escrita en un sitio como en otro, de modo que debo averiguar por que las palabras que zumban dentro de mi suenan mejor. ?Acaso no son las mismas de siempre?… Me arrastra tanto ese episodio de hace diez anos que olvido lo que llevo en la mano…

Las cuatro figuras permanecieron junto al ahogado hasta que la ascendente mar los echo de alli y depositaron el cuerpo mas arriba de la playa. Entonces, Antimo mormojeo que debian avisar a las autoridades, y alla se fue su hijo Tomason. En la hora larga que tardo en regresar con el juez, el medico y los municipales, ni Etxe ni Eladio pudieron apartar sus miradas del rostro de yeso de Leonardo… Y alli concluyo el asunto, en cuanto a lo que ahora me interesa.

Las posteriores pesquisas policiales no dieron el menor resultado. La policia de Bilbao se persono en algunas viviendas para interrogar a sus habitantes, pero lo hizo sin ruido, y las familias contaron tan poco que el pueblo hubo de recurrir a las suposiciones. A los Apraiz los visitaron dos veces, cosa que a nadie extrano por ser Felix el dueno de la argolla. Transcurrieron semanas y meses con escasisimas filtraciones, y con la llegada de la guerra se instalo el olvido. ?Quien asesino a Leonardo Altube? Ni siquiera se conocio el nombre de un solo sospechoso oficial. No obstante la escasa aceptacion que tenian los gemelos entre nosotros, Getxo sintio dolor, no tanto por la brutal desaparicion de uno como por la certidumbre de que alguien peor que ellos vivia entre nosotros.

Hasta aqui llega el relato que estoy escribiendo en mi cabeza. Pienso que es un buen relato. Mi competencia para emitir este veredicto emana de la dolorosa e irrevocable sentencia de detestables que aplico a mis dieciseis novelas anteriores. Y quien esgrime con semejante valor una objetividad tan suicida demuestra tener clarividencia.

Este buen comienzo de novela de misterio mereceria una continuacion. Por desgracia, la fuente se ha secado bruscamente, mis recuerdos no dan para mas. Pero ?por que culpar a los recuerdos si nada mas ocurrio entonces?

Un ano despues, vino la guerra y todo se disperso. Pero a lo largo de ese ano ocurririan cosas, esos doce meses pudieron contener una realidad vinculada a este crimen; supongo que si no pasaron al pueblo no merecerian ser conocidas.

Estamos en 1945, han transcurrido, pues, diez anos. ?Que piensa hoy Felix Apraiz de aquel asunto? ?Y Lucio Etxe? ?Y Eladio Altube, el gemelo superviviente? ?Y sus padres, Roque Altube y Madia o Magda? ?Y Cenobia, Anastasi, Pelayo, Aurelio, hermanos de los gemelos? ?Y el magnate Efren Bascardo, para quien trabajaron de jovencitos Eladio y Leonardo y al que robaron descaradamente en lo que Getxo califico de aprendizaje de sus trapacerias y socalinas posteriores? ?Y don Manuel, el maestro que los tuvo en su escuela? Y tantos mas, el pueblo entero, los que pisen la playa de vez en cuando para darse un bano o pescar y se fijen, como yo, en la argolla de esa pena y acaso recuerden, tambien como yo, y les recorra la piel un pequeno escalofrio al pensar en el vecino que mato y seguira entre nosotros… Todas las historias necesitan un final y esta no lo tiene.

Para final, el que voy a dar al atadijo que llevo en la mano. «?Lo que no vale, guardabajo por la Galea!» -como decimos en Getxo-, grito, incluso haciendo girar mi brazo como un molino para arrojar este subproducto a la mar lo mas lejos posible. Y alla va, describiendo una elipse y siendo tragado con un chop sordo.

Me siento en la arena. Y ahora ?que? Acabo de cerrar una etapa y lo menos que me debe el destino son unos gramos de sosiego antes de empezar a pensar en otra cosa. Y, si, consigo cerrar los ojos para no ver la pena e imaginar su argolla, en la que ya adivino las dentelladas del oxido… ?Cuantos anos duro mi chifladura? Mi primer engendro data de 1939: seis anos, pues. ?Anos tan felices como perdidos! Ama se alegrara de mi regreso a la realidad. «Si, mejor si atiendes la libreria que te da de comer», me dira. Mi hermana me enviara su silenciosa comprension. Koldobike movera la cabeza: «Caiste del burro».

Abandono la playa con el melancolico recuerdo del maldito atadijo que acaba de viajar por el aire camino de su imposible purificacion azul.

