Ramiro Pinilla

Solo un muerto mas

© 2009

A Romo P. Girca,

recordando su Misterio de la pension Florrie (1944)

1

Un viejo caso para un nuevo Samuel

Mis suelas se arrastran por la playa camino de la mar. Mis manos sostienen con desprecio el pequeno paquete que acabo de recoger en Correos de Algorta con el original de mi ultima y definitiva novela devuelta por la editorial de turno; ha sufrido el mismo destino que las quince precedentes. Ha sido mi ultima tentativa. ?Acaso no es suficiente? Estoy seguro de que he rebasado la luz roja que alerta de la incapacidad de un escritor.

Lo unico que desentona en la serenidad del escenario es la velocidad de mi sangre. Lo que no me impide echar la mirada a derecha e izquierda buscando una buena piedra que sepulte el paquete en el destino que se merece. Asi concluira para siempre mi obsesiva busqueda de esa particular novela negra iluminada por fulgores como «whisky and soda», «alguien tiene que quedarse aqui para contar los muertos», «le pegue en la barbilla apoyando el punetazo en mis ciento noventa libras de peso», «el muerto era un muchacho delgado, bien parecido hasta hacia poco»… ?Todo un estilo! ?Que soy yo al lado de los Hammett, Chandler, Cain, Himes, Ambler y todo ese Olimpo? Ni me respondo. Los persigo desde hace anos, los leo hacia delante y hacia atras, duermo repitiendome en suenos sus expresiones implacables, tergiverso mis dias para vivir en su mundo… Vanos intentos de gozar de algun contagio. Si no me han salido del todo mal estas ultimas lineas se debe a la cercania de los grandes nombres. No es la primera vez que ocurre, y a punto he estado de bautizar como Chandler o Cain a algun personaje mio para encontrarmelo en las paginas y beneficiarme de la magia de su sonido. Nunca lo hice, por un ultimo vestigio de honestidad.

Levanto de la arena una buena piedra, saco del bolsillo la cuerda y compongo con piedra y paquete un solo atadijo; queda en mi mano derecha, que lo lanzara como los atletas el disco. Tras un triste vuelo, se hundira en las tinieblas acuaticas, y asi concluira mi tozudez. ?Dieciseis veces encabezando el primer folio con Capitulo Primero, dieciseis veces poniendo el punto final, dieciseis devoluciones! Entre doscientos cincuenta y trescientos folios: la medida que a ellos les basta para bordar sus vibrantes historias. ?Tiene remedio mi tendencia a la blanda dilatacion? Pues si intento condensarlas, resulta un telegrama. Reparo en la frase de mas arriba: «Tras un triste vuelo, se hundira en las tinieblas acuaticas». Ellos escriben con las tripas y yo con la linfa.

No se por que mis ojos se detienen en una pena lejana, a la derecha de la playa, que la bajamar ha dejado al descubierto. Es la pena que llamamos de Felix Apraiz. En su parte baja, una argolla a la que alguien encadeno los cuellos de los gemelos Altube para que la pleamar los ahogara. Fue un episodio que saco a Getxo de su sopor. «Que saco a Getxo de su sopor»: tiene garra, cierta fuerza y expresividad. Creo que el propio Hammett la podria firmar. No deja de ser curioso que se me haya ocurrido a mi… y en este momento.

La vision de la pena ha paralizado el lanzamiento de mi proyectil. Ademas, no es facil acabar tan cruelmente con la ilusion de media vida. Aunque se que, a mi regreso, Koldobike exclamara: «?Ya era hora, percebe!». Koldobike es mi empleada en la libreria. Y anadira: «Ahora podras pensar en echarte novia»… No ha sido demasiado Chandler ni demasiado Hammett ni demasiado Cain…, ?ha sido demasiado yo!

Mi mano vuelve a sujetar con decision el paquete.

El de los gemelos Altube fue un crimen que quedo sin resolver. En realidad, no murieron los dos. Eladio se salvo de milagro: al llegar Antimo Zalla con la sierra de hierro, el agua le llegaba a los ojos, de su boca y nariz brotaban burbujas de ahogado… Me gusta esto de «burbujas de ahogado». Es curioso.

