– Tan pequeno y ya tiene el caracter de una pequena fiera -vaticino su padre al oirlo berrear.

Siu Mend habia esperado el nacimiento de su hijo con alegria y preocupacion, despues de saber que el parto seria el preludio de un viaje a la isla donde habia muerto su padre y donde aun vivia su abuelo Yuang, a quien no conocia. Se lo debia a Weng, que deseaba establecer contacto con varios comerciantes en ese pais, deseosos de importar articulos religiosos y agricolas.

– Yo mismo iria -le habia dicho el hombre-, pero estoy demasiado viejo para una travesia tan larga.

Por la mente de Siu Mend pasaron lejanos recuerdos sobre la partida de su padre: las noticias confusas, el llanto de su madre… ?Y si la historia se repetia? ?Y si no regresaba jamas?

– Las cosas han cambiado en Cuba -aseguro Weng, al notar la zozobra del joven-. Ya los chinos no son contratados como culies.

Y eso lo decia por su propio abuelo, el venerable Pag Chiong, que durante siete anos habia trabajado doce horas diarias, sujeto a un contrato que firmara sin saber lo que hacia, hasta que una tarde cayo muerto sobre una pila de cana que intentaba cargar. A pesar de eso, Yuang siguio los pasos de su padre y tambien partio rumbo a la isla. Anos despues, su hijo Tai Kok, padre de Siu Mend, quiso reunirse con el y dejo a su hijo y esposa en manos de Weng. Aunque no fue a trabajar como peon, se vio involucrado en una complicada historia de deudas que le costo la vida en una reyerta. Al ano siguiente, la madre de Siu Mend murio de unas fiebres y el nino quedo al cuidado del hombre que, aunque era primo de su padre, siempre llamo tio.

– Pero ?como son las cosas? -insistio Siu Mend, poniendo un poco mas de te en su tazon.

– Diferentes -dijo Weng-. Los chinos prosperan en la isla… Algo bueno para los negocios. Por lo menos, es lo que me cuenta tio Yuang.

Se referia al abuelo de Siu Mend, unico sobreviviente de aquella migracion familiar, que vivia en la isla desde hacia mas de tres decadas.

– Hablame de La Habana, tio.

– Yuang asegura que su clima se parece al nuestro -respondio laconicamente el comerciante, quien no pudo decirle mas porque nada mas sabia.

A la semana siguiente, en su acostumbrado viaje a Macao, Siu Mend compro un mapa en una tienda de articulos ultramarinos. Ya en casa, lo desplego sobre el suelo y siguio con un dedo la linea del Tropico de Cancer que pasaba sobre su provincia, atravesaba el mar Pacifico, cruzaba las Americas y llegaba hasta la capital cubana. Siu Mend acababa de averiguar algo mas. No era por casualidad que el clima de ambas ciudades fuera similar: Canton y La Habana estaban exactamente en la misma latitud. Y aquel viaje limpido y directo sobre el mapa le parecio una buena senal. Un mes despues del nacimiento de su hijo, Siu Mend partia rumbo al otro lado del mundo.

Yo se de una mujer

Suspiro mientras encendia el auto. La manana resplandecia de sueno y ella se moria de cansancio. A lo mejor era la vejez, que llegaba antes de tiempo. Ultimamente se le olvidaba todo. Sospechaba que por su sangre navegaban los genes de su abuela Rosa, que habia terminado sus dias confundiendo a todo el mundo. Si hubiera heredado los de su abuela Delfina, habria sido clarividente y conoceria de antemano quien iba a morir, que avion se iba a caer, quien iba a casarse con quien y que decian los muertos. Pero Cecilia jamas vio ni oyo nada que los demas no percibieran. Asi es que estaba condenada. Su patrimonio seria la vejez prematura, no el oraculo.

