esconderlas. ?Que importa donde?

– Le segui y lo supe.

– Te las arreglaste para subir sin alboroto las escandalosas escaleras…

– No las subi, escuche desde abajo. Por la clase de ruidos, estuve segura de que andaba a vueltas con el sillon. Luego bajo con otra carga en el saco.

– Los billetes. ?Donde los quemo?

– ?El quemar billetes? ?Antes lo desuellan! Se los llevo. No se mas. Entonces subi, abri la caja… y alli estaban las cadenas que nunca habia visto.

Silencio. Esta mujer esta viviendo algo terrible.

– ?Vaya sorpresa! -se me ocurre decir-. ?Descubrir de sopeton que el asesino es…!

Bidane Zumalabe sonrie antes de musitar con una mezcla de dolor y tristeza, acaso rabia:

– ?Sorpresa? ?Sorpresa?

Me vuelvo a Koldobike, la veo tan desconcertada como yo. Somos nosotros los sorprendidos…, suponiendo que esas palabras sean expresion de algo. La pobre Bidane esta absolutamente aturdida. ?Quien no lo estaria, en su caso?

– Mejor si te preparas para recibir a Eladio, que estara a punto de caer -advierte Koldobike.

Miro a Bidane, que sonrie de una manera curiosa.

– Si, no tardara en volver -confirma.

– ?Volver?, ?de donde?, ?de hacer que?

– Estraperlo.

En la mirada que cruzo con mi secretaria flota una palabra: garbanzos. Se la oimos a Luciano. El otro noctambulo iba a ser Eladio Altube.

En una situacion normal, en un pais normal, acudiriamos a la autoridad, a la policia. Pero sufrimos una sangrienta dictadura militar: ?ir con un solo crimen, y ademas por vulgares motivos civiles, a quienes siguen fusilando a miles en las carceles despues del «cautivo y desarmado el ejercito rojo la guerra ha terminado», de hace seis anos?

Sin una palabra, con los labios apretados, Bidane se dirige a la mesa para tomar las cadenas por el candado grande -?el candado grande!- con ambas manos, sacarlas de la mesa y dejarlas colgando con buena parte de ellas tendida en el suelo. Alza mas sus manos, pero no es suficiente. Sin soltarlas, sube a una silla, y ahora las cadenas adquieren una prolongada verticalidad y cabe advertir que hay dos cabos y que uno termina a la altura de su cintura y el otro aun culebrea en el suelo. Ambas terminales lucen sendos candados pequenos. Y, a su vez, de cada uno de estos parten dos cortas prolongaciones, consecuencia del aferramiento de los collarines que cineron los cuellos de los gemelos. Un lenguaje explicito: dos ramales bien diferenciados, uno corto y otro largo. Una premeditacion criminal. Las cadenas han hablado.

La respiracion de Bidane se acelera al recoger entre sus manos el cabo corto para besarlo tiernamente. Al mirar a Koldobike la veo parpadear de emocion.

Recojo las cadenas de manos de Bidane y las devuelvo a la mesa.

– Yo me entendere con el -decido-. Le esperare aqui mismo. Le desenmascarare y agachara las orejas.

– No le conoces -dice Bidane sombriamente.

– La gente se derrumba cuando se queda sin suelo bajo los pies.

– El esta acostumbrado a vivir sin ese suelo -asegura Bidane con los labios tan apretados que le tienen que hacer dano.

– Yo me quedo contigo -dice Koldobike estirandose la falda, no se por que.

– ?Como dejaros solos? -susurra Bidane-. Soy la unica que conoce sus trampas.

– ?Seriamos tres contra uno! -pretende embromar Koldobike.

– Sentaos.

Se lo pido con un gesto muy calmoso y me obedecen. Yo hago lo mismo. En este comedor y rodeados de tanto santo y tanto familiar difunto, parecemos tres parientes en un velatorio. Y quiza sea asi.

– Escuchad: yo puse en marcha esta maquinaria. Al erigirme en investigador privado lo hice cargando con todas sus consecuencias, y esta es una de ellas. Reto habitual en este genero de novelas. No iba a ser un juego. Escritores mas completos que yo se ven a salvo de vivir los peligros que encierran muchas realidades, pues les basta con sentarse ante su Underwood y sacarse de la manga una solucion sobre el papel. En resumen, he tenido que bajar a la calle y patearla… Si, si, acabo. -Esto lo provoca Koldobike con sus gestos de impaciencia-. Mas que para vosotras, hablo para mi, para ponerme en situacion y enfrentarme a esta prueba con dignidad.

