«La cosa esa de que seas testigo.» Su lenguaje juridico nunca fue especialmente preciso, aun asi, a Borg le costaba mucho aceptarlo. Sand era fiscal adjunto de la Policia [1] y, en teoria, un guardian de la ley y el orden. Ella queria seguir pensando que la Policia se tomaba en serio el derecho.

– ?No podrias al menos hablar con el?

– Con una condicion. Tienes que darme una explicacion creible de como sabe quien soy.

– La verdad es que eso, precisamente, fue culpa mia.

Sand sonrio con el mismo alivio que habia sentido cada vez que ella le explicaba algo que habia leido diez veces sin entenderlo. Se dirigio a la salita a buscar dos tazas de cafe.

A continuacion, le conto la historia de un joven subdito holandes cuyo unico acercamiento al mundo de los negocios -segun las teorias provisionales de la Policia – habia sido el trafico de estupefacientes en Europa. La historia trataba de como este neerlandes, que ahora esperaba mudo como una ostra a Karen Borg en el patio trasero mas rancio de Noruega -los calabozos de la jefatura de Policia de Oslo-, sabia quien era ella: una desconocida pero sumamente exitosa abogada dedicada al mundo de la empresa que tenia treinta y cinco anos.

– ?Bravo dos-cero llamando a cero-uno!

– Cero-uno a Bravo dos-cero, ?que ocurre?

El policia hablaba en voz baja, como si esperara que le confiaran un secreto. No fue asi. Estaba de guardia, en la Central de Operaciones. En la gran sala de suelo inclinado el vocerio era tabu; la determinacion, virtud; y la facultad de expresarse con brevedad, una necesidad. El turno de funcionarios uniformados, como las gallinas cuando aovan, estaba sentado en hilera en la pendiente de la escena teatral; en la pared que estaba situada frente a ellos, sobre el escenario principal, habia un plano gigantesco de la ciudad de Oslo. La sala se encontraba en el mismisimo centro del edificio, sin una sola ventana que diera al exterior, hacia la bulliciosa tarde del sabado. Aun asi, la noche capitalina se abria paso a traves de las comunicaciones con los coches patrulla y el voluntarioso telefono 002 que socorria a los habitantes mas o menos necesitados de Oslo.

– Hay un hombre sentado en medio de la calle Bogstad. No hay quien hable con el, tiene la ropa ensangrentada, pero no parece estar herido. No lleva identificacion. No ofrece resistencia, pero obstaculiza el trafico. Nos lo llevamos a jefatura.

– De acuerdo, Bravo dos-cero. Avisad cuando volvais a salir. Recibido. Corto y cierro.

Media hora mas tarde, el arrestado se encontraba en la recepcion de detenidos. Sin duda alguna, la ropa estaba empapada de sangre. Bravo dos-cero no habia exagerado. Un joven aspirante se puso a cachear al hombre. Con sus impecables hombreras azules, sin un solo galon que le resguardara de los trabajos sucios, le aterraba tal cantidad de sangre, presumiblemente contaminada de VIH. Dotado con guantes de plastico, quito al detenido la chaqueta de cuero abierta y pudo constatar que la camiseta habia sido blanca en algun momento. El rastro de sangre bajaba hasta los vaqueros; por lo demas, el tipo tampoco parecia ir muy aseado.

– Datos personales -pregunto el jefe de servicio, mirandolo por encima del mostrador con los ojos cansinos.

El arrestado no contesto. En lugar de eso, contemplo con deseo el paquete de cigarrillos que el aspirante introdujo en una bolsa de papel color castano claro, junto con un anillo de oro y un juego de llaves atadas con un cordel de nailon. Las ganas de fumar eran lo unico que se podia leer en su rostro y el rasgo desaparecio en cuanto solto la bolsa con la mirada y reparo en el jefe de servicio. La distancia entre ambos era de casi un metro. El joven permanecia de pie detras de un solido arco metalico que le llegaba hasta la cadera y que casi tenia forma de herradura, con los dos extremos fijados en el suelo de hormigon, a medio metro de distancia del altisimo mostrador de madera. Este, a su vez, era considerablemente ancho y solo asomaba el flequillo gris y deshilachado del policia.

– ?Datos personales! ?Tu nombre, chaval! ?Fecha de nacimiento?

El desconocido dibujo una sonrisa, aunque no era en absoluto desdenosa. Mostraba mas bien signos de leve simpatia hacia el fatigado policia, como si el chico quisiera expresar que no era nada personal. No pensaba abrir la boca, asi que por que no encerrarle sin mas en una celda y acabar con aquello. La sonrisa era casi afable. El hombre se mantuvo en silencio. El jefe de servicio no lo entendio, claro.

– Mete a este tio en una celda. La cuatro esta libre. Por mis cojones que no va a seguir provocandome.