El pitazo de un automovil la saco de su ensueno. Se habia detenido ante la garita de peaje y la lila de vehiculos esperaba impaciente a que ella pagara. Arrojo el dinero en la bolsa metalica que se trago las monedas de inmediato, y la barrera se alzo. Un auto mas entre otros cientos, entre otros miles, entre otros millones. Antes de abandonar la autopista y llegar al parqueo, manejo diez minutos mas con la inconsciencia de quien ha hecho lo mismo muchas veces. Otra manana tomando el mismo elevador, recorriendo el largo pasillo hasta la redaccion para entregar algun articulo sobre cosas que no le interesaban. Cuando entro en la oficina, noto un revuelo mayor del acostumbrado.

– ?Que ocurre? -pregunto a Laureano, que se acerco con unos papeles.

– La cosa esta en candela.

– ?Que paso?

– Que paso no, que va a pasar -dijo el muchacho, mientras ella encendia la computadora-. Dicen que el Papa va a Cuba.

– ?Y?

Su amigo se le quedo mirando atonito.

– Pero ?no te das cuenta? -contesto al fin-. Alli se va a acabar el mundo.

– Ay, Lauro, no se va a acabar nada.

– ?Nina, que si! Que cada vez que el Papa pisa un pais comunista: ?Kaput! ?Arrivederci, Roma! ?Chao, chao, bambino!

– Sigue durmiendo de ese lado -murmuro Cecilia, que recogio unos viejos apuntes para echarlos a la basura.

– Alla tu si no me crees -dijo Lauro, dejando los papeles sobre su escritorio-. Mira, aqui esta lo que querias.

Cecilia le echo una ojeada. Era aquel articulo que habia pedido el dia antes, cuando alguien le sugirio que retomara aquella historia de la casa fantasma que aparecia y desaparecia por todo Miami. No sabia si a su jefe le gustaria el tema, pero llevaba dos dias rompiendose la cabeza para presentar algo nuevo y eso era lo unico que tenia.

– No me gusta mucho -dijo el hombre despues de escucharla.

Cecilia fue a replicar, pero el la interrumpio.

– No lo digo por el tema. Pudiera ser interesante si le encontraras un angulo distinto. Pero mejor ve trabajando en las otras historias. Si consigues datos mas interesantes sobre tu casa fantasma, la programamos para cualquiera de los suplementos dominicales, aunque sea dentro de seis meses. Pero hazlo sin apuro, como algo adicional.

Asi es que termino dos reportajes que habia comenzado la semana anterior, y despues se sumergio en la lectura del articulo sobre la casa, tomando nota de los nombres que luego le servirian de referencia para las entrevistas.

Casi al final de la jornada se detuvo para releer un parrafo. Tal vez fuera una casualidad, pero cuando aun vivia en La Habana habia conocido a una muchacha que se llamaba asi. ?Seria la misma? Era la unica persona que Cecilia habia conocido con ese nombre. El apellido no le aclaro el misterio, porque no recordaba el de aquella muchacha; solo su nombre, semejante al de una diosa griega.

Gaia vivia en uno de esos chalets ocultos por los arboles que cubren gran parte de Coconut Grove. Cecilia atraveso el jardin hasta la cabanita pintada de un profundo azul marino. La puerta y las ventanas eran de un tono aun mas luminoso, casi comestible, como el merengue de una torta de cumpleanos. Un sonajero colgaba a un costado de la entrada, llenando la tarde de tanidos solitarios.

El flamboyan proximo dejo caer una llovizna naranja sobre ella. Cecilia se sacudio la cabeza antes de tocar la puerta, pero sus nudillos apenas lograron arrancar algun sonido de aquella madera espesa y antigua. Finalmente reparo en el tosco cencerro de cobre, semejante a los que suelen llevar las cabras, y agito el cordel atado al badajo.

Despues de un breve silencio, escucho una voz al otro lado de la puerta.

– ?Quien es?

Alguien la observaba desde una diminuta mirilla en forma de ojo.

– Mi nombre es Cecilia. Soy reportera del… La puerta se abrio sin dejarle terminar la frase.

– ?Hola! -exclamo la misma joven que recordara de sus anos universitarios-. ?Que haces aqui?

– ?Te acuerdas de mi?

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