Anoche no tenia ganas de leer, de manera que mire la television. A decir verdad, mas que mirarla la escuche, porque despues de menos de media hora de programa me adormeci. Oia las palabras a ratos, como cuando en el tren te hundes en una duermevela y las conversaciones de los demas pasajeros te llegan intermitentes y desprovistas de sentido. Transmitian una encuesta periodistica sobre las sectas de este final de milenio. Habia varias entrevistas a gurus, autenticos o falsos, y de entre su catarata de palabras llego a mis oidos muchas veces el termino karma. Al escucharlo, volvio a mi memoria el rostro del profesor de filosofia del instituto.

Era joven y, para aquellos tiempos, muy anticonformista. Explicandonos a Schopenhauer, nos habia hablado un poco de las filosofias orientales y, refiriendose a estas, nos habia introducido en el concepto de karma. En aquella ocasion no habia prestado gran atencion al asunto: tanto la palabra como lo que expresaba me habian entrado por un oido y salido por el otro. Como sedimento, durante muchos anos me quedo la sensacion de que se trataba de una especie de ley del talion, algo asi como «ojo por ojo y diente por diente», o como «el que la hace la paga». Solo cuando la directora del parvulario me cito para hablarme de tu extrano comportamiento, el karma -y lo que con este se relaciona- volvio a mi mente. Habias alborotado el parvulario entero. Sin mas ni mas, durante la hora dedicada a los relatos libres, te habias puesto a hablar de tu vida anterior. Al principio las maestras habian pensado que se trataba de una excentricidad infantil. Ante lo que contabas, habian tratado de desvalorizarlo, de hacer que cayeras en contradicciones. Pero tu no caiste en ninguna, incluso dijiste palabras en un idioma que nadie conocia. Cuando el asunto se repitio por tercera vez, la directora del parvulario me mando llamar. Por tu propio bien, y por tu futuro, me recomendaban encargar a un psicologo que siguiera tu caso. «Con el trauma que ha sufrido -decia la directora-, es normal. que se comporte asi, que trate de evadirse de la realidad.» Naturalmente, nunca te lleve al psicologo, me parecias una nina feliz, tendia mas a pensar que esa fantasia tuya no habia de imputarse a una perturbacion anterior, sino a un orden distinto de las cosas. Tras aquel episodio nunca te incite a hablarme de aquello, ni tu sentiste, por propia iniciativa, la necesidad de hacerlo. Tal vez lo olvidaste todo el mismo dia que lo dijiste delante de las maestras boquiabiertas.

Tengo la sensacion de que en estos ultimos anos se ha puesto muy de moda hablar de esas cosas: antano dichos argumentos eran tema de unos pocos elegidos; ahora, en cambio, estan en boca de todo el mundo. Hace algun tiempo, en un periodico, lei que en America existen incluso grupos de autoconcienciacion de la reencarnacion. La gente se reune y habla de sus existencias anteriores. Asi, un ama de casa dice: «Durante el siglo pasado, en Nueva Orleans, era una mujer de la calle y por eso ahora no consigo serle fiel a mi marido», en tanto que el empleado de una gasolinera, racista, encuentra la razon de su odio en el hecho de haber sido devorado por los bantues durante una expedicion en el siglo XVI. ?Que lamentables estupideces! Habiendo perdido las raices de la cultura propia, se intenta remendar con existencias pasadas lo gris e inseguro del presente. Si el ciclo de las vidas tiene un sentido, me parece, ciertamente, un sentido muy distinto.

En los tiempos del asunto del parvulario yo habia conseguido algunos libros, habia tratado de saber un poco mas a fin de comprenderte mejor. Justamente en uno de aquellos ensayos se decia que los ninos que recuerdan con precision su vida anterior son los que han muerto precozmente y de manera violenta. Ciertas obsesiones que eran inexplicables a la luz de tu experiencia de nina -que si habia fugas de gas en las tuberias, el temor de que en cualquier momento se produjese un estallido- me llevaban a inclinarme por esa clase de explicacion. Cuando estabas cansada o ansiosa, o en el abandono del sueno, te asaltaban terrores descabellados. Lo que te asustaba no era el hombre del saco, ni las brujas, ni los lobos malos, sino el repentino temor de que en cualquier momento el universo de las cosas se viera atravesado por una deflagracion. Las primeras veces, cuando aparecias aterrorizada, en el corazon de la noche, en mi dormitorio, me levantaba y con palabras dulces volvia a acompanarte a tu cuarto. Alli, tendida en la cama, cogida de mi mano, querias que te contase historias que tuvieran un final feliz. Por miedo a que yo dijera algo inquietante, primero me describias la trama con pelos y senales, yo no hacia otra cosa que seguir sumisamente tus instrucciones. Repetia el cuento una, dos, tres veces; cuando me levantaba para regresar a mi cuarto, convencida de que te habias calmado, al cruzar la puerta llegaba a mis oidos tu voz tenue: «?Es asi? -preguntabas-. ?Es verdad? ?Acaba siempre asi?» Yo entonces volvia sobre mis pasos, te besaba en la frente y al besarte decia: «No puede acabar de ninguna otra manera, tesoro, te lo juro.»