– No me has convencido -protesta Koldobike-. En este momento estoy tan metida en esto como tu.

Bidane guarda silencio ante lo que nos traemos.

– Pues escucha este otro argumento: cuando varios privilegiados poseen un secreto que nadie mas conoce, si son victimas de un naufragio no cometeran el error de ocupar todos un mismo bote salvavidas sino que se repartiran entre varios. La razon es obvia: hay mas probabilidades de que alguno alcance tierra y ese privilegiado salvara el secreto. Y nosotros tenemos un secreto, ?no?

– ?Y si nos marchamos los tres? -sugiere Bidane.

En el rostro de Koldobike surge la alarma: supongo que piensa que no hay buena historia sin un buen final. No se trata de escamotear la suprema tension que al lector se le debe.

– Me quedo contigo -expone con emocion-. Lo mismo que antes dijiste que hablabas mas para ti que para nosotras, ahora te digo que hablo menos por la novela que por ti. No aceptare que te sacrifiques. ?Que se vaya al carajo la novela! Ese hombre que aparecera ha matado. ?Que has matado tu? Ni un pajarito, no tienes ni una mala escopeta de caza. Y, aunque la tuvieras, ?donde esta? En casa. Te has metido en una aventura negra sin haber vivido nunca una blanca. La unica que se te ofrecio, la guerra, te declaro nulo para la lucha.

– Esto no es una redada policial sino un combate singular.

– ?Entre caballeros andantes?

Primero me enderezo y luego me pongo en pie. Endurezco mi expresion; espero, al menos, que asi se lo parezca a Koldobike.

– Lo hare a mi manera. -Me suena ridiculo, pero es que ahora no soy Sancho Bordaberri.

Ellas tambien se levantan. Koldobike resopla.

– No me gusta nada. Sobre todo, no me gusta que Sam Esparta te comprometa como si fueras de verdad. «Lo hare a mi manera.» ?Que farol! Pero suena tan bien que creo que los dos estamos locos.

– Pasad el resto de la noche en la libreria -les pido, precediendolas por el pasillo. Piso el portalon y miro bien por todos lados, hasta los aledanos de las huertas.

– Vamos a nuestro bote -dice Koldobike tomando a Bidane del brazo.

Al entrar en la vivienda dudo entre cerrar o no la puerta con llave a mis espaldas. Es natural que Bidane la tuviera echada, y asi la debe encontrar Eladio Altube.

?Y la luz? Rebajare mucho la del quinque, a fin de que nada le alerte. En el comedor, mis manos acarician las cadenas, el pequeno amasijo de eslabones. Joseba Ermo fue el tercero y ultimo en llegar con una sierra a la pena de Felix Apraiz -los primeros fueron Antimo Zalla y su hijo Tomason-, seguramente la noche del dia siguiente, despues de que el juez y la policia las abandonaran irresponsablemente con el proposito, en el mejor de los casos, de recogerlas al dia o dias siguientes, pero Joseba Ermo les ahorro el trabajo, bien por simple interes chatarrero o un olfato macabro al atribuirles un valor optimo como pieza de coleccionista, un precio que se incrementaria de ano en ano. Las enterro en el sotano de su ferreteria, bajo llave, tal era la confianza que le merecia su socio Eladio Altube, y a este, con toda seguridad, en esos diez anos nunca le preocupo saber que al otro lado de aquella puerta descansaba la herramienta de su crimen. El mismo las habria enterrado alli. No sera facil destruir unas cadenas tan robustas. Por otro lado, ?que importaba que algun dia salieran a la luz? ?Quien, al cabo de los anos, iba a recordar que si un gemelo se salvo y el otro no fue porque alguien se ocupo de disponer un reparto muy desigual de eslabones?

Sin embargo, de pronto, cambia de idea. Le entra miedo. ?Por que, tras diez anos de olvido, incluso de el mismo? Supongo que yo he tenido algo que ver. Y Luis Federico Larrea. Yo, el entrometido que resucita el viejo crimen; y el de los pasos, porque acabaria aceptando el precio que Joseba Ermo pedia por las cadenas y estas saldrian del sotano. A Eladio Altube le asalto un pavor irracional, perdio el equilibrio. Sin la existencia del incomodo Samuel Esparta, las cadenas podrian haber viajado inocentemente del sotano de la ferreteria a los

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