– Fletcher, este caso hace que me sienta curiosamente frustrado. ?Todavia no tenemos ninguna pista sobre el asesinato de Jones?

– No hay nada. Se que a usted no le convence, capitan; pero yo creo que el asesino era un atracador que se asusto, dandose luego a la fuga. Es lo unico que encaja. Jones no poseia ninguna clase de enemigos.

– Quiza tengas razon, Fletcher. Ojala lo pudiera saber.

El miercoles, el brazo escayolado de Leopold comenzo a dolerle. Por tal motivo se sentia inquieto, irritable y con ansia de hacer algo. Por ultimo, llamo a Fletcher a su oficina y le dijo:

– Ire hasta Jersey para hablar con ese Mr. Corflu sobre su sistema postal privado.

Algo que habia visto en un informe sobre la compania de telefonos, le hizo recordar a Corflu.

– Disculpeme, capitan; pero no debe hacerlo. Ya ha estado conduciendo demasiado con un solo brazo - Fletcher bajo las enrolladas mangas de su camisa y se abotono los punos-. No tengo ninguna pista que seguir, asi que creo que podre llevarle yo mismo. ?Esta seguro de que la Policia de Jersey no se molestara?

Leopold, accediendo de mala gana al ofrecimiento de Fletcher de llevarle, le contesto:

– No vamos a arrestar a nadie. Si ese Corflu esta violando las leyes gubernamentales, los encargados de cogerle deberan ser los del Departamento de Correos. A mi solo me interesa el asesinato de Dexter Jones, y de ese asunto es del que quiero hablar.

– ?Cree realmente que Corflu mando matar a Jones, debido a que le conto a usted lo de El Diablo de Jersey?

– Admito que es algo traido por los pelos; pero lo cierto es que Bailey tiene miedo a hablar de ello.

El trafico de aquella manana nublada era escaso, y por lo tanto, tuvieron un rapido viaje. Las oficinas de la Compania de Camiones Corflu se encontraban en las afueras de Paterson, en un almacen bajo e irregular que habia sido reformado para dar cabida a una moderna flota de camiones diesel. Esto causo impresion en Leopold y Fletcher, pero se sintieron aun mas impresionados por el mismo Benedict Corflu.

Les saludo desde debajo de una camioneta que estaba echando humo, mientras el motor parecia ahogarse. Vestia una camisa y un pantalon manchados de grasa.

– Estare con vosotros en un minuto -grito por encima del intermitente ruido del motor. Si habian pensado encontrarse con un rey del crimen en su lujosa oficina, sin duda se habian equivocado de sitio.

Cuando por fin salio, pasandole una llave a uno de los hombres, demostro ser una persona madura, de cuya cabellera solo quedaban dos mechones de pelo anaranjado sobre las orejas. Sobresalian como dos cuernos, y Leopold tuvo la fugaz sensacion de que se encontraba frente al mismisimo Diablo de Jersey.

– ?En que puedo serles util, colegas? -pregunto, limpiandose las manos de grasa con un trapo sucio. Era dificil deducir su edad o identificarle con precision, pero a Leopold le parecio que debia andar por los cincuenta. Al caminar ladeaba un poco el cuerpo hacia un lado, quiza debido a una antigua lesion.

– ?Hay algun sitio en el cual podamos hablar en privado, Mr. Corflu?

– En mi despacho. Aqui arriba.

Les condujo por una escalera de caracol de madera hacia la planta de las oficinas, que quedaba justo encima del garaje. Una docena de muchachas estaban atareadas en su trabajo rutinario, y apenas alzaron la vista cuando paso Benedict Corflu.

Su despacho, que daba al parque de estacionamiento de los camiones, era pequeno y funcional, con estantes repletos de papeles y publicaciones periodicas. Sobre la pared, detras de su escritorio, habia un gran mapa del area metropolitana de Nueva York, que abarcaba desde el sur de Newburgh hasta Trenton, y desde la frontera estatal de Pennsylvania hasta el este de New Haven.

– ?Es esa su area de operaciones? -pregunto Leopold, senalando hacia el mapa.

Benedict Corflu asintio.

– Todo lo que se encuentra a ochenta kilometros de Manhattan, ademas de algunos puntos dispersos mas lejanos -Esbozo una sonrisa-. Aunque creo que vosotros no habeis venido para hablar de acarreos.

