encuentro con una pizca de humor, aunque sus ojos nos hablaban de un combate interior aun en tablas-. Cuando acepte a Leonardo sabia que no era Eladio, pero tambien sabia que era lo mas parecido a el que encontraria nunca. No me importa decir algo tan insustancial porque es la verdad, es lo que yo sentia. Lo hice por amor. A Eladio le parecia bien que Leonardo ocupara su lugar, fuera mi novio y despues mi marido, si el faltaba. Se lo oi en alguna ocasion. Ellos estaban muy unidos. Ademas, tambien Leonardo estaba enamorado de mi, tambien me amaba. Todo estuvo bendecido por el amor. Busque el milagro imposible. No sabia que hacer con mi dolor…

Frases todas demasiado afinadas para haber surgido sobre la marcha y no producto de una vieja destilacion con miras a embellecer o, al menos, hacer soportable el tiempo que durara el apano. Se las repetiria a si misma a lo largo de los diez anos: «Todo lo bendijo el amor. Todo lo bendijo el amor». Y, contemplando a Bidane Zumalabe, uno se inclinaba a darlo por cierto, sin mas.

Koldobike y yo seguiamos sin pronunciar una sola palabra, asi que me crei con cierta fuerza moral para atreverme a preguntar que le impulso mas a matar, si el quedar como dueno absoluto de todos los bienes, o lo otro, el amor. Yo no albergaba ninguna duda. Pero ella se apodero de nuevo de la palabra, que fue una respuesta:

– Eran hermanos, eran socios, eran iguales, quiza no tuvieran tantos dineros como cree la gente, yo nunca lo supe ni siendo esposa de uno. Pero lo unico cierto es que, mucho o poco, lo disfrutaban juntos, no sabian hacerlo por separado, el uno sin el otro. No eran dos personas, eran una.

– Y tu tambien eras una -irrumpio la voz de Koldobike como un estilete.

– Si, lo unico que no podian compartir en vida -asintio Bidane Zumalabe, tambien con la cabeza, y un mechon de su pelo rubio cayo sobre su ojo izquierdo, pero tan metida se hallaba en su rememoracion que no lo advirtio-. Os dire algo muy importante… Si supe con quien me casaba, pero un ano antes estuve equivocada unas pocas horas. ?Y que importantes fueron despues esas horas! Aquella madrugada terrible, Lucio Etxe se presento en casa para llevarme junto a Eladio. Solo para llevarme, entonces no me dio mas explicaciones. Encontre a mi novio sentado en su cocina, envuelto en una manta y llorando. Le pregunte que pasaba, pero el solo decia una y otra vez: «Se ahogo a mi lado y no pude hacer nada por el». Nadie le sacaba de ahi. Se lo pregunte a Lucio Etxe y me dio la espalda. Y pense que si Eladio hablaba de alguien que se ahogo a su lado y alli no estaba Leonardo, es que el ahogado era Leonardo. Aunque podia no ser asi. Me sente a su lado y lo abrace y lo bese. El pobre temblaba y lloraba. Cuando, tiempo despues, llegue a saber que no era Eladio y que lo habia matado, me pregunte si aquellas lagrimas suyas eran sinceras. ?Por que no lo iban a ser? ?Queria tanto al hermano al que habia matado!… Y ahora, escuchadme bien: nunca quise mas a mi Eladio como horas antes de saber que no lo era. Estrechaba entre mis brazos el cuerpo sentado en la silla, lo besaba, mil besos nos dimos en nuestras bocas… Bueno, y el pobre y tonto de Lucio Etxe miraba a todas partes menos a donde no se atrevia a mirar… Pero tuve que regresar a Zumalabena para los ordenes, y luego, al acabar con el reparto de las leches, me tumbe a echar una cabezadita. Y no llevaria dormida ni diez minutos cuando me despierto de golpe y grito: «?No es Eladio!».

– ?Las orejas! -apunto Koldobike.

