Mis recuerdