda lo mismo del ano pasado.
Mey Ley enrojecio de verguenza. Aunque su ama nunca le reprocho nada, sabia que la pasada inundacion habia ocurrido por su culpa. Ya estaba vieja y olvidaba ciertas cosas.
– Este ano no tendremos problemas -se animo a decir-. Los senores del templo tienen trajes lujosos.
– Ya se, pero a veces los dioses son rencorosos. Es bueno que tengamos reservas, por si acaso.
Lingao-fa se dirigio al dormitorio, seguida por los vapores del caldo que se cocia. Su temprana viudez habia despertado la codicia de varios hacendados, no solo debido a su belleza, sino porque el difunto Shi le habia dejado numerosos terrenos donde crecian el arroz y las legumbres, ademas de algun ganado. Modesta, pero firme, habia rechazado todas las propuestas, hasta que su cunado le propuso que se casara con un negociante de Macao, dueno de un banco que manejaba las finanzas del clan, para que el patrimonio familiar quedara asegurado. Entonces no supo que hacer ni a quien acudir. Sus padres habian muerto y debia obediencia al hermano mayor del que fuera su marido. Un dia supo que no podria seguir evadiendo su decision. Weng se presento en su casa y le dijo, sin mas rodeos, que la boda se efectuaria el tercer dia de la quinta luna.
Sobre una mesa reposaba la peineta de plata que le regalara su madre. Con gesto mecanico acaricio las diminutas incrustaciones de nacar y, despues de desenredar sus cabellos, los humedecio para refrescarse y salio al portal. En ese instante la luna emergio tras las nubes. «Tu tienes la culpa, maldito viejo», murmuro entre dientes, mirando con ira el disco brillante donde vivia el anciano caprichoso que ataba con una cinta los pies de aquellos destinados a ser marido y mujer -un sortilegio del cual nadie escapaba-. Por eso se habia convertido en esposa de Shi; y por igual razon se enfrentaba ahora a su dificil destino.
Era la ultima vez que veria sobre los campos esa luz azulada, pero no le importo. Cualquier cosa era mejor que soportar los tormentos infernales. La tenian sin cuidado las burlas de Weng, que muchas veces se habia mofado de sus creencias. Ella sabia que el espiritu de su esposo la despedazaria en la otra vida si llegaba a casarse de nuevo. Una mujer solo puede ser propiedad de un hombre, y semejante certeza era peor que la posibilidad de no ver mas a los suyos.
Esa noche ceno temprano, arropo a Kui-fa y la acompano en su sueno mas tiempo del habitual. Despues se despidio de Mey Ley, que ya se retiraba a dormir a los pies de la nina, y quedamente salio al patio, donde permanecio horas contemplando las constelaciones… Fue la cocinera quien la descubrio a la manana siguiente, colgando del arbol, junto al estanque de los peces dorados.
Lingao-fa fue enterrada con grandes honores un brumoso amanecer de 1919. Su muerte, sin embargo, no resulto del todo inutil para Weng. Pese a que el comerciante vio desaparecer sus posibilidades de asociacion, el prestigio de la familia aumento ante aquella muestra de fidelidad conyugal. Ademas, como pariente encargado de velar por el futuro de Kui-fa, su capital crecio con las propiedades que pasaron a sus manos. Eso si, el dinero y las joyas correspondientes a la dote quedaron en las arcas del banco de Macao. Y en cuanto al patrimonio de ganado y cultivos, el comerciante se propuso multiplicar -mientras pudiera- lo que, por el momento, debia administrar.
Weng sentia un gran respeto por sus antepasados, y si bien no era supersticioso -a diferencia de otros lugarenos-, tampoco escamoteaba honores ante la interminable fila de parientes difuntos que iban acumulandose de generacion en generacion. Por esa lealtad hacia sus muertos, Weng dispuso de inmediato que su sobrina fuera tratada como uno de sus hijos; decision poco comun en un lugar donde las ninas eran vistas como estorbos. Y es que, deberes aparte, el comerciante tambien habia percibido el lado practico de su tutoria. Kui-fa era bonita como su madre, y contaba con una dote donde no faltaban las reliquias y las joyas familiares, ademas de las tierras que deberian pasar a su marido apenas se casara. Tres anos antes, Weng se habia hecho cargo del hijo de Tai Kok, un primo muerto en circunstancias algo confusas en una isla del mar Caribe, adonde fuera en busca de fortuna siguiendo los pasos de su padre. Siu Mend era un nino callado y habil en las matematicas, al que Weng deseaba iniciar en los negocios. Nadie mejor que ese nino para marido de su sobrina, que pronto estaria en edad de