Apoyando los codos en sus rodillas, se cubre la cara con las manos.
– No te culpes de nada, hiciste lo que estuvo en tu mano.
– ?Pero murio uno! No andaria yo rapido. Perdi demasiado tiempo…
– ?A que te refieres?
– Oigo los gritos, corro a la pena, subo y veo a los dos amarrados con cadenas y empiezo a tirar y Eladio gritandome que lo deje y vaya en busca de los herreros de Cuatro Caminos, y yo voy, y luego mas tiempo perdido llamando a la puerta de la herreria… ?Y la marea para arriba!
– ?Estaba cerrada?
– ?Como iba a estar antes del canto de los pajaros?
– Es curioso, nunca se menciono lo de que la puerta estuviera cerrada.
– ?Cerrada y bien cerrada! ?Y yo, aporreandola con la lengua fuera!
– De alguna manera tenias que llamar.
– Pero Antimo Zalla no estaba, no vivia en esa puerta sino tres mas alla.
En la version conocida nunca figuro ese detalle.
– Si sabias que no vivia alli…
– ?Lo sabia pero lo olvide! Acabe dando patadas a la madera.
– Y de pronto recordaste que…
– Si, recorde lo que ya sabia y corri a aporrear la puerta buena y tardo un siglo en abrirse una ventana sobre mi cabeza y oi el ?que, que? de Antimo, y yo le cuento a gritos lo que pasa, y el, ?que, que?, y por fin se abre el portal y aparece Antimo en calzoncillos y grunendo ?que, que?, y yo le agarro del interior sin dejar de gritar, y el sube a casa y luego baja solo con pantalones y boina, lo mismo que su hijo Tomason. ?Hay que cortar cadenas!, le digo, y el, que ya te he oido, y era verdad que me habia oido, porque al llegar a su herreria veo la llave en su mano, y entramos y coge una sierra, pero no encuentra las hojas, y por fin le veo una en la mano, pero me dice que rompera mas de una y sigue buscando, y la marea para arriba, hasta que un siglo despues ya ibamos los tres carretera abajo, yo metiendoles prisa a gritos…
Calla de pronto y me dice, esta vez mirandome:
– ?Por que me haces hablar?
Le aseguro que le estoy muy agradecido, y le recuerdo que soy un investigador muy interesado en…
– Pero no es bueno traer aquello que paso hace tiempo.
– ?Por que no? Nadie se ha preocupado hasta ahora de hacer justicia, porque hay algo dentro de nosotros que nos pide hacer las cosas bien, acabarlas bien. Y mientras ese criminal ande por ahi libre…
– Si, pero ?quien te paga por remover lo viejo?
– Nadie me paga… aunque los investigadores privados solemos cobrar unas cuantas pesetas por dia mas gastos cuando alguien nos contrata. Ahora, me he contratado a mi mismo. -No lo entiende, le falta un dato: ?de donde sale el dinero que ha de pasar de una de mis manos a la otra?-. Soy Sancho, el de la libreria Beltza de Algorta.
Lo piensa un rato.
– El de esa libreria es un Bordaberri. A Vicente lo fusilaron… ?Eres Sancho, su hijo? Te le pareces y a lo mejor lo eres.
Se me queda mirando con curiosidad y asiente con la cabeza. Pero necesita algo mas y le recuerdo:
– Ya sabes que la gente se pone ropa distinta para bajar a la ribera a pescar…
– Y tu estas pescando… Solo contare cosas que entonces conte a la policia y que ya sabe todo el mundo, tu tambien.
– Sin embargo, nadie sabia el tiempo que perdiste llamando a las dos puertas y que pudo sentenciar la muerte de Leonardo. ?Por que callaste ese retraso? A lo mejor preferias llegar tarde a la playa. Cuando un investigador descubre que alguien no quiere hablar, tiene que sospechar de el. Esta en todas las novelas policiacas.
