Lorenzo Silva

Noviembre Sin Violetas

© Lorenzo Silva, 1995

Para mis padres,

sin cuya ilusion nada habria sido posible.

Para Carlos Soto, th. ch.

«But while I see that there is nothing wrong in what one does, I see that there is something wrong in what one becomes.»

Oscar Wilde, De profundis.

Nota a la segunda edicion

En la contratapa de la primera edicion de Noviembre sin violetas, su bisono autor advertia que los hechos narrados en la novela podian situarse en torno al ano 2000. Supongo que la principal razon para ello era evitar que alguien pensara que eran erroneos los calculos temporales que en el texto tomaban ese ano como referencia del presente. Por lo demas, ignoro por que quise hacer que la historia transcurriera en el 2000: no hay en ella el menor intento de hacer futurologia, por fortuna. Y digo por fortuna porque nunca habria podido acertar. Quien me iba a decir cuando la escribi que en el 2000 Madrid iba a estar habitado por una legion de usuarios de telefono movil, aparato a la sazon desconocido.

Entonces, cuando escribi este libro, era 1991. Se publico algo mas tarde, en 1995, y fue la primera de mis novelas que se dio a la imprenta. Antes habia escrito otras, que no llegaron a ver la luz, y que dudo muy seriamente que nunca la lleguen a ver. Noviembre sin violetas viene a ser el resumen de todas ellas, el homenaje a todo lo que senti y supe en el ejercicio de la escritura entre los catorce y los veinticinco anos; en el curso de mi largo aprendizaje, diria, si creyera haber aprendido. Es el libro mas juvenil de todos los que he publicado, el mas desprovisto de calculo, el mas lleno de ingenuidad.

Precisamente por eso lo entrego ahora sin tocar una sola coma respecto de su version original (ni siquiera los errores, como inventarme el revolver del 38 de ocho tiros, exageracion increible que me ha sido reprochada por algun experto en armas). Se que algunos han querido leer la novela durante los anos en que aquella primera edicion, agotada, ha estado inencontrable. Para ellos la recupero, y tambien para todos los que creen en la verdad imperecedera de los ensuenos de la juventud.

Getafe, 11 de diciembre de 1999

1.

Esto no es mi profesion

Volvieron a sonar los golpes. Era un martilleo desabrido, impaciente. Claudia se habia acercado hasta la puerta y su mejilla rozaba la madera, abandonandose a la vibracion que en ella sembraban los furiosos punetazos del visitante. No espio por la mirilla, ni su mano temblaba cuando se poso sobre el picaporte. Solo hubo un pequeno aflojamiento de sus miembros, apenas perceptible. En su gesto desvanecido se enredaba una indecisa mezcla de tristeza y distraccion.

La puerta, al abrirse, la empujo con violencia. Tropezo con el borde de la alfombra y cayo docilmente, sin gritar ni hacer ruido, como un pajaro muerto. El hombre era alto, parecia joven, y tenia unas manos grandes y hermosas. Con una cerro la puerta. En la otra llevaba un arma negra que alzo despacio, hasta interponerla entre Claudia y su mirada, un poco obtusa, casi impersonal.

– Levantate, zorra -mascullo, sin motivo, sin entusiasmo, como si algo en aquella escena le produjera una insatisfaccion irremediable. Ahi fue donde ella le sintio confusamente incapaz, pero eso no pudo cambiar nada de lo que vendria despues.

Claudia se incorporo y, guiada por la boca del revolver, retrocedio hasta la cama. Se sento sobre el colchon por su cuenta, mientras la mano que sujetaba el arma dejaba advertir un pequeno titubeo. Sono que una gota de sudor brillaba en el borde inferior de la culata, y luego otras imagenes menos nitidas y probables. Cuando volvio a abrir los parpados, el agujero negro la miraba justo entre los ojos. A continuacion vino una escueta sensacion de frio en la frente. Ya solo podia dejarse caer hacia atras, pero se nego a hacerlo. Espero a que el metal se cargase del calor de su carne, mientras observaba fijamente a aquel hombre en cuyas facciones la sonrisa debia resultar una mueca dolorosa. Fue entonces cuando advirtio que el pomulo contra el que la puerta se habia estrellado le ardia y le pesaba como si le hubieran inyectado plomo derretido.

– ?Donde esta? -gruno el hombre, mientras alejaba unos centimetros su arma.

– Donde esta -repitio ella, ausente-. ?Donde esta que?

– Sera mejor que no te hagas la imbecil, preciosa.

Claudia le estudio durante un instante, deduciendo de la inerte frialdad del hombre la posible indole de sus pensamientos.

– No soy imbecil y tampoco preciosa -repuso, masticando las palabras-. No me interesan tus asuntos, si son lo que sospecho. Nunca me interesaron. El iba y venia, y yo nunca preguntaba. Lo mataron, o lo matasteis, y tampoco pregunte. ?Por que tendria que saber nada ahora?

– Eh, para. Quiza no has comprendido todavia. El revolver lo tengo yo.

– Eso no basta. -Claudia se habia procurado una subita firmeza. Era rubia y palida, pero sus ojos oscuros sabian mirar de frente y no se privo de usar aquella ventaja.

– Ahora soy yo quien no entiende -concedio el hombre, benevolo. Su sonrisa era solo estupida.

– ?Y quien eres tu? -escupio ella, con desprecio. El hombre hizo chascar algo en el revolver. Demasiado nervioso, como suele ocurrir cuando se tiene el cerebro lento. Claudia capto el peligro y se apresuro a aclarar, con ambigua prudencia-: No es suficiente un hombre armado. Hace falta una mujer asustada, y una mujer asustada necesita tener algo que pueda perder. Fijate bien en mi. Utiliza tu juguete y no estaras seguro durante el resto de tu vida de que no te bendigo todas las noches desde el infierno.

– Zorra -volvio a decirle, antes de haberse enterado de nada.

Claudia aparto la vista y murmuro:

– Que sabras tu.

El revolver busco su mejilla y la obligo a girar la cabeza hacia el desconocido. Claudia se obstino en no mirarle, pero el se acerco tanto que habria tenido que cerrar los ojos para eludirle.

– Esto no es un juego para ninas malas -mascullo, casi convincente, aquel individuo cuya faz aspera se habia

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