– No seas cabezota. Mira: si yo ahora me marchara a casa a cambiarme de falda y regresara con la azul, seria realidad, ?no? Y te pondrias a escribir que Koldobike dejo un rato la libreria y aparecio con una falda azul muy bien planchada…, ?me sigues? Y como no es preciso contar «toda» la realidad, pues espero que antes no hayas ni mencionado la falda sin planchar, y asi Koldobike habra tenido puesta todo el dia la falda planchada y todo sera de lo mas real.

– ?No, nunca! Seria como desvelar los innobles artificios a que puede recurrir un autor para sostener su realismo…

– Entonces vendre a trabajar vestida de boda.

– ?Tanto te cuesta mostrarte todos los dias tal cual eres?

– Y tu, ?te muestras tal cual eres?

Quedo tan atonito que la propia Koldobike acude en mi ayuda:

– No te preocupes, hay otra persona que tampoco sera ella misma. -Se inclina con el secante en la mano para absorber la gota de tinta que ha soltado mi pluma-. Espero que tu la encuentres antes de que ella te encuentre a ti, Sam Esparta.

3

?Es que no hay mujeres en esa casa?

Primero recorro toda la orilla, de punta a punta de la playa, por si el maldito paquete arrojado la vispera hubiera sido escupido por la mar durante la noche. Siento que las cosas del mundo que me rodea me transmiten su aprobacion y me dan via libre.

He venido a esperar el paso de Etxe, el gran tempranero, el primero del pueblo en comprobar que nos han regalado las olas cada madrugada en la ultima etapa de su viaje. Nunca valiosos tesoros o, si los hubo alguna vez, el Etxe de turno se lo callo. ?Que pudo ser?, ?un deslumbrante medallon, un pequeno cofre conteniendo viejas monedas de oro? No habia frustracion, porque no esperaban nada grande. En todo caso, quiza les alentara el deseo de encontrar lo que mas necesitaban: una mujer. En las tertulias de La Venta brotaba ocasionalmente este chiste amargo. Porque a los Etxe sus mujeres les duran poco, quiero decir que se les mueren pronto. En los rostros de todos ellos hay una mirada perenne de naufrago solitario. Es como si buscasen en la costa a la hembra que se les niega en el interior. Un sueno -imaginabamos- de dificil satisfaccion y diariamente roto, pues la mar solo arrojaba cadaveres. No se les conoce oficio, viven de sus huertas y de los restos que les entrega la mar.

Empiezo a temer que me he adelantado incluso a Etxe, cuando lo descubro en la distancia a la luz turbia del amanecer. Estoy hacia la mitad de la playa, a la altura de los ultimos murallones de piedra arenisca del viejo fuerte. La pequena figura que se acerca se desvia mucho antes de cruzarse conmigo, asi que yo tambien he de avanzar en diagonal para cortarle el paso.

– Hola -saludo. No ha tenido mas remedio que detenerse. Sus ojos preferirian no mirarme-. Parece que os echan de la cama. -No, no he debido lanzarle una pulla tan directa-. Te echan de la cama -intento suavizarlo-, como a mi.

Contemplo su carita blanca de nino. Los Etxe y el sol pocas veces coinciden. Aunque lo mas llamativo de este rostro no es su palidez…

– ?Puedo hacerte una pregunta? -Pone sus ojos en los mios por primera vez-. ?Cuantos anos tienes?

Tarda en responder.

– Creo que veintiuno.

– Entonces no puedes recordar… Me refiero a que aquel dia, a esta hora, no estarias en la playa sino en casa, porque tendrias once anos. Y como no viste a los gemelos en la pena, no puedes recordar. -Mi primer paso no ha sido fructifero. Sofoco mi pequena tormenta y mi siguiente pregunta es casi dulce-: ?Con quien vives, muchacho?

– Con el padre.

– Claro, el padre -repito-. En Etxetxena, naturalmente… ?Pues le hare una visita!… Ejem…, ?se habra levantado?

– Viene por ahi atras.

Me vuelvo y creo ver una sombra acercandose en la distancia. Ninguno de «ellos» habria perdido los papeles por tan poco. Necesito curtirme, entrar en mi papel; asi que para hacerle la siguiente pregunta me identifico:

– Soy Samuel Esparta, investigador privado. -He de hacerme pronto con tarjetas de presentacion-. Investigo el crimen de los gemelos Altube… ?Te suena de algo?

Lo he pronunciado con calculada lentitud, pero nada se altera en su expresion ausente.

– ?No te han contado nada? ?Quien de los tuyos recorria la playa aquella ma…?

– Eres policia.

– …drugada… ?Eh? ?Policia? ?No! No soy de ellos ni de nadie. Se trata de algo muy personal, quiero sacar a un criminal de su agujero. Es lo que tenemos pendiente en Getxo.

– Nunca habia visto a nadie en la playa con corbata, y sombrero americano.

Le agarro del brazo para que no se me vaya.

– Antes no veniais en parejas… ?Fue tu padre el que oyo los gritos de Eladio y teme ser sorprendido solo en la playa si aquello se repite alguna vez?

– Tambien el abuelo suele bajar.

– ?Ni tu abuelo ni tu padre te hablaron del crimen cometido aqui mismo? ?Quien de los dos vivio aquello? ?Viene tu abuelo detras de tu padre?

– El abuelo esta en casa, con el nino.

– ?Que nino?

– Mi hijo.

Estoy a punto de preguntar: «?Es que no hay mujeres en esa casa?», pero pienso: «?Dios mio, cuatro generaciones y no les queda ninguna mujer!». Etxe recupera su brazo y se va playa adelante.

– Adios -despido a su espalda y quedo a la espera del que se aproxima, este sin desviarse.

– Hola.

Se detiene a dos pasos. Es un Etxe autentico. Carga a su espalda un saco lleno de algo.

– Inocencio marca con un palo lo que va encontrando y yo lo recojo -dice de primeras-. Es mi vista, bastante jodida.

El ha roto a hablar, si, pero no tiene intencion de continuar, solo de seguir su marcha.

– Espera, espera -he de frenarle-. Soy Samuel Esparta, investigador privado, y creo que, por tu edad, eres quien salvo la vida a uno de los gemelos Altube. ?Recuerdas? Hace diez anos, aqui mismo.

Callo para que organice sus ideas. Quiere mantener su mirada fija en mis ojos, pero solo consigue intermitencias.

– Si. Si, pero ?por que vienes?

Es una peticion directa, pero el no es de esa pasta y lo paga: pierde el saco, que cae a la arena, y sus hombros recogen una cabeza hundida.

– Fue terrible -murmura. Y repite-: Terrible.

– Si, un crimen barbaro. E impune.

– ?Eh?

– Sin resolver. El asesino anda libre por el pueblo.

Lanza un suspiro.

– Terrible lo que pase. Corriendo arriba y abajo, sin aliento, y para salvar solo a uno de los chicos. Eso fue lo terrible: solo a uno. -Necesita sentarse y lo hace sobre la misma arena, junto a su saco-. ?Por que? -Ahora si que su mirada, desde abajo, se cuelga de la mia. Mueve la cabeza de un lado a otro con una desesperacion lenta-. ?Pero a mi que me importa por que? No quiero hablar de eso. No, no quiero.

– Sin embargo, lo recuerdas muy bien.

– Si, ahora, porque tu me lo has traido. ?Pero llevaba diez anos sin acordarme! En casa nunca hable de esta maldicion. ?Nunca!

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