– ?Que me quieres decir? -se asusta-. Yo no tenia nada contra los gemelos Altube… ?Salve a uno! Yo solo quiero no recordar aquello tan terrible.
Espero a que se calme, no quiero asustarle mas. Retoma su relato en el punto exacto donde lo dejo:
– Corrimos los tres por la playa, yo delante, para arrastrarles… ?Hace esto uno que quiere llegar tarde? Yo no quitaba ojo de la pena de Felix Apraiz.
– ?Te importa que nos acerquemos?
No le gusta la idea, pero se pone en pie. Avanzamos por la playa sin hablar, yo temiendo a cada momento que se arrepienta y me deje solo. Alcanzamos la frontera entre la arena y las primeras piedras.
– No habia vuelto a estar tan cerca -oigo susurrar a Lucio Etxe.
No quita ojo de la gran pena con su argolla, a unos cien metros de nosotros y apenas acariciada por el oleaje en ascenso. Ahora avanzamos por pequenas piedras cubiertas de verdin, en un equilibrio que hace mas dificil la lisa suela de mis zapatos. Hay una zona de penas menores antes de llegar a una de las grandes, la nuestra. Mis dedos acarician la superficie rugosa de la argolla, empotrada en el tercio inferior de la dura roca.
– ?Quien desprendio finalmente las cadenas?
– ?Desprender? Nadie, alli quedaron. Y al dia siguiente ya no estaban.
– Las mandaria retirar el juez.
– No se. Nadie las ha visto mas.
– ?Como estaban sujetas las cadenas a…?
– Candado. Grande.
Tiene prisa por acabar y largarse.
– Candados -rectifico.
– No, candado, solo un candado.
– Tuvo que haber dos, uno para cada cadena que rodeo cada cuello. Al infortunado de Leonardo le toco la mas corta.
– No habia ni corta ni larga, solo una muy larga pero enrollada sobre si misma formando una bola a causa de las corrientes del agua. Eso si: de ese nudo salian dos cabos. Lo unico que importa es que el mas corto tenia que haber sido mas largo.
– ?Como estaban cerrados alrededor de los cuellos los extremos de los cabos?
– Candados. Esta vez, dos. Mas pequenos.
– De modo que Antimo Zalla hubo de aserrar tres candados…
– No, eslabones. Dos. Aunque solo uno merecia la pena.
Se me ocurre preguntar:
– ?Agradecio Eladio tu milagrosa intervencion? ?Te dijo algo, ya fuera entonces o en los dias siguientes?
– No entonces. En las primeras horas estaba mas muerto que vivo. Lloraba y lloraba por su hermano y por el mismo, supongo. Temblaba, nos miraba y no nos veia. Aquello le duro dias. La gente le decia: pero estas vivo, ?sabes que estas vivo? Y el no se cansaba de repetir: ?el muy cabron, el muy cabron! El juez le pregunto quien era el muy cabron, pero el pobre no tenia ningun nombre, solo tenia miedo.
– ?Cuando, pues?
– ?Cuando que?
– Las gracias.
– Con el tiempo, cosa de un mes despues. Me para en una estrada y me dice: que Dios te conserve el oido, y me dio un par de palmadas en la espalda. Ya me gusto. Y, de repente, me vino el recuerdo de la gracia que le vi hacer una vez: estiro los brazos pegados al cuerpo y arrugo los ojos haciendo un esfuerzo… ?y sus orejas se movieron solas!
Me cuesta trepar a la pena, y cuando lo consigo me tiendo largo sobre la meseta inclinada, con los pies en la parte baja, que es donde esta la argolla. Imagino mi cuello preso de uno de los cabos cuando una ola se estrella contra la parte baja de la pena y trepa hasta mis zapatos… y no puedo evitar un estremecimiento.
– Ademas, hubo odio.
– ?Que?
– No le bastaba matarlos, necesitaba tambien su agonia, a la que, sin duda, asistio desde algun punto proximo… Por cierto, ?viste senales de golpes en sus cabezas?
– Si, en las frentes, dos grandes trompadas…