El hombre no protesto y camino docilmente hasta el calabozo numero cuatro. En el pasillo habia un par de zapatos colocados delante de cada celda. Zapatos viejos de todos los tamanos, como placas identificativas que contaban quien vivia dentro. Es probable que pensara que dicha norma tambien valia para el. En cualquier caso, se deshizo de sus playeras y las coloco con cuidado delante de la puerta, sin previa peticion.

La lugubre celda media tres metros por dos. Las paredes y el suelo eran de color amarillo mate, con una llamativa falta de grafitis. La unica y levisima ventaja que pudo constatar enseguida en aquello que ni de lejos era comparable a un hotel, era que el anfitrion no escatimaba en electricidad. La luz era demasiado intensa y la temperatura del cuartucho alcanzaba los veinticinco grados.

A un lado de la puerta se encontraba la letrina. No merecia la denominacion ni de aseo ni de servicio. Era una estructura de ladrillo con un agujero en el centro. Nada mas verlo, se le encogio el estomago en un terrible estrenimiento.

La falta de pintadas de anteriores inquilinos no impedia que el lugar mostrara signos de haber sido visitado con frecuencia. Aunque el mismo no estaba ni mucho menos recien duchado, sintio convulsiones en la zona del diafragma cuando lo alcanzo el hedor. La mezcla de orina y excrementos, sudor y ansiedad, miedo y maldicion, habia impregnado las paredes; era evidente que resultaba imposible eliminarlo. Salvo la letrina, que recibia las diversas evacuaciones, cuya limpieza era totalmente irrealizable, el resto del cuarto, de hecho, estaba limpio. Era probable que lo lavaran a diario con una manguera.

Escucho el cerrojo de la puerta a sus espaldas. A traves de los barrotes pudo oir como su vecino de celda continuaba con el interrogatorio alli donde habia desistido el jefe de servicio.

– ?Oye, soy Robert! ?Como te llamas? ?Por que te persigue la pasma? -Tampoco el tal Robert tuvo suerte y hubo de resignarse tan irritado como el jefe de servicio-. Tio mierda -murmuro al cabo de unos minutos, aunque lo bastante alto como para que el mensaje llegara a su destinatario.

Al fondo del cuarto, una elevacion que ocupaba todo el ancho de la celda podia tal vez, con considerable buena voluntad, representar un catre. Carecia de colchon y no se veia ni una manta en toda la celda. Tampoco es que importara demasiado, estaba sudando con el calor. El sin-nombre hizo una almohada con su chaqueta de cuero, se tumbo sobre el lado ensangrentado de su cuerpo y se durmio.

Cuando el fiscal adjunto, Hakon Sand, llego a su trabajo a las diez y cinco del domingo por la manana, el arrestado desconocido seguia durmiendo. Sand no lo sabia. Tenia resaca, algo que deberia haber evitado, y el arrepentimiento del campesino hacia que la camisa del uniforme se le adhiriera aun mas al cuerpo. Al pasar por el puesto de control de seguridad, de camino a su despacho, empezo a tirarse del cuello de la camisa. Los uniformes eran una mierda. Al principio, todos los criminalistas estaban fascinados con ellos. Ensayaban en casa, de pie ante el espejo, y acariciaban las distinciones que les cubrian las hombreras: un galon, una corona y una estrella para los ayudantes de la fiscalia. Una estrella que podia convertirse en dos o tres, dependiendo de si se aguantaba lo suficiente como para llegar a fiscal adjunto o inspector jefe. Sonreian a su propio reflejo en el espejo, enderezaban espontaneamente la espalda, advertian que tenian que cortarse el pelo y se sentian limpios y arreglados. Sin embargo, al cabo de pocas horas de trabajo, constataban que el acrilico hacia que olieran mal y que los cuellos de las camisas eran demasiado rigidos y les producian heridas y marcas rojas alrededor del cuello.

La labor administrativa de un fiscal adjunto era una mierda. Aun asi queria conservar su trabajo, que era, por lo general, bastante aburrido y, en consecuencia, insoportablemente cansino. Estaba prohibido dormir; algo que la mayoria infringia cubriendose el uniforme con una manta de lana sucia y maloliente. Pero los turnos de guardia se pagaban muy bien. A cada criminalista, con un ano de navegacion, le tocaba una guardia al mes, que les reportaba cincuenta mil coronas extra al ano en el sobre de la paga. Valia la pena. El gran inconveniente era que la guardia empezaba nada mas acabar la jornada laboral, a las tres de la tarde, y cuando terminaba, a las ocho de la manana siguiente, habia que empalmar con otro dia de trabajo. Durante los fines de semana, las guardias se dividian en turnos de veinticuatro horas, lo que las hacia aun mas lucrativas.

La mujer a la que iba a relevar Sand estaba ya impaciente. Aunque segun las reglas el cambio de turno debia producirse a las nueve, existia un acuerdo tacito que permitia al turno dominical llegar una hora mas tarde, con lo

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