Cuando, una hora despues, Brunetti bajo a la sala de interrogatorios, encontro a Paolo Filippi sentado a la cabecera de la mesa rectangular, de cara a la puerta. El joven estaba muy erguido en la silla, con la espalda por lo menos a diez centimetros del respaldo y las manos cuidadosamente entrelazadas sobre la mesa, como el general que ha convocado a su estado mayor y espera con impaciencia su llegada. Vestia de uniforme y habia dejado la gorra a su derecha, con los guantes bien plegados sobre la copa. Miro a Brunetti, cuando este entro con Vianello, pero no hizo gesto alguno que acusara su llegada. Inmediatamente, Brunetti reconocio en el al muchacho al que con tanta satisfaccion habia dado aquel puntapie en la espinilla, y vio que el reconocimiento era mutuo.

Imitando el silencio de Filippi, Brunetti se dirigio hacia un lado de la mesa, mientras Viancllo iba hacia el lado opuesto. El comisario llevaba una gruesa carpeta azul que dejo frente a si al sentarse. Sin mirar al muchacho, alargo el brazo, conecto el microfono y dio la fecha y el nombre de los tres presentes. Entonces se volvio hacia el muchacho y, en el tono mas formalista posible, pregunto a Filippi si deseaba la presencia de un abogado, confiando en que ello sonara a los oidos del joven como el ofrecimiento que desdenaria un valiente.

– No, por supuesto -dijo el chico, buscando el tono de negligente superioridad que utilizan los actores mediocres en las malas peliculas de guerra. Brunetti, en su fuero interno, dio gracias por la arrogancia de la juventud.

Rapidamente, en el mismo tono de tramite, Brunetti despacho las habituales preguntas sobre nombre, edad, lugar de residencia y, finalmente, actividad del interrogado.

– Estudiante, desde luego -respondio Filippi, como si fuera inconcebible que una persona de su edad y posicion pudiera ser otra cosa.

– ?En la Academia San Martino? -pregunto Brunetti.

– Usted ya lo sabe.

– Lo siento, pero eso no es una respuesta -dijo Brunetti tranquilamente.

Con voz hosca, el muchacho contesto:

– Si.

– ?En que curso esta? -pregunto Brunetti, a pesar de que conocia la respuesta y creia que la informacion carecia de importancia. Queria comprobar si Filippi habia aprendido a responder sin protestar.

– Tercero.

– ?Ha estudiado en la academia los tres cursos?

– Desde luego.

– ?Forma parte de la tradicion de su familia?

– ?Que, la academia?

– Si.

– Naturalmente. La academia y, despues, el ejercito.

– Entonces, ?su padre esta en el ejercito?

– Lo estuvo hasta que se retiro.

– ?Cuando fue eso?

– Hace tres anos.

– ?Tiene idea de por que se retiro su padre? Irritado, el muchacho pregunto: -?Quien le interesa, mi padre o yo? Si le interesa mi padre, ?por que no le trae y le pregunta a el?

– Cada cosa a su tiempo -dijo Brunetti calmosamente, y repitio-: ?Tiene idea de por que se retiro su padre?

– ?Por que se retira uno? -replico el muchacho, enojado-. Tenia anos de servicio suficientes y queria hacer otra cosa.

– ?Como estar en el Consejo de Edilan-Forma?

El chico rechazo la posibilidad con un ademan.

– No se lo que queria mi padre. Tendra que preguntarselo a el.

Como ateniendose a una secuencia logica, Brunetti pregunto:

– ?Conocia usted a Ernesto Moro?

– ?El que se suicido? -pregunto Filippi, innecesariamente, a juicio de Brunetti.

– Si.

– Si; lo conocia, aunque iba un ano por detras de mi.

– ?Asistian juntos a alguna clase?

– No.

– ?Practicaban deporte juntos?

– No.

– ?Tenian amigos comunes?

– No.

– ?Cuantos alumnos tiene la academia? -pregunto Brunetti.

Este giro del interrogatorio desconcerto a Filippi, que lanzo una rapida mirada al silencioso Vianello, como si este pudiera saber por que se le hacia la pregunta.

Como Vianello permanecia impasible, el chico respondio:

– Lo ignoro. ?Por que?

– Es una escuela pequena. Tiene menos de cien alumnos.

– Si ya lo sabe, ?por que pregunta? -Bruneiti observo con satisfaccion que el muchacho se irritaba porque se le hiciera una pregunta a la que la policia, evidentemente, ya tenia la respuesta.

Haciendo caso omiso de la pregunta de Filippi, Brunetti dijo:

– Tengo entendido que es una buena escuela.

– Si; es muy dificil entrar.

– Y muy cara -observo Brunetti con voz neutra.

– Desde luego -dijo Filippi sin disimular el orgullo.

– ?Se da preferencia a los hijos de antiguos alumnos?

– Es de esperar que si.

– ?Por que lo dice?

– Porque asi solo entra gente como es debido. -?Y que gente es esa? -pregunto Brunetti en tono de ligera curiosidad, consciente, mientras lo decia, de que si su hijo utilizara la frase «gente como es debido» en aquel tono, el sentiria que habia fracasado como padre.

– ?Quien?

– La gente como es debido.

– Los hijos de oficiales del ejercito, naturalmente. -Naturalmente -repitio Brunetti. Abrio la carpeta y miro la hoja de encima, que no tenia nada que ver con Filippi ni con Moro. Miro a Filippi, al papel y otra vez al chico-. ?Recuerda donde estaba usted la noche en que el cadete Moro fue…? -titubeo deliberadamente despues de la ultima palabra, y termino-: ?… murio?

– En mi habitacion, supongo. -?Supone?

– ?Y donde iba a estar?

Brunetti miro a Vianello, que movio ligeramente la cabeza de arriba abajo. Con movimientos pausados, Brunetti volvio la hoja y examino la siguiente. -?Habia alguien con usted en la habitacion? -No. -La respuesta fue inmediata. -?Donde estaba su companero de habitacion? Filippi extendio la mano y rectifico la posicion de los guantes, perfectamente doblados sobre la gorra, hasta dejarlos perpendiculares al centro de la visera. -Debia de estar alli -dijo al fin. -Ya -dijo Brunetti. Como obedeciendo a un impulso irresistible, volvio a mirar a Vianello. Nuevamente, el inspector asintio. Brunetti dio otra ojeada al papel y, hablando de memoria, pregunto-: Se llama Davide Cappellini, ?verdad?

– Si -respondio Filippi, reprimiendo toda senal de sorpresa.

– ?Son buenos amigos?

– Supongo -dijo Filippi con la petulancia que solo los adolescentes pueden expresar.

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