que el jurista saliente estaba siempre en ascuas por que llegara el relevo. Asi era como estaba la rubia a la que iba a relevar.

– Todo lo que necesitas saber esta en el libro de relevos -dijo-. Sobre la mesa tienes una copia del informe sobre el asesinato del viernes por la noche. Hay mucho que hacer. He redactado ya catorce sanciones y dos resoluciones de parrafo 11.

Joder. Por mucho que se esforzara, Sand era incapaz de entender que el fuera mas competente a la hora de resolver custodias que la propia gente de proteccion de menores. No obstante, la fiscalia siempre tenia que despachar los casos de ninos que resultaban incomodos mas alla de lo burocratico y que ademas lo pasaban muy mal fuera del horario de oficina. Que hubiera dos casos en un sabado significaba, estadisticamente, que no habria ninguno el domingo. Al menos no perdia la esperanza.

– Encima, el patio trasero esta lleno, deberias darte una vuelta por ahi en cuanto puedas -dijo la rubia.

Sand cogio las llaves y se las coloco en el cinturon con algo de torpeza. La caja contenia lo que debia. El numero de impresos de solicitud del pasaporte era tambien correcto. El libro de relevos estaba al dia.

Habian concluido las formalidades. Decidio hacer una ronda de multas y sanciones ahora que la manana dominical ya habia posado su pegajosa, aunque, sin duda, tranquilizadora mano sobre los detenidos por embriaguez. Antes de marcharse, hojeo los documentos de la mesa. Habia oido mencionar el asesinato en la radio. Se habia hallado un cadaver muy maltrecho cerca del rio Aker. La Policia carecia de pistas. «Frases hechas», penso. La Policia siempre tiene pistas, lo que ocurre es que, con demasiada frecuencia, son pesimas.

Era evidente que la carpeta con las fotografias del lugar de los hechos, que proporciona la Policia cientifica, aun no estaba incluida. No obstante, en la carpeta verde habia alguna polaroid suelta que era lo bastante grotesca. Sand no acababa de acostumbrarse a ver fotos de personas muertas. En sus cinco anos en la Policia, los ultimos tres ligados al A.2.11, el grupo de homicidios, habia visto mas que suficientes. Se informaba a la Policia de todas las muertes sospechosas y se introducian en el sistema informatico con el codigo «sosp». El concepto de «muertes sospechosas» era muy amplio. Habia visto personas calcinadas, ahogadas, envenenadas por inhalacion de gases, apunaladas, abatidas con escopetas de caza y estranguladas. Incluso los tragicos casos de ancianos que solo habian sido expuestos al «crimen» de que nadie se habia acordado de ellos durante meses, hasta que el vecino de abajo empezaba a notar un olor desagradable en el comedor, miraba al techo y veia dibujarse una aureola de humedad para, acto seguido, indignado por los danos, llamar a la Policia; incluso esta pobre gente era fichada como «sosp» y recibia el dudoso honor de que su ultimo album de fotos fuera realizado post mortem. Habia visto cadaveres verdes, azules, rojos, amarillos y de muchos colores a la vez, ademas de esos cuerpos rosas intoxicados por monoxido de carbono, cuyas almas no habia podido aguantar mas el valle de lagrimas de este mundo.

Sin embargo, aquellas fotos eran mucho mas fuertes que las cosas que habia visto hasta entonces. Las arrojo sobre la mesa para apartarlas de su vista. Como para olvidarlas enseguida, agarro con fuerza el informe del hallazgo y se lo llevo al incomodo sillon antiestres, una barata imitacion en escay del buque insignia de la marca Ekornes, demasiado redondeado en la espalda y sin apoyo donde la region lumbar mas lo necesitaba.

Los hechos objetivos eran introducidos a golpe de martillo en un lenguaje extremadamente torpe. Sand fruncio el entrecejo a modo de mueca irritada. Se decia que las pruebas de admision para la Academia de Policia eran cada vez mas duras, pero era imposible que la capacidad de exposicion escrita formara parte de la prueba.

Se detuvo hacia el final de la hoja: «La testigo Karen Borg estuvo presente durante la visita al lugar de los hechos. La testigo descubrio al fallecido mientras paseaba con su perro. El cuerpo tenia restos de vomito. La testigo Borg dijo que fue ella».

La direccion de Borg y su credencial profesional confirmaba que era Karen. Se paso los dedos por el pelo y noto que deberia haberselo lavado por la manana. Decidio que llamaria a Karen a lo largo de la semana. Siendo las fotos tan crudas, el cadaver tenia que estar en un estado pesimo. Desde luego que la iba a llamar.