– Es verdad -reconocio Leopold-. ?Como lo sabe?

– El coche en el que habeis venido tiene chapa de Connecticut. Tambien lleva un radiorreceptor policial.

– Yo soy el capitan Leopold y este es el teniente Fletcher. Estamos investigando un robo y un asesinato que quizas esten relacionados. Existe la posibilidad de que usted nos ayude en la investigacion.

– Oh, lo dudo.

Leopold se limito a sonreir, y adelantandose, coloco sobre el escritorio el sello El Diablo de Jersey, protegido por un pequeno sobre de papel cristal.

– Quisieramos hablar sobre esto.

Benedict Corflu alzo despacio sus ojos, y los dos mechones de pelo parecian mas erizados que nunca.

– ?Y que?

– Tenemos entendido que usted maneja un servicio postal privado, que compite ilegalmente con el Gobierno de los Estados Unidos.

Leopold esperaba que sus palabras le harian reaccionar de cualquier manera, desde una total negativa hasta un estado de nerviosismo y confusion. Pero no estaba preparado para la reaccion que obtuvo.

Corflu se recosto en su silla y dijo:

– ?Por supuesto! Se trata de algo que esta en conocimiento de mucha gente del Gobierno. Durante la gran huelga de Correos, incluso levantaron temporalmente las restricciones para que yo pudiese operar legalmente. En la actualidad, la Oficina de Correos alquila algunos de mis camiones para hacer el reparto de correspondencia fuera de la ciudad de Nueva York.

– Todo eso puede ser posible; pero me cuesta creer que ellos toleren la emision de sellos postales privados como este.

Corflu agito su grasienta mano, en desacuerdo.

– ?Tonterias! Los sellos solo son un simbolo externo. Yo proporciono un servicio; un servicio necesario. ?Acaso no sabeis que en America la correspondencia, incluso la de primera clase, puede ser abierta y confiscada? ?Sabiais que una carta lacrada de primera clase puede ser retenida por las autoridades durante mas de un dia, mientras se espera una orden de registro para poder abrirla? ?El Tribunal Supremo hasta ha autorizado esta practica por considerarla constitucional! ?Que clase de garantias le quedan al ciudadano corriente? ?Existe alguna proteccion para la reserva privada mas elemental?

– ?Quien la necesita? ?Los elementos del crimen? ?No es a ellos a quienes sirve con su sistema postal?

– Yo presto servicios a todos los que aun creen en el derecho a la vida privada. El Gobierno me permite actuar fuera del marco de la ley, por el mismo motivo que hace la vista gorda a numerosas cuentas bancarias en Suiza y a destilerias ilegales. Nuestras operaciones solo suman un porcentaje minimo del volumen total, y creo que excluirnos del negocio resultaria mucho mas dificil de lo que parece. Las operaciones especificas que yo dirijo estan planeadas con sumo cuidado, y se trata de llevarlas a cabo de manera tal que pongan en tela de juicio a las leyes, antes que violarlas abiertamente. Mi arresto significaria penetrar en un laberinto de problemas legales, el cual estoy dispuesto a aprovechar al maximo.

Leopold se sentia desconcertado, escuchando a un hombre que se jactaba de infringir la ley, y que casi estaba desafiando a que lo arrestaran.

– No he venido por su sistema postal -le dijo-. Vengo a causa de un asesinato.

– ?Caracoles! ?Quien ha sido asesinado?

– Un coleccionista de sellos llamado Dexter Jones, la semana pasada, en Connecticut. Algunas noches antes, otro coleccionista, Oscar Bailey, fue victima de un robo. Creo que ambos delitos estan vinculados. Uno de los sellos robados de la casa de Bailey era El Diablo de Jersey.

Corflu asintio con la cabeza.

– Lo he leido en alguna parte. Ahora que usted lo menciona, creo recordarlo. Pero los periodicos no han dicho nada sobre El Diablo de Jersey, lo que si mencionaban era que aun no se habia recuperado un sello hawaiano de dos centavos muy valioso.

– Asi es.

– ?Cual es su valor? -pregunto Corflu.

– Quizas unos treinta o cuarenta mil dolares.

– Me temo, capitan, que mis pobres Diablos de Jersey nunca se cotizaran a ese

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