Otras noches, en cambio, a pesar de no aprobar el hecho de que durmieses conmigo -no es bueno para los ninos dormir con los viejos- no tenia animo para enviarte de vuelta a tu cama. Apenas percibia tu presencia junto a la mesita de noche, sin volverme, te tranquilizaba: «Todo esta bajo control, nada va a estallar, puedes regresar a tu cama.» Despues simulaba hundirme en un sueno inmediato y profundo. Sentia entonces tu respiracion ligera, inmovil durante un rato; algunos segundos despues, el borde de la cama crujia debilmente, con movimientos cautelosos te deslizabas junto a mi y te dormias, exhausta como un ratoncillo que despues de un gran susto alcanza por fin la tibieza de su ratonera. Al amanecer, para seguir el juego, te cogia en brazos, tibia, abandonada, y te llevaba a terminar de dormir en tu cuarto. Al despertarte era muy improbable que recordases nada, casi siempre estabas convencida de haber pasado la noche entera en tu cama.

Cuando esos ataques de panico te asaltaban durante el dia, te hablaba con dulzura. Te decia: «?No ves lo fuerte que es la casa? Mira que paredes tan gruesas, ?como quieres que estallen?» Pero mis esfuerzos por tranquilizarte eran absolutamente inutiles: con los ojos muy abiertos seguias observando el vacio delante de ti, repitiendo: «Todo puede estallar.» Nunca he dejado de hacerme preguntas sobre ese terror tuyo. La explosion, ?que era? ?Podia tratarse del recuerdo de tu madre, de su final tragico y repentino? ?O pertenecia a esa vida que, con insolita espontaneidad, habias relatado a las maestras del parvulario? ?O se trataba de ambas cosas, mezcladas en algun inalcanzable lugar de tu memoria? Quien sabe. A pesar de lo que se suele decir, creo que en la cabeza del hombre hay todavia mas sombras que luz. En el libro que compre entonces, de todas maneras, se decia que los ninos que recuerdan otras existencias son mucho mas frecuentes en la India y en Oriente, en los paises donde el concepto mismo es aceptado tradicionalmente. Realmente, no me cuesta nada creerlo. Mira tu si algun dia yo me hubiese acercado a mi madre y sin previo aviso me hubiera puesto a hablarle en otro idioma o le hubiese dicho: «No te aguanto, estaba mejor con mi mama de la otra vida.» Puedes estar segura de que no habria aguardado ni al dia siguiente para encerrarme en una casa para lunaticos.

A fin de librarse del destino que nos impone el ambiente de origen, aquello que los antepasados nos transmiten por la via de la sangre, ?existe alguna fisura? ?Quien sabe! Tal vez, en la claustrofobica sucesion de generaciones, alguien consigue en un determinado momento atisbar un peldano un poco mas elevado e intenta con todas sus fuerzas alcanzarlo. Romper un eslabon, renovar el aire de la habitacion: este es, me parece, el minusculo secreto del ciclo de las vidas. Minusculo, pero fortisimo; terrorifico por su incertidumbre.

Mi madre se caso a los dieciseis anos, a los diecisiete me trajo al mundo. A lo largo de toda mi infancia, mejor dicho, de toda mi existencia, jamas la vi esbozar un gesto carinoso. El suyo no fue un matrimonio por amor. Nadie la habia obligado: se habia obligado ella misma porque, por encima de todo, siendo rica pero judia, y conversa por anadidura, ambicionaba poseer un titulo nobiliario. Mi padre, mayor que ella, baron y melomano, se habia sentido seducido por sus dotes de cantante. Tras haber procreado el heredero que el apellido requeria, vivieron sumidos en desaires reciprocos y querellas hasta el fin de sus dias. Mi madre murio insatisfecha y resentida, sin que jamas la rozase siquiera la duda de que por lo menos alguna culpa le correspondia a ella. El mundo era cruel, dado que no le habia ofrecido mejores opciones. Yo era muy diferente a ella y ya a los siete anos, una vez superada la dependencia de la primera infancia, empece a no soportarla.

Sufri mucho por su causa. Todo el tiempo estaba agitada y siempre se trataba unicamente de motivos externos. Su presunta «perfeccion» me hacia sentir que yo era mala, y la soledad era el precio de mi maldad. Al principio incluso hacia intentos por tratar de ser como ella, pero eran intentos desmanados que siempre fracasaban. Cuanto mas me esforzaba, mas desazonada me sentia. Renunciar a uno mismo lleva al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso es corto. Cuando comprendi que el amor de mi madre era un asunto relacionado con la mera apariencia, con como tenia que ser yo y no con como era realmente, en el secreto de mi cuarto y en el de mi corazon empece a odiarla.

Para evadirme de ese sentimiento me refugie en un mundo totalmente mio. Por las noches, en la cama, con la luz velada con un pano leia libros de aventuras hasta bien entrada la noche. Fantasear me gustaba mucho.

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