tambien la cosecha de Felix Apraiz? Es natural que sobre este recayeran las sospechas del crimen, si bien no era el unico con motivos para dar a los gemelos un duro escarmiento. En Getxo se les tenia por sanguijuelas insaciables… Me gusta lo de «sanguijuelas insaciables», nunca se me habia ocurrido llamarles asi. Es una calificacion ajustada y vigorosa… No deja de ser curioso que en los ultimos minutos acudan a mi cabeza expresiones asi…

La arena de esta playa de Arrigunaga no es fina y clara, sino mas bien oscura y de granos gruesos, y en ello tendra que ver el cock quemado en Altos Hornos que arrojan los ganguiles a la mar y las corrientes traen a la playa; las gentes de la ribera lo recogen, como una pesca mas, para sus fuegos de casa, pues aun conserva calorias. Bueno, pues los gemelos Altube tambien solian apropiarse de los montoncitos de esta saborra que cada familia acumulaba en la playa. Eran, si, sanguijuelas insaciables.

El crimen se cometio en 1935, y supongo que si no se hallo al culpable fue porque no se trato de un crimen politico. Mas tarde, Franco habria dicho: «Esos vascos no echaran en falta a uno de los suyos despues de estar perdiendo a tantos». La policia, los municipales y los jueces hicieron muy poco, cuatro preguntas y adios muy buenas. De modo que hoy, en 1945, aun tenemos al asesino coleando por ahi. ?Por que todos, incluido yo, hemos olvidado este asunto durante tantos anos? Es que Franco tenia razon, fue un tiempo con demasiados muertos, los de la guerra inminente y los de la represion, que aun no ha cesado. ?Como detenernos en un cadaver que ni siquiera tenia el respeto del pueblo? Al parecer, no basto que Leonardo Altube fuera hijo de Roque Altube, el de Altubena, un aldeano neto. Sus gemelos se habian ganado a pulso su fama de depredadores, fueron los dos garbanzos negros de la familia… Bueno, y creo que me gusta el estilo con que estoy describiendo a la pareja. Lastima que, al no estar escribiendolo mas que en mi cabeza, no se lo pueda leer a Koldobike. Lo encontraria distinto. Supongo.

Mis piernas se mueven mas sueltas y mis pies hollan la arena con mas firmeza. Aspiro casi con violencia para llenar mis pulmones del vivificante aire marino. El peso que tengo en la mano me recuerda para que he bajado a la playa. Me viene a trompicones el argumento de esta ultima y definitiva novelucha. Nunca las habia calificado asi. ?Por que me castigo volviendo a la oficina de Samuel Esparta en Los Angeles?… Recibe una carta rogandole se persone en cierta mansion «donde se van a cometer varios crimenes», segun se anuncia en el texto, que no lleva firma, y concluye prometiendo al investigador abundantes dolares si descubre al asesino. Samuel exclama algo con lo que mi pluma no mancharia hoy el papel: «?Corcholis!». Ridiculo. Desmanes parecidos arruinaban mis textos. Samuel Esparta es un investigador privado curtido en toda clase de violencias, punetazos, tiros, cuchilladas, cadaveres… Solo un prosista mediocre como yo se atreveria a poner «?corcholis!» en boca de un personaje fibroso. ?Y si solo se tratase de tontas expresiones aqui y alla…! Es que era todo el armazon, todo el andamiaje. Koldobike lo percibio hace tiempo y yo unicamente ahora, comparando, comparando… Se me revuelven las tripas… Bien, pues desde que Samuel entra en aquella mansion, no hace otra cosa que indagar cual de los muchos miembros de aquella elite social es quien le ha contratado. Unos pertenecen a la familia, los Baxter, otros son invitados a una extrana celebracion que durara cuatro dias con sus noches. Parece que aun no han matado a nadie, aunque a Samuel le preocupa principalmente que frac o que vestido de noche le adeuda sus veinticinco dolares por dia mas gastos. Escruta en los rostros, sus oidos estan muy abiertos incluso a las palabras mas insulsas, vigila los movimientos de aquella fauna que colorea los salones. Cuando cree que un par de ojos se detienen en el, aborda a su dueno con una supuesta habil pregunta: «?Es usted el de la bola de cristal?», y el interpelado le vuelve la espalda no sin que Samuel le oiga grunir: «?Que hace usted aqui sin vestirse de pinguino?». Samuel no persigue al asesino sino a su victima, intuyendo que es esta la que le ha llamado y la que le ha de abonar su soldada. Sin embargo, ?como lo podria hacer una vez muerta? Ha de dar con ella, si, pero en vivo y aunque sea en su ultimo suspiro, una situacion que, al menos, revelaria quien escribio la carta. Le preocupaban los instantes que mediarian entre el gesto del criminal a punto de dar su golpe y la irrupcion del propio Samuel impidiendolo. ?Acertaria a intervenir con la debida celeridad? Era un esforzado investigador que llevaba cuatro dias y cuatro noches revolviendo habitaciones, sometiendo a un centenar de personas a velados interrogatorios, leyendo a hurtadillas cartas y diarios secretos, mirando detras de los cuadros y removiendo la tierra de los tiestos, siguiendo a damas encopetadas hasta la misma puerta de los banos, desdoblando los papelitos arrojados a los ceniceros por si contenian lineas reveladoras, leyendo en la distancia el movimiento de los labios… Habia trabajado duro y queria cobrar. Lo consiguio: en una de sus ultimas y silenciosas rondas nocturnas, oyo unas pisadas gatunas, se acerco y descubrio la sombra de un brazo a punto de aplastar con un candelabro de bronce el craneo de la abuela que dormitaba en un sillon. Se interpuso y la salvo. «De modo que era ella», se dijo Samuel. El agresor era el nieto, a quien la abuela habia desheredado. Samuel extendio alli mismo un recibo por cien dolares (esta vez sin gastos) y se lo entrego a la abuela, quien estampo su firma y nuestro hombre cobro. Mientras, habia llegado la policia y realizado las debidas diligencias. Cuando el inspector McCorman le pregunto por el metodo seguido para solucionar el caso, Samuel respondio: «Soy Samuel Esparta, investigador privado con licencia, y tengo mis propios metodos».

