Antoine de Noailles, embajador de Francia, comentando una de las enfermedades «oportunas» de Isabel en la epoca de la rebelion de Wyatt.

Naci en el ano 1541, cinco despues de la ejecucion de la madre de Isabel. En cuanto a Isabel, era ocho anos mayor que yo. Hacia un ano que el rey se habia casado con otra parienta mia, Catalina Howard. Pobre nina, al ano siguiente le aguardaba un destino similar al de Ana Bolena; Catalina fue tambien decapitada por orden del rey.

Me bautizaron con el nombre de Leticia, por mi abuela paterna, pero me llamaron siempre Lettice. Eramos una familia numerosa, pues tenia siete hermanos y tres hermanas. Mis padres eran carinosos y con frecuencia severos, aunque solo por nuestro propio bien, como solian decirnos.

Pase mis primeros anos en el campo, en Rotherfield Greys, en una finca cuya posesion el Rey habia asegurado a mi padre por sus buenos servicios unos tres anos antes de que yo naciera. La posesion habia llegado a mi padre del suyo, pero el Rey tenia por costumbre tomar para si cualquier mansion campestre que le gustase. Hampton Court fue el ejemplo mas destacado de esta avaricia real. Asi que resultaba confortante saber que aceptaba los derechos de mi padre sobre su propia hacienda.

Mi padre pasaba mucho tiempo fuera de casa, al servicio del Rey, pero mi madre raras veces iba a la Corte. Quiza se debiese a que su estrecha relacion con la segunda esposa del Rey pudiese haber avivado recuerdos en la mente de Enrique que este hubiese preferido evitar. No era razonable que un miembro de la familia Bolena fuera bien recibido en la Corte. Asi que viviamos pacificamente, y en los tiempos de mi ninez me sentia bastante satisfecha; solo cuando me hice mayor empece a sentir inquietud e impaciencia y me asaltaron las ganas de escapar.

Pasabamos lo que a mi me parecian horas interminables en la sala de estudio, con sus vidrieras y sus mullidos asientos al pie de las ventanas, su larga mesa, en la que nos inclinabamos sobre nuestras penosas tareas. Mi madre solia venir a la sala de estudio a vernos y repasaba nuestros libros y escuchaba informes sobre nuestros progresos. Si ibamos mal, o regular, eramos citadas a la solana, donde tomabamos nuestra labor de aguja y escuchabamos una leccion sobre la importancia de la educacion para la gente de nuestro rango. Nuestros hermanos no iban con nosotras a la sala de estudio. Siguiendo la costumbre de la epoca, debian ir a las casas de familias ilustres v educarse alli hasta que les llegase el momento de ir a Oxford o a Cambridge.

Henry ya habia dejado el hogar; los otros, William, Edward, Robert, Richard y Francis aun eran demasiado jovenes. En cuanto a Thomas, era solo un bebe.

Fue durante estas lecciones cuando yo y mis hermanas, Cecilia, Catalina y Ana, tuvimos primera noticia de Isabel. «Mi prima hermana», decia orgullosa mi madre. Isabel, nos contaban, era un modelo a seguir por todas nosotras. A los cinco anos, era casi una erudita en latin, al parecer, y estaba tan familiarizada con el griego como con la lengua inglesa, hablando ademas perfectamente frances e italiano. Que distinta a sus primas las Knolly, cuyo pensamiento se apartaba de tan importantes cuestiones y se iba tras los cristales cuando sus ojos deberian estar fijos en los libros, de modo que sus buenos tutores no tenian mas alternativa que quejarse a su madre de aquella ineptitud y falta de atencion.

Yo me distinguia por decir lo primero que se me venia a la cabeza, asi que declare:

—Isabel tiene que ser boba. Si sabe latin y todas esas otras lenguas, seguro que sabra poco mas.

—Te prohibo que hables de Lady Isabel de ese modo —grito mi madre—. ?Es que no sabes quien es?

—Es la hija del Rey y de la Reina Ana Bolena, nos lo has dicho muchas veces.

—?Y no entiendes lo que eso significa? Es de sangre real, y quiza llegue a ser Reina algun dia.

Nosotras escuchabamos porque era muy facil conseguir que mi madre olvidase el objeto de nuestra presencia en la solana y pasase a hablar de los dias de su infancia, lo cual nos resultaba mucho mas entretenido que un sermon sobre la necesidad de aplicarnos y estudiar nuestras lecciones. Y cuando se ponia a hablar embelesada de estos temas, ni cuenta se daba, ademas, de que nuestras manos reposaban quietas en nuestros regazos.

?Que jovenes eramos! ?Que inocentes! Yo debia tener seis anos por entonces; eran las ultimas etapas del reinado del viejo Rey.

