no mucho, cosa de centimetros, aunque demasiados cuando se trata de alcanzar el autobus. Asisti seis anos a la escuela de don Manuel, y despues hice Comercio y Mecanografia en academias de Algorta. Por entonces empece a emborronar papeles tratando de imitar las historias que publicaba la Biblioteca Oro.
Respeto su congoja de segundos, hasta que le da carpetazo con un: «Si, Bordaberri, tenias que inventar lo que no veias».
– Vete a comer -le digo.
Koldobike lo rechaza con un «Bah, luego traere algo para picar» seguido de una inequivoca actitud expectante, que me obliga a confesar:
– He arrojado la toalla…
– Ganaras en salud.
– … pero he recogido otra. Otra toalla.
Naturalmente, no sabe de que le hablo. Sus ojos se medio cierran, exigiendo saber mas. Me levanto, voy a la Seccion y acaricio los lomos.
– Ellos veian y escribian. Yo tambien vere y escribire. -Agito un dedo ante su cara-. Y vete con cuidado, muneca, porque ya estoy escribiendo sobre todo lo que tengo ante mis ojos. ?Todo! Incluida tu. Espero que actues como el personaje que te reservo.
No entiende nada, claro. Por suerte para ella, puede agarrarse a algo.
– ?A que ha venido eso de «muneca»?
– ?Te extrana? Ellos lo emplean, como bien sabes. Te acostumbraras. Escuchame con atencion.
Y le cuento con detalle la intensidad de lo ocurrido en la playa. A medida que avanzo en la vieja historia de los gemelos, es como si las palabras se fueran poniendo de mi parte. Termino el relato con la sensacion de haber conseguido un acorde.
– Los gemelos Altube… -murmura Koldobike con escaso interes-. Yo tendria catorce anos, apenas recuerdo nada.
– Es una buena historia.
– ?A quien le importa ya?
– Pero sigue siendo una buena historia, no lo puedes negar. -Mi estabilidad se tambalea y me sube una queja del estomago-. ?Una buena historia sigue siendo buena aunque alguien la cuente mal! -protesto.
– ?Quieres escribir sobre un asunto que no acaba?
– Asi es, no acaba, solo empieza.
– ?Y tu quieres…?
– Mi Underwood tiene un bonito punto final en una tecla.
– ?Y vas a inventarte la segunda parte de una historia que empieza siendo real y terminara desmoronada? Tu no sabes inventar.
No, no se atreve a pisar la nueva ruta. La tomo del brazo, la conduzco a mi mesita y la obligo a sentarse en la silla. Esta perpleja y me dispongo a detallarle el proposito que a cada minuto que transcurre encuentro mas apasionante.
– Escucha… -empiezo, intentando calmar mi exaltacion paseando por la libreria-. Sera algo mas completo que lo que hacen ellos…
Pero solo puedo dar dos pasos.
– Se lo que tienes en la mollera -me corta Koldobike-, y es imposible que te lo tomes en serio. Antes, al menos, querias imitar a Chandler y a Hammett…, ?pero ahora quieres ser nada menos que sus Marlowe y Spade! ?Quieres salir a la calle como la mismisima encarnacion de Samuel Esparta! ?Pues sabes lo que te digo? Que no te veo.
La muy bruja ha expuesto mi futuro mejor que yo mismo. Su pasmo no habia sido temerosa confusion. Cuando retrocedo hasta la mesita me enfrento a la Koldobike de siempre.
– Seras como un policia escribiendo malamente sus memorias -sentencia-. ?Es que no tenemos aqui policias hasta en la sopa? ?Por que habria de salirte una buena novela?
– Siento otra musica mordiendo mis huesos… ?No suena ya esto distinto?
– No oigo nada.
– No quieres oir. Hasta yo mismo me asombro… ?Estoy escribiendo en otro lenguaje!
– Ensenamelo, quiero leerlo.