– No. Es que en el ensueno habia recordado los besos de Eladio y los compare con los que acababa de dar a uno de los gemelos, y tambien grite: «?Es Leonardo!». Corri a Berango, pero la casa ya estaba cerrada para mi. Y no pude verle en todo un ano, aquel gemelo tenia miedo de tenerme cerca y que adivinara la verdad. Yo me presentaba casi a diario a la puerta de su casa, pero el solo asomaba media cabeza por el ventanuco del camarote para mormojear palabras que no le entendia. Me fui aburriendo de ir, aunque no de darle vueltas en la cabeza a todo aquel lio y de preguntarme por que callaba lo que sabia… Asi, un ano, hasta que pienso que supuso que yo ya habria olvidado las diferencias que habia entre los dos. Y entonces salio y hablamos de boda.

Hizo una pausa y, aunque parecia que era para tomarse un respiro, la dedico a observar nuestros rostros e intentar averiguar como nos habia caido lo de la boda. Es que, hoy, la mujer aun esta viva y le queda algun futuro por delante y necesita saber el juicio que merece una novia que se casa con un hombre por amor a otro. Si lo hizo, es que para ella tenia sentido. Pero sucedia que entonces el asunto escapaba a su intimidad y quedaba por primera vez expuesto a un objetivismo impertinente.

Busque los ojos de Koldobike pero no los encontre. Quise decirle que no hablase, que no le hiciera ninguna pregunta. Ella deberia conservar, intacta, la providencia que aplico a su dolor.

– Fueron las seis horas que mediaron entre mi encuentro con el en su cocina y mi propio grito despertandome -prosiguio Bidane Zumalabe con quieta intensidad-. En esas seis horas senti a Eladio, a pesar de haber besado a Leonardo…, ?y ya no quise perderlo nunca mas! Seis horas en las que cerre los ojos y me agarre a un sentimiento equivocado, en las que senti que el cambio era posible. Estoy segura de que el mismisimo Dios me envio esas seis horas. A El le debo ocho anos sin dolor.

Silencio.

– ?Ocho anos? -hablo Koldobike de pronto.

Tenia razon Bidane Zumalabe, pues los anos de matrimonio no fueron diez sino menos de nueve.

– Hasta que el supo que yo lo sabia, y entonces me vio como la unica persona en el mundo que conocia lo que ocurrio aquella noche en la playa. «?Que haras ahora?», me pregunto. «Nada», le dije. «?Iras con el cuento a la policia?» Le asegure que no. Y me creyo, pues pasaban los meses y yo no abria la boca. No tenia por que hablar, habia callado desde el principio, para mi no habia cambiado nada. Se quedo tranquilo. Tu rompiste la calma, Samuel Esparta.

– Pero ?como descubrio que tu sabias que no era Eladio? -quiso saber Koldobike, y yo tambien.

– Un dia le llame desde lejos y no me oyo, y al acercarme le tire de una oreja diciendole que estaba mas sordo que una tapia y que oiria mejor si pudiera mover las orejas adelante y atras, y el ya no bromeaba cuando me echo una mirada de fiera. Yo tambien le mire y nos dijimos todo con los ojos. De esta forma tonta supo que yo sabia… Y tu, Samuel Esparta, estabas metiendo mucho ruido y el se puso nervioso y robo las cadenas y las escondio en el viejo sillon del camarote, quiza para matarme con ellas en la misma pena de Felix Apraiz, porque yo era la unica persona en el mundo que conocia su secreto. Se que habria acabado matandome.

No pude mas y le eche en cara por que se inventaba todo eso.

– Una esposa se entera de muchos secretos del marido porque le oye hablar dormido algunas noches -explico Bidane Zumalabe obviando mi acritud-. Ya no tenia mas remedio que delatarle. Asi que me converti en el gran peligro que le amenazaba. Y para mi era una tortura ese papel. Queria y no queria denunciarle. Y recurri a vosotros. Ya sabeis: tirar la piedra y esconder la mano. -Suspira profundamente-. Pero ya acabo todo.

Al alejarnos de Zumalabena nos llegaron sus ultimas palabras desde el portalon:

– Pero me amaba. Mato por mi.

Koldobike pone en mi mano una diminuta cajita de carton. La abro y son tarjetas de visita. Dicen:

Tomo una de ellas entre los dedos, y mientras la contemplo sin una sensacion especial, creo oir la voz incisiva de mi secretaria:

– ?Sabes lo que te digo, Sam?

No me entero de lo que sigue porque estoy pensando en otros abismos insospechados a los que me puede conducir una tarjeta como esta.

Ramiro Pinilla

***
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