Bueno, pues esta es la maravilla que contiene el atadijo que arrojare a la mar con el mayor de los placeres… Siento que me estalla en las manos el caso de los gemelos; es como si por mis venas corriera, de pronto, una sangre re-vitalizada. Creo que estoy, mas o menos, en el punto de la playa desde el que Etxe oyo los gritos angustiosos de Eladio aquella madrugada de 1935. Y alli sigo viendo, ahora mas cerca, la pena con la argolla de Felix Apraiz. Etxe corrio hacia los gritos. No veia a persona alguna, hubo de pasar de la arena a las primeras piedras y avanzar un buen trecho para vislumbrar en la gran pena algo que le parecio una cabeza. El agua ya habia cubierto el cuerpo de esa cabeza. Se fijo en que las cadenas partian de la argolla. Las olas de la marea ascendente alternaban con los gritos; quiero decir que a Etxe solo le llegaban los gritos cuando las olas, en su retirada pasajera, permitian respirar a Eladio entre ahogos. «?Sacame de aqui! ?Sacame de aqui!», oia Etxe. Su espanto crecio al descubrir que debajo de Eladio estaba Leonardo y que a este las olas ya no le concedian ninguna pausa para respirar. Etxe se puso a tirar con desesperacion del embrollo de cadenas. «?Es inutil! ?Corre y trae al herrero de Cuatro Caminos!», le pedia Eladio. Y Etxe corrio como no habia corrido en su vida (es un hombrecillo de movimientos cortos por una aparente carencia de energia), dejo atras la playa y enfilo la cuesta que muere en Cuatro Caminos y en la herreria de Antimo Zalla. El pueblo nunca se puso de acuerdo sobre el tiempo que empleo en subir y regresar junto a Eladio, pues no se trataba de calcular lo que tardarian unas buenas piernas sino lo que tardo el. Alguien recordo que cualquiera es capaz de saltar un muro que nunca saltaria si no le persigue un toro. Lo mas que le concedieron a Etxe fueron veinte minutos. «Y eso, en uno de sus dias buenos», se oyo entonces y bastante despues en el mostrador de La Venta, circulando con las apuestas. Cuantas veces hubo de contar Etxe el episodio sus ojos eran siempre de espanto: «No se como pudo aguantar vivo, porque tenia el agua mas veces por encima de su cabeza que por debajo.» Algunas mujeres llegaron a hablar de milagro, y no pocos hombres. Los minutos que empleo Antimo Zalla en aserrar los eslabones fueron igualmente motivo de especulacion. ?A quien atendio el herrero en primer lugar, a Leonardo o a Eladio? Las apuestas se inclinaron por Eladio, el menos ahogado, el que tenia mas esperanzas de sobrevivir, pues el otro no tenia ninguna. Pero no era la logica la que se impondria entonces, con tres hombres desquiciados (Etxe, aunque no subido a la pena, tampoco callaria su opinion) luchando por la vida de unos semejantes, aunque estos fueran los antipaticos gemelos Altube.

Es posible que no hubiera decision, que las manos temblorosas del herrero tomaran impulsivamente un eslabon de Eladio. La tension y el impedimento de las olas hicieron que se quebraran cinco hojas (las apuestas se cruzaron tambien sobre cuatro o seis), sustituidas por otras de repuesto en un tiempo interminable. Luego, entre Antimo, su hijo Tomason y Etxe trasladaron a Eladio a lugar seco en la playa y soplaron en su boca por turnos. Hasta que el joven Tomason regreso a la pena y recordo a gritos a los otros dos que aun quedaba el segundo, al que, una vez liberado de las cadenas, lo rescataron de su fosa liquida y lo dejaron junto a su hermano. Contaria Etxe que tanto el como los dos herreros no podian dejar de mirar al muerto Leonardo, que ya no tenia remedio, mientras el Eladio vivo seguia echando escupitajos de mar por la boca. Tambien conto Etxe que cuando Eladio pudo incorporarse y mirar a su hermano, en sus ojos habia mas lagrimas que agua. Se abalanzo sobre el y quiso resucitarlo a sacudidas…

No estoy escribiendo en un papel, simplemente lo hago en mi cabeza. Pero estoy escribiendo, que nadie lo dude. Y lo que leo me gusta… Siento un peso al extremo de mi brazo, bajo la vista y es el paquete con mi, si, novelucha, escrita sobre papel con mi Underwood. ?Sera solo fantasia lo que creo estar escribiendo de este modo? Dicen que la prueba de fuego de la escritura es su plasmacion en el papel, y lo unico que tengo en papel es la novelucha. Lo que tengo ahora en la cabeza quiza sea solo un delirio que se esfume si cometo el error de pasarlo a papel. Si es asi, las leyes de la escritura me dicen que no debo escribir nada. Sin embargo, lo que tengo ya escrito (?tengo algo realmente?) esta compuesto de palabras, y una palabra siempre sera una palabra, tanto

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