– ?Lo tengo aqui, esta escrito aqui! -Y un dedo presiona mi frente, como si la quisiera perforar-. Solo otro escritor me entenderia, muneca… Tengo ya varios folios escritos y te aseguro que me he dejado llevar, que ellos se han escrito solos… Intentare adecuarte, nena. Samuel Esparta necesita una secretaria, no una empleada. Y rubia. Es basico.
Koldobike se toca el cabello con una mano, sin decir nada; cree que estoy bromeando. «Ah, se me olvidaba, he de envolver el Villoslada.» Se levanta, recorre la libreria hacia la entrada y busca en las estanterias. Para ser de pueblo, no deja de tener estilo; con algun retoque no desmereceria de las sofisticadas secretarias de ellos. Localiza el libro y se dirige con el a su puesto -otra mesita en la entrada, roja, con el telefono y una pequena caja registradora-, toma un recorte de papel azul con lunares y enseguida sale de sus manos un vistoso paquetito con lazo dorado.
– A proposito: si suena el telefono y es una mujer desesperada reclamando mis servicios, o un hombre que no quiere hablar mas que con Samuel Esparta, les anuncias languidamente que tu jefe se halla metido en el caso mas misterioso de su larga carrera.
Koldobike me lanza una mirada de reojo y mueve pacientemente la cabeza.
– ?Me creeras si te aseguro que casi me da verguenza utilizar ese gran tema que me ha venido a las manos? -Koldobike no levanta la vista de su paquetito-. Asi es, me ha venido a las manos sin esfuerzo por mi parte… Alli estaba la herrumbrosa argolla de Felix Apraiz, en la pena que tan bien conocemos. Felix Apraiz la cemento en una hendidura natural, ni se sabe cuando, y en ella fijaba su palangre nocturno. A veces, alguien se le adelantaba, alguien que no tenia ningun derecho sobre su argolla. Y se cabreaba, claro. Cortaba el palangre ajeno y ataba el suyo. ?Te das cuenta? No lo soltaba, sino que lo cortaba. Y de entre los que le cabreaban, los gemelos Eladio y Leonardo se llevaban la palma… Pero ?era razon para matarlos?
– Con matar a uno habria sido bastante -me sorprende Koldobike tomando parte en mi especulacion-. El otro habria comprendido y emigrado.
– ?Emigrado? ?Quia! Habria corrido a denunciarlo. O le habria partido la cabeza. Los gemelos eran de armas tomar. Pero el superviviente no hizo nada de eso.
– A lo mejor a Felix Apraiz le habria convenido matar a los dos.
– Es que, quien fuera, quiso matar a los dos.
– ?Y por que no los mato?
– Te lo explique: porque Etxe aparecio a tiempo y fue posible aserrar la cadena que rodeaba el cuello de Eladio cuando el agua ya rebasaba su nariz. Leonardo yacia ahogado junto a el.
Koldobike se halla ahora desatando los envios de las editoriales recibidos hoy.
– ?Sigue vivo Eladio?
– No se que haya muerto.
Koldobike interrumpe su quehacer y se me encara.
– Si Felix Apraiz ha tenido diez anos para redondear su trabajo y no lo ha acabado… la respuesta es clara. Busca por otro lado… Si agarraste este caso por verlo facil, olvidalo y vende libros en lugar de escribirlos.
– No me importa la naturaleza del caso…, ?lo elijo porque es real! ?Aun no lo entiendes?
Si lo entiende: ha sido prometedor el intercambio de disparos entre ella y yo.
– Y el peligro -dice, atacando uno de los paquetes con las tijeras.
– ?Que peligro?
– En adelante, no sera tu pluma la que mueva al asesino, el se movera solo. Anda suelto por ahi y no le hara ni pizca de gracia que alguien rompa su siesta de diez anos. Ira por ti. ?Me has oido? Ira por ti.
– Gracias por el aviso, muneca. Me zafare para que no te suicides.
Callo, por ver si me pregunta algo asi como: «?Tambien has escrito eso?», pero no ocurre. Por el contrario, repite:
– Si, peligro, autentico peligro fuera de la novela.
– ?Es el realismo que ando buscando!