2

La libreria Beltza

Las campanadas de la iglesia de San Baskardo me devuelven al mundo. ?Que hago yo sentado en esta piedra del viejo Molino de La Galea? Koldobike ya habra cerrado. Este pensamiento me pone en marcha. Veinte minutos despues estoy ante la puerta acristalada de la libreria y busco la llave en mis bolsillos. Mis dedos fracasan, empuno el picaporte y la puerta se abre con el clin-clon de la campanilla sobre mi cabeza. Recorro el local bajo la mirada de Koldobike y me siento a mi mesita del fondo. ?Que hace ella aqui todavia a esta hora?

– Acabo de vender por telefono uno de Navarro Villoslada -la oigo. La tengo ante mi-. ?Que te pasa?

– ?No comes hoy? -gruno.

– Sabia que te pasaba algo.

– Siempre crees que lo sabes todo.

– Tengo antenas.

Hay brio en su respuesta. Es un modo de hablar que hasta hoy no habia advertido. Suena bien.

– Si supieses la verdad te enamorarias de mi -suelto de pronto. Sostengo bien el momento, su mirada. Koldobike se ha quedado de una pieza. Es una muchacha alta, desgarbada, con una fronda de rizos color zanahoria en su cumbre. Puede decirse que cuando monte la libreria, hace cinco anos, ella ya estaba dentro.

No se venden muchos libros en Getxo, aunque la misma suerte corren zapatos, camisas y pantalones: mucha gente no ha perdido el habito de adquirirlos en Bilbao, aunque deba desplazarse trece kilometros; Bilbao fue el huevo fundacional del comercio, y lo sigue siendo. Es una animosa ciudad llena de mostradores que ofrecen al cuerpo lo mas primario para una felicidad elemental. Una clientela asi no pide librerias, en su escala de valores los libros ocupan el lugar de los chicharros. Se lee poco y se escribe menos: solo algun ilustrado firma opusculos sobre viejos castillos y torres, estelas funerarias o banderizos como los Jaunsolo o los Garzea que ensangrentaron el pais; temas que, aun siendo propios, no apasionan a mis laboriosos conciudadanos. Una unica universidad de jesuitas que moldea alevines de las grandes familias, destinados a dirigir el gran comercio y la gran industria, no puede, ni menos se propone, crear un clima propicio a los libros. Sin embargo, yo he abierto una libreria en el corazon de Getxo. El tio Anselmo, hermano de ama, hubo de echar a la calle a los inquilinos ilustrados de un piso que tiene en Las Arenas y que llevaban dos anos sin pagar el alquiler. Mi tio les obligo a dejar los muebles, incluidos cuatro baules llenos de algo muy pesado. Cuantos interesados pasaron luego por el piso a comprar alguno de esos muebles, levantaban las tapas de los cuatro baules, descubrian su contenido, las bajaban y seguian con los otros bultos. Solo quedaron sin vender los cuatro baules. «?Que hay dentro?», pregunto ama a su hermano cuando este le propuso traerlos a nuestro desvan. «Papelotes», contesto mi tio. Dos hombres los transportaron en un carro y los subieron por las escaleras. Ama no sintio la menor curiosidad por lo que metia en casa, pero yo tenia quince anos. Descorri el primer cerrojo, levante la tapa… y libros, cientos de libros, y lo mismo en los otros tres baules. En la escuela me habian familiarizado con los libros: aparte de flores, arboles, animales y vidas de grandes hombres, el maestro nos hacia leer fragmentos del Quijote y las Aventuras de Ulises para ninos. Al dejar la escuela, a los catorce anos, don Manuel me dijo: «No te olvides de los libros». En los cuatro baules encontraria todos los que, crei, se habian escrito en el mundo. En secreto y a la luz del candil, devore La isla del tesoro, Rebelion a bordo, La cabana del tio Tom, varios de Dickens… En novela policiaca, Rex Scout, Stanley Gardner, Ellery Queen…, a quienes abandone al descubrir a Hammett y a Chandler, los grandes y distintos a todos, en joyas como Cosecha roja, La llave de cristal, La maldicion de los Dain, El halcon maltes, Los chantajistas no disparan… 1939 fue el ano de mi primer intento de copiarles.

Tiempo despues, ama revelo a don Pedro Sarria en confesion que su hijo escondia en el camarote horribles papeles del diablo, novelas y otros peligros para la juventud. El cura le pidio que los quemara. Recorde entonces que mi tio acababa de adquirir una pequena lonja en Algorta y la tenia vacia. Le hable y me permitio salvar el

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