contenido de aquellos baules. «De modo que eran libros», gruno. «?Para que quieres guardar algo tan inutil? Vendelos, prueba a ver si alguien los quiere.» Viviamos el comienzo de la dura posguerra y yo todavia no ingresaba un real y careciamos de un trozo de tierra donde sembrar patatas, vainas o lechugas. Estaba vaciando el tercer baul cuando aparecio Koldobike, a quien apenas conocia, y empezo a darme ideas. El primer asentamiento de los libros fue en el santo suelo, en hileras contra las paredes. Vaciados los baules, tres de ellos los parti con un hacha para lena y el cuarto lo reservo Koldobike para mostrador, porque algunos curiosos habian empezado a asomar las cabezas e incluso a entrar. La guerra y la posguerra nos habian familiarizado con la destruccion, atraia como nunca antes la cultura del dolor, la ruina, el desmantelamiento. En la lonja, la gente parecia encontrar un gran placer en agacharse para rozar con sus dedos los bordes de los viejos libros y, en ocasiones, tomar uno y levantarse con el mirandonos a Koldobike y a mi como preguntandonos cual era el siguiente paso. Y si ellos se preguntaban eso, yo me preguntaba que hacia alli aquella vecina: echaba mano aqui y alla con la determinacion de quien hubiera nacido para vivir aquel momento. «Vale una peseta», le oi decir al primer cliente, quien deposito el papelito sobre el cuarto baul y se llevo el libro. ?Con que criterio lo eligio? Con ninguno. ?Con que pautas asigno Koldobike precio a cada ejemplar? ?Quiza por el grosor del lomo? Aquel primer dia hicimos una caja de nueve pesetas, la mayoria acunadas durante la guerra y en papel por el Gobierno vasco, ya sin valor e incluso peligrosas de guardar, pero que desprendian una imperecedera nostalgia; las aceptamos sin reservas por pura rebeldia. Al atardecer, Koldobike me ayudo a bajar la persiana y se despidio con un desconcertante «hasta manana». En la cena -tres huevos, uno por cabeza-, entregue a ama las nueve pesetas. Ni el brillo que aparecio en sus ojos me animo a confesarle que procedian de los libros; se santiguo con la mano que las retenia y empezo a echar cuentas. Retiradas cinco pesetas sin valor, las cuatro restantes significaban comida.

Al dia siguiente, habia ante la lonja cinco camisas azules con el correaje negro, acompanados de dos municipales. «?Que clase de propaganda reparte usted aqui?», me increparon. «Son papeles de todo el mundo, libros», oi a mi espalda. Era Koldobike. Me habia ayudado tambien con la persiana. Los libros seguian en el suelo, algo revueltos por el manoseo de la vispera… Los cinco falangistas echaron un vistazo por encima sin encontrar la propaganda antifranquista que esperaban. Defraudados, la emprendieron con los siete sacos de los baules convertidos en lena, los vaciaron volcandolos y se fueron con una recomendacion muy a tener en cuenta: «Andate con cuidado». Entonces los municipales me dijeron: «?Tiene usted permiso para abrir este comercio?». Oi a Koldobike a mi espalda: «?Tiene esto pinta de ser un comercio?». Y ellos: «Necesitan permiso todas las persianas que se levantan en la calle, y ayer a ustedes les quedaban libros por vender».

Lo primero que hice al retirarse los municipales fue agacharme para recoger por segunda vez todos los libros, por si en la primera -realizada en el camarote de casa- habia pasado por alto algun titulo policiaco; los extraidos entonces, treinta y uno, descansaban en el fondo de mi armario ropero; huelga decir que todos juntos, policiacos y de serie negra, pues en esos inicios aun no los diferenciaba, faltaba alguna lectura mas para que Hammett y Chandler me sacudieran tan hondamente y, por supuesto, aun no habia tomado la pluma para copiarles. Luego me dedique a devolver a sus sacos la lena desparramada. «Nos daran el permiso. Si fuera para vender morcillas y chorizos habria competencia, pero en Algorta estaremos solos», oi a Koldobike. Me incorpore. Lo dificil no habia sido tomar una decision, que ya estaba tomada, sino dirigirme por primera vez a la muchacha que tenia a mi espalda: «?Permiso?». Ella se desentendio de mi grunido. «Si esos libros del suelo son dinero, no se por que no lo serian los que nos enviaran las editoriales. Tenemos que sobrevivir. Yo me encargare del papeleo.» Me volvi para mirarla a los ojos, tambien por primera vez. Pero fue ella la que hablo: «Soy de los Ibaiceta del Puerto Viejo. Y tu eres de los Bordaberri de Algorfa. Ahora ya nos conocemos». Hoy, seis anos despues, sigo ignorando por que se presento con tanta frescura en la lonja de mi tio, y por que continua en la libreria -que tambien ha bautizado como Beltza («negra» en euskera)- por el modestisimo sueldo que ella misma se asigno.

