– Tomate un mes de descanso, Larry -me dijo-. Ve a jugar al golf, haz un viaje. Recompon las piezas. Nunca podras reemplazarla, pero te queda toda una vida por delante… asi que haz un viaje y regresa a trabajar con nosotros como un loco.

– Regresare manana y trabajare como un loco -le conteste-. Gracias por todo.

– ?No te quiero manana! -Hasta dio una patada en el suelo-. Te quiero en el trabajo dentro de un mes, ?y es una orden!

– ?En absoluto! Quiero trabajar y eso es lo que voy a hacer. Hasta manana.

Aquello tenia sentido para mi. ?Como iba a poder jugar al golf con Judy en la mente? Me daria igual hasta hacer 110. Durante mi breve estancia en la clinica habia podido elaborarlo todo.

El huevo se habia roto. Como Humpty Dumpty, un huevo es irrecuperable. Cuanto antes volviera a vender diamantes, mejor me sentiria. Era bastante sensato. «Estas cosas suceden a menudo», me dije. Los seres queridos mueren. Las personas que hacen planes, construyen castillos en el aire, e inclusive hablan con sus agentes inmobiliarios para confirmar la compra de un rancho descubren que las cosas salen mal y que todos los planes se van al diablo. «Eso ocurre todos los dias», me dije. ?Quien era entonces yo para sentir lastima por mi mismo? Habia encontrado a mi chica, habiamos hecho planes y ahora ella estaba muerta. Yo tenia treinta y ocho anos. Con un poco de suerte, todavia me quedaban otros treinta y ocho por delante. Me dije a mi mismo que tenia que reponerme, volver al trabajo y, quiza mas adelante, encontrar otra como Judy para casarme.

En el fondo, sabia que todos estos pensamientos eran estupidos. Nadie podria reemplazar nunca a Judy. Ella habia sido mi elegida y, de ahora en adelante, compararia a cualquier mujer con Judy y eso crearia un handicap imposible.

De todas formas, regrese a la tienda con un parche para cubrir el corte de la frente. Intente actuar como si nada hubiese sucedido. Todos trataban de comportarse como si nada hubiese sucedido. Mis amigos (y tenia muchos) me daban un apreton de manos mas fuerte al saludarnos. Todos eran muy prudentes y se esforzaban desesperadamente por hacer como si Judy nunca hubiera existido. Me hablaban en susurros, sin mirarme y se afanaban por aceptar lo que les ofrecia sin los regateos de costumbre.

Sydney no se apartaba de mi lado. Parecia decidido a mantener mi mente ocupada. No dejaba de salir de su despacho con disenos, pidiendome mi opinion (algo que nunca habia hecho antes), despues volvia a encerrarse y a aparecer una hora despues.

El segundo encargado del salon de exhibicion era Terry Melville, que habia empezado a trabajar como aprendiz con Cartier de Londres y conocia muy bien el negocio de la joyeria. Era cinco anos menor que yo; un homosexual pequeno y delgado con el cabello tenido de gris plata, ojos azules, nariz afilada y una boca que parecia un tajo. Tiempo atras Sydney se habia enamorado de el y lo habia llevado a Paradise City, pero despues se aburrio. Terry me odiaba tanto como yo a el. Odiaba mis conocimientos sobre diamantes y yo lo odiaba por sus celos, sus intentos de robarme mis clientes exclusivos y su malicioso rencor. El odiaba que yo no fuera homosexual y que, a pesar de ello, Sydney hiciera tanto por mi. Los dos estaban siempre peleandose. Si no fuera por sus conocimientos, aunque tal vez existia algun otro tipo de lazo, estoy seguro de que Sydney ya lo habria echado.

Cuando llegue unos minutos despues de que Sam Goble, el guardia nocturno, hubiera abierto la tienda, Terry, que ya estaba en su escritorio, se me acerco.

– Lo siento, Larry -me dijo-. Pero pudo haber sido peor. Tu tambien pudiste haber muerto.

Tenia aquella maliciosa expresion en los ojos que me dio ganas de golpearlo. Estaba seguro de que se alegraba por lo que habia ocurrido.

Asenti y continue hasta mi escritorio. Jane Barlow, mi secretaria, regordeta, de aspecto distinguido y unos cuarenta y cinco anos, se acerco a darme la correspondencia. Intercambiamos una mirada. La tristeza de sus ojos y su intento de sonreir me produjeron un agudo dolor. Le toque la mano.

– Son cosas que pasan, Jane -dije-. No diga nada… no hay nada que decir… Gracias por las flores.