Koldobike se habia atrevido a decirmelo mucho tiempo atras: «Cuentas historias muy sinsorgas, como aquella de los secuestradores de ninos que los devolvian a los padres equivocados. Este no es mi hijo, protestaba un padre. Y el secuestrador gritaba mas: ?Maldicion, otra chapuza de James!; vaya a Tal Street, donde hay otro padre con un hijo que tampoco es el suyo… Era un lio de padres cambiando a sus hijos por todo Nueva York. Samuel Esparta, mi investigador privado, atrapo a los secuestradores alquilando un crio y metiendose en el carrusel… Pertenece a la novela numero nueve. Samuel Esparta viene de Sam Spade.

Aquella manana, hasta Etxe llegaron los que hubieran sido los ultimos gritos de un gemelo, y corrio hacia el, primero por la playa y luego por las penas, sin dejar de oir los gritos de Eladio escupiendo agua: «?Sacame de aqui!»… Quiero decir que las olas, no muy grandes todavia, eran las adelantadas del continuo ascenso del nivel de la mar y sus golpes contra el rostro de Eladio metian agua en su boca… No esta mal lo de mas arriba, eso de «escupiendo agua», y quiza sobra el redondeo que le sigue. Es curioso que lo haya advertido.

Koldobike se habia mostrado implacable en los ultimos tiempos… «?Que me dices de aquella mujer que aparece en la oficina de Samuel y le contrata para que vigile al marido que la engana, pero luego desaparece y entonces Samuel le dice al marido que le tiene que abonar los veinticinco dolares diarios mas gastos, y el marido se pone como un bufalo, pero acaba contratando a Samuel para que la busque a ella y al amante, y este amante de la mujer se lia con la amante del marido y luego son ellos los que, cada uno por su lado, contratan a Samuel para que vigile al otro, y regresa la primera mujer que habia contratado a Samuel y le dice que vigile a los tres, a su marido, a la amante de este y a su propio amante, y Samuel le dice que ahora trabaja para otros y que ademas le adeuda muchas jornadas a veinticinco dolares diarios mas gastos, y la mujer le llama quisquilloso, pero le paga, y entonces Samuel no sabe a cual de sus varios clientes debe atender, pero todo se le soluciona cuando alguien mata al marido y nadie le pide que descubra al criminal, y Samuel acaba creyendo que le han matado los tres, y asi acaba la novela.» Que hace la numero doce, las tengo bien registradas… Si lo que me falla son los argumentos, debere echar la culpa a mi falta de imaginacion. Lo acepto con todas sus consecuencias, ahora que estoy a punto de dejar atras mi maldita carrera.

No puedo apartar la mirada de esa pena con la argolla; la fijo, la cemento solidamente Felix Apraiz para sujetar a ella sus palangres y, desde que lo hizo, la pena lleva su nombre. Por supuesto, no se la compro a nadie, ni siquiera al Ayuntamiento, pero fue como si hubiera llenado y firmado todos los papeles, pues a nadie de Getxo se le ocurrio en adelante atar sus cordeles a esa argolla por muchas ventajas que aportara a la pesca… Aunque aun no distingo la argolla -solo la pena, que es de las grandes-, estoy seguro de que sigue en su sitio, nunca se ha oido que alguien o los temporales la arrancaran. Si he dicho «aun» es porque estoy caminando hacia ese extremo de la playa.

Llevo en la mano el paquete de Correos recien devuelto, unido a la piedra por no menos de ocho vueltas de cuerda. Me niego a revelar nuevas expansiones de Koldobike sobre mis noveluchas. Quiza no disfrutase atacandome asi, pero la tenia que oir a cada nueva devolucion. En estos momentos ignora que nunca mas tendra ocasion de meterse conmigo. Pero estoy seguro de que se alegrara por mi cuando le anuncie mi decision.

No es totalmente cierto que nadie se aprovechara de la argolla de Felix Apraiz: lo hacian los descarados gemelos Altube. Ataban a ella su propio palangre en la bajamar… siempre que Felix Apraiz no anduviera por los alrededores. Aunque se rumoreaba que incluso habian llegado a engancharlo al hierro junto al del dueno, cuidando despues de ir a recuperarlo antes de que el regresara a por el suyo, es decir, muy al principio de la siguiente bajamar. ?Se limitaban a retirar su palangre con los peces prendidos de sus anzuelos o se llevaban

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