Mi madre no hablaba del presente, que podria haber resultado peligroso, sino de las antiguas glorias de Hever cuando, de nina, la habian llevado al castillo a visitar a sus abuelos. Aquellos 'fueron tiempos gloriosos cuando crecia la fortuna de los Bolena, cosa natural teniendo como tenian una Reina en la familia.

—Yo la vi una o dos veces —decia mi madre—. Jamas la olvidare. Habia en ella una cierta desesperacion. Fue despues del nacimiento de Isabel, y Ana habia deseado desesperadamente que fuera un hijo. Solo un heredero varon podria haberla salvado. Mi tio George estaba alli, en Hever, uno de los hombres mas apuestos que he visto en mi vida…

Habia tristeza en su voz; no insistimos en que nos hablase del tio George. Sabiamos por experiencia que tal insistencia pondria fin a la narracion recordandole que estaba hablando a unas ninas de cuestiones que quedaban fuera de su comprension. A su debido tiempo, descubririamos que el apuesto tio George habia sido ejecutado cuando su hermana, acusado de cometer incesto con ella. Acusacion falsa, por supuesto, debido a que el Rey deseaba librarse de Ana para poder casarse con Jane Seymour.

A veces, le comentaba a Cecilia que resultaba emocionante pertenecer a una familia como la nuestra. La muerte era algo que aceptabamos desde la mas temprana infancia. Los ninos, y sobre todo los de nuestro rango, pensaban en ella con la mayor despreocupacion. Cuando uno miraba los retratos de la familia, se decia: «Este fue decapitado. No estaba de acuerdo con el Rey». El que las cabezas estaban poco seguras en su sitio era una realidad que no cabia sino aceptar.

Pero en la solana, nuestra madre nos hacia ver de nuevo Hever con su foso y su rastrillo y su patio de armas y el salon donde el Rey habia cenado tantas veces y las largas galerias donde habia cortejado a nuestra famosa pariente, la encantadora Ana. Solia nuestra madre cantarnos canciones que cantaban alli los trovadores (algunas compuestas por el propio Rey) y cuando tania el laud, se le nublaban los ojos con los recuerdos de la breve y deslumbrante gloria de los Bolena.

Nuestro bisabuelo, Thomas Bolena, estaba enterrado en la iglesia de Hever, pero nuestra abuela Maria venia a vernos de vez en cuando. Todas queriamos mucho a nuestra abuela. Resultaba dificil a veces imaginar que en tiempos habia sido la amante del viejo Rey. No era exactamente bella, pero poseia esa cualidad especial que he mencionado antes V que me transmitio a mi. Me di cuenta muy pronto de que la poseia, y eso me encantaba, pues tambien me di cuenta de que me proporcionaria mucho de lo que deseaba. Era algo indefinible… algo que atraia al sexo opuesto, que le resultaba irresistible. En mi abuela Maria era una suavidad, una promesa de facil condescendencia; no era asi en mi. Yo seria calculadora, procuraria siempre sacar ventaja. Sin embargo, las dos lo poseiamos.

Con el tiempo, supimos que aquel triste dia de mayo del torneo de Greenwich se habian llevado a Ana a la Torre con su hermano y sus allegados, y que no habia salido de ella sino para ser conducida al patibulo. Supimos el inmediato y subsiguiente matrimonio del Rey con Jane Seymour y del nacimiento del unico hijo legitimo del Rey, Eduardo, que se convirtio en nuestro soberano en el ano de 1547.

La pobre Jane Seymour, al fallecer de parto, no tuvo posibilidad alguna de saborear su triunfo, pero el pequeno principe vivio, convirtiendose en la esperanza de la nacion.

A esto habia seguido el breve matrimonio del Rey con Ana de Cleves, y, tras su abrupta disolucion, su desdichada union con Catalina Howard. Solo su ultima esposa, Catalina Parr, le sobrevivio, y se decia que su destino hubiese sido el mismo de Ana Bolena y de Catalina Howard de no haber sido tan buena enfermera y no haber padecido el Rey tanto de su pierna ulcerada y no ser demasiado viejo ya para preocuparse por otras mujeres.

Entramos asi en un nuevo reinado: el de Eduardo VI. El joven Rey solo tenia diez anos cuando subio al trono… no era mucho mayor que yo; y nuestro modelo, Isabel, le llevaba cuatro anos. Recuerdo cuando mi padre llego a Rotherfield Greys, bastante satisfecho del giro de los acontecimientos. Eduardo Seymour, el tio del joven Rey, habia sido nombrado Protector del Reino y se le habia otorgado el titulo de Duque de Somerset. Aquel caballero, tan importante ahora, era protestante e inculcaria la nueva fe en su joven sobrino.

Mi padre se sentia cada vez mas inclinado hacia el protestantismo, y como le comentaba a mi madre, la mayor calamidad que podia caer sobre el pais (y sobre la familia Knolly, por otra parte) seria la subida al trono de

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