—recordo con tristeza—. ?Solo era una nina! —grito de repente—. Me arranco la camisa de un solo tiron. Me tumbo y...

Antes de continuar, la mujer volvio a la realidad y se enfrento a los ojos de su hijo, inmensamente abiertos y clavados en ella:

—Tu eres el fruto de ese ultraje —musito—. Por eso..., por eso te llaman nazareno. Porque tu padre era un cura cristiano. Es culpa mia...

Madre e hijo se miraron durante unos largos instantes. Las lagrimas volvieron a correr por el rostro del muchacho, pero esta vez a causa de un dolor diferente; Aisha lucho contra su propio llanto hasta que comprendio que le seria imposible contenerlo. Entonces dejo caer el vaso de limonada y extendio los brazos hacia su hijo, que se refugio entre ellos.

Aunque la joven Aisha hubiera salvado el honor con sus gritos, tan pronto como el embarazo fue notorio, su padre, un humilde arriero morisco, consciente de que no podia evitar la verguenza, si busco al menos la manera de dejar de presenciarla. Encontro la solucion en Brahim, un joven y apuesto arriero de Juviles con el que a menudo se encontraba en el camino y a quien propuso el matrimonio con su hija a cambio de dos mulas como dote: una por la muchacha y otra por el ser que portaba en sus entranas. Brahim dudo, pero era joven, pobre y necesitaba animales. Ademas, ?quien sabia siquiera si aquella criatura llegaria a nacer? Tal vez no superara los primeros meses de vida... En aquellas inhospitas tierras eran muchos los ninos que morian en su mas tierna infancia.

A pesar de que la idea de que la muchacha hubiera sido forzada por un sacerdote cristiano le repugnaba, Brahim acepto el trato y se la llevo con el a Juviles.

Pero, contra los deseos de Brahim, Hernando nacio fuerte y con los ojos azules del cura que habia violado a su madre. Tambien sobrevivio a la infancia. Las circunstancias de sus origenes corrieron de boca en boca, y si bien el pueblo se apiado de la muchacha violada, no sucedio lo mismo con el fruto ilegitimo del estupro; aquel desprecio fue en aumento al ver las atenciones que dedicaban al chico don Martin y Andres, mayores incluso que las que concedian a los ninos cristianos, como si quisieran salvar de las influencias de los seguidores de Mahoma al bastardo de un sacerdote.

La media sonrisa con la que Hernando entrego las aceitunas a su madre no logro enganarla. Ella le acaricio el cabello con dulzura, como hacia siempre que presentia su tristeza, y el, aun en presencia de sus cuatro hermanastros, la dejo hacer: eran escasas las ocasiones en que su madre podia demostrarle carino y todas, sin excepcion, se producian en ausencia de su padrastro. Brahim se habia sumado sin dudarlo al rechazo de la comunidad morisca; su odio hacia el nazareno de ojos azules, el favorito de los sacerdotes cristianos, se habia recrudecido a medida que Aisha, su mujer, paria a sus hijos legitimos. A los nueve anos fue desterrado al cobertizo, con las mulas, y solo comia en el interior de la casa cuando su padrastro estaba fuera. Aisha tuvo que ceder a los deseos de su esposo y la relacion entre madre e hijo se desarrollaba a traves de gestos sutiles cargados de significado.

Ese dia la comida estaba preparada y sus cuatro hermanastros esperaban su llegada. Hasta el menor de ellos, Musa, de cuatro anos, mostraba un semblante adusto ante su presencia.

—En el nombre de Dios, clemente y misericordioso —rezo Hernando antes de sentarse en el suelo.

El pequeno Musa y su hermano Aquil, tres anos mayor, le imitaron y los tres empezaron a coger con los dedos, directamente de la cazuela, los pedazos de la comida que habia preparado su madre: cordero con cardos cocinados con aceite, menta y cilantro, azafran y vinagre.

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