Volvio a dejar los papeles sobre la mesa y cerro la carpeta. Se fijo un instante en los nombres que aparecian en la parte superior izquierda: Sand. Kaldbakken. Wilhelmsen. El caso era suyo. Kaldbakken era el inspector de Policia responsable; Hanne Wilhelmsen, la investigadora principal.

Era hora de imponer sanciones.

La cajita de madera contenia un grueso monton de minutas de detenciones perfectamente enumeradas. Paso las paginas con rapidez. La mayoria eran casos de embriaguez. Luego habia un maltratador de mujeres, otro que habia sido declarado enfermo mental -y que ese mismo dia por la tarde iba a ser trasladado al hospital Ulleval- y un delincuente perseguido por estafa. Los tres ultimos podian esperar. Iba a ocuparse de los borrachos uno por uno. Lo cierto es que no entendia muy bien la razon de tales sanciones. La mayoria de las notificaciones aterrizaban en la papelera mas cercana y la minoria que pagaba lo hacia a traves de la Oficina de Asistencia Social. Ciertamente este carrusel del dinero publico contribuia a mantener puestos de trabajo, pero no podia ser muy razonable.

Quedaba una minuta. No tenia nombre.

– ?Que es esto?

Se giro hacia el jefe de servicio, un cincuenton con exceso de peso que nunca obtendria mas galones que los tres que lucia en las hombreras y que nadie le podia discutir. Se los habian dado por antiguedad, no por cualificaciones. Hacia mucho que Hakon Sand habia constatado que el tipo era un necio.

– Un imbecil. Estaba aqui cuando comence mi turno. Un gilipollas. Se nego a dar sus datos personales.

– ?Que ha hecho?

– Nada. Estaba estorbando en medio de la calle en algun sitio. Lleno de sangre. Puedes multarle por no haber facilitado sus datos. Y por desorden publico. Y por ser un mierda.

Tras cinco anos en el cuerpo, Sand habia aprendido a contar hasta diez antes de hablar. En aquella ocasion conto hasta veinte. No deseaba tener un conflicto solo porque un estupido uniformado no entendiera que conllevaba cierta responsabilidad privar a alguien de su libertad.

Calabozo numero cuatro. Se llevo a un policia de apoyo. El hombre sin nombre estaba despierto. Los miro fijamente con el semblante abatido; era obvio que dudaba de sus intenciones. Anquilosado y entumecido, se incorporo en el catre y solto sus primeras palabras desde que estaba bajo arresto policial.

– ?Me podriais dar algo de beber?

Hablaba en noruego y a la vez no lo hacia. Sand no sabria decir por que, su lenguaje era perfecto; sin embargo, habia algo que no era del todo noruego. ?Tal vez era un sueco que intentaba dar a su idioma un aire mas noruego?

Como es natural dieron al hombre algo de beber, una Coca-Cola comprada por Sand con su propio dinero, e incluso le permitieron ducharse y le proporcionaron una camiseta y unos pantalones limpios. Todo provenia del casillero personal de Sand en su despacho. Los grunidos del personal acerca del trato especial aumentaban con cada «regalito». Pero Sand ordeno guardar la ropa ensangrentada en una bolsa y al cerrar las pesadas puertas metalicas dijo:

– ?Estas prendas son pruebas importantes!

El joven era poco locuaz. Aunque la sed perentoria provocada por todas aquellas horas en una celda con un calor excesivo le habia soltado la lengua, estaba claro que aquella necesidad de comunicarse habia sido solo temporal. Cuando aplaco su sed, volvio al silencio total.

Estaba sentado en una silla muy incomoda. En aquel despacho de ocho metros cuadrados que, ademas, albergaba un pesado armario archivador doble de tipo «estatal», tres filas de horrendas estanterias metalicas llenas de carpetas de anillas ordenadas por colores y un escritorio, apenas cabian dos sillas. El tablero de la mesa estaba fijado a la pared y presentaba una importante inclinacion. Asi se habia quedado cuando al medico de la comisaria se le ocurrio encasquetarle a los empleados un ergoterapeuta. Por lo visto, las mesas de despacho inclinadas eran buenas para la espalda. Nadie entendia por que. La mayoria habia constatado que los problemas de espalda empeoraban porque la gente se pasaba el dia hurgando por los suelos para recuperar las cosas que rodaban y caian del tablero inclinado. Con una silla de mas resultaba imposible moverse sin tener que desplazar los muebles.

El despacho pertenecia a Wilhelmsen. Su belleza saltaba a la vista; acababa de ascender a subinspectora. Tras licenciarse en la Academia de Policia como la mejor de su promocion, habia empleado diez anos en la jefatura de Policia de Oslo para destacar como la policia perfecta para una campana publicitaria. Todos hablaban

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