Fue un dia dificil, con Sydney revoloteando alrededor, Terry observandome con malicia desde su mesa y los clientes cuchicheando entre ellos, pero lo pase.

Sydney me invito a cenar y no acepte. Tarde o temprano tendria que hacer frente a la soledad, y cuanto antes, mejor. Durante los ultimos dos meses, habia cenado siempre con Judy, en mi apartamento o en el de ella; ahora, todo habia terminado. Pense en ir al Country Club, pero no podia soportar mas condolencias silenciosas, asi que me compre un sandwich y me sente a comer solo en mi casa, pensando en Judy. No era una idea muy brillante, pero habia sido un dia dificil. Me dije que en tres o cuatro dias mas, mi vida volveria a la normalidad… Pero no fue asi.

En el accidente se habia roto algo mas que mi huevo de la felicidad. No estoy intentando justificarme. Les estoy contando lo que me comunico el psiquiatra. Tenia confianza en mi mismo y pensaba que podria resolver solo aquella situacion; pero ademas del huevo roto habia sufrido danos en la mente. No nos dimos cuenta de ello hasta mucho despues, y el medico me informo que ese dano explicaba la forma en que habia empezado a comportarme.

No vale la pena entrar en detalles. El hecho fue que durante las siguientes tres semanas me fui deteriorando tanto mental como fisicamente. Comence a perder interes en las cosas que hasta aquel momento habian conformado mi vida: mi trabajo, el golf, el squash, la ropa, conocer gente e incluso el dinero.

La mas seria de todas, claro esta, era el trabajo. Empece a cometer errores: al principio, pequenos traspies que fueron convirtiendose en grandes a medida que pasaba el tiempo. Descubri que me tenia sin cuidado que Jones quisiera una cigarrera de platino con iniciales en rubi para su nueva amante. Le prepare la cigarrera pero sin las iniciales. Tambien olvide que la senora Van Sligh habia encargado especialmente un reloj de oro con calendario para el monstruito de su sobrino y envie el reloj sin el calendario. Vino a vernos a la joyeria hecha una furia e insulto a Sydney hasta casi hacerle llorar. Esto puede darles una idea de los errores que cometia. Durante tres semanas cometi muchas equivocaciones semejantes: llamenlo falta de concentracion o como quieran, pero Sydney era quien recibia los golpes y Terry los disfrutaba.

Otra cosa: Judy se habia encargado siempre de mi ropa. Ahora, olvidaba cambiarme la camisa todos los dias, ?a quien le importaba? Antes, solia cortarme el pelo una vez por semana. Y ahora, por primera vez desde que podia recordar, tenia pelusa en la nuca… ?a quien le importaba? Y asi, muchas cosas mas.

Deje de jugar al golf. ?A quien diablos le interesaba, sino a un loco, pegarle a una pelotita blanca y despues salir a caminar tras ella? ?Squash? Eso era un recuerdo lejano.

Tres semanas despues de la muerte de Judy, Sydney salio de su despacho y se acerco a mi escritorio, donde yo estaba sentado con la mirada fija, y me pregunto si podia concederle un minuto.

– Solo un minuto, Larry… Nada mas.

Senti remordimientos. Tenia la bandeja de entradas llena de cartas y ordenes que ni siquiera habia mirado. Eran las tres de la tarde y aquellos papeles estaban alli desde las nueve de la manana.

– Tengo que mirar la correspondencia, Sydney -le dije-. ?Es importante?

– Si.

Me puse de pie. Mientras lo hacia, mire al otro extremo del salon, donde se encontraba el escritorio de Terry. Me observaba con una sonrisita dibujada en su elegante rostro. Su bandeja de entradas estaba vacia. Fuera lo que fuera, Terry era tambien muy trabajador.

Segui a Sydney hasta su despacho y el cerro la puerta con tanto cuidado como si estuviera hecha de cascara de huevo.

– Sientate, Larry.

Me sente.

Empezo a dar vueltas por su despacho como una polilla alrededor de la luz.

Para ayudarlo, pregunte:

– ?Tienes algo en mente, Sydney?

– ?Si, a ti! -Se detuvo de repente y me miro con tristeza-. Necesito que me hagas un gran favor.

– ?Que?

Empezo a pasearse de nuevo.

– ?Por Dios, sientate! -le grite-. Dime de que se trata.

Fue hasta su mesa y se sento. Saco un panuelo de seda y comenzo a secarse el rostro.

– ?De que se trata? -repeti.

– Las cosas no van bien, ?no es asi, Larry? -me pregunto, sin mirarme.

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