Oigo a Koldobike:

– Saliste a recoger de Correos tu ultima novela… y vuelves sin ella. No tenia la culpa.

– Le toco a esta.

Se acerca un poco mas y se me inclina apoyando sus manos en la mesa.

– ?De donde vienes, si se puede saber?

– No habia un alma en la playa.

– Entonces, nadie veria el entierro. ?Tardo en hundirse?

– Era plomo.

Se incorpora.

– Vete a casa, yo cierro.

– No. Me quedare.

Descuelga su chaqueta roja del perchero de pie y se aleja poniendosela con un «hasta luego».

Oigo la campanilla, la puerta se cierra, pero Koldobike queda de este lado.

– Me lo se de memoria -dice.

Se quita la chaqueta y la devuelve al perchero.

– ?Que hora es? -pregunto.

– Las dos.

Me pongo en pie arrastrando la silla hacia atras y susurrando:

– Ama estara preocupada.

– Le envie recado de que no irias a comer, que tenias trabajo.

– ?Que es lo que sabes?

Me siento de nuevo. Koldobike lanza un suspiro y mueve la cabeza.

– La cancion de siempre: las devuelven y te encierras aqui esperando consuelo de tus Chandler, Hammett y demas.

Raymond Chandler y Dashiell Hammett son las perlas de la Seccion Especial, la seccion «la negra», que ocupa la estanteria mas alta, la mas cercana al cielo. Hacia abajo, figuran: Stanley Gardner, Rex Stout, Valentin Williams, Earl Derr Biggers, Martyn, Mash, Mason, Angelis… Estan en la Seccion por no ser en absoluto desdenables y ofrecer algunos rastros y destellos de «la negra». Creo que a S.S. Van Dine y a Agatha Christie no les agradaria ocupar estanterias rozando el suelo: me los imagino tan elitistas como sus heroes investigadores: Philo Vance y Hercule Poirot: nada que ver con Philip Marlowe y Sam Spade, hijos de Chandler y Hammett, que chapotean en el mas fangoso barro humano social por veinticinco dolares diarios mas gastos.

Descubro a Koldobike de pie entre la Seccion y yo.

– Escapa de ellos, no son tan maravillosos. Lo unico que les diferencia es que a ellos les publican y a ti no.

No la miro. Su voz se rebaja.

– Estos escritores tampoco son gran cosa: un gracejo de vez en cuando y para de contar. Si tus novelas se toman por el lado chistoso tienen mas salero que las mentiras que se cuentan en La Venta. -Debo parecerle un derrotado al borde del suicidio-. Olvidalos. Si recibimos algo nuevo de Chandler, Hammett o de cualquiera de los otros…

– Apenas hay otros.

– ?Sabes que, en mas de una ocasion, he estado en un tris de hacer una pila en la calle con todos ellos y prenderles fuego? ?Nunca habia visto una indigestion tan gorda!

– ?Marlowe y Spade son heroes a contracorriente! -exclamo-. Arriesgan su vida por defender a inocentes, a debiles, a doncellas en peligro. Llevan a criminales ante la justicia. No se paran en barras para denunciar lo denunciable. Desenmascaran a corruptos, hipocritas y extorsionadores. ?Son los ultimos caballeros!

Koldobike tose y espera a que decline mi furor.

– Ellos escriben de lo que ven en sus ciudades americanas en las que no cabe una rata mas, y cuando la gente vive amontonada se matan unos a otros para hacer sitio. Ellos no tienen mas que darle a su maquina contando lo que pasa a su alrededor: tiros, sangre, cadaveres con bonitas corbatas flotando en el rio o descuartizados, rubias platino fumando como cosacos, espias, chivatos, matones… Ellos no han de inventar nada, el que tienes que inventar eres tu, porque en Getxo no ocurre nada.

Cierra los ojos aun con el eco de la ultima silaba. A seis anos de la guerra, la gente de Getxo sigue siendo asesinada por Franco. Sobra que le diga a Koldobike que el tiempo negro en que vivimos nada tiene que ver con «la negra». Tiene a su padre en prision con pena de muerte. Al mio, lo fusilaron en el 39. Yo he de agradecer a mi cojera no haber corrido parecida suerte; es de nacimiento, mi pierna izquierda es mas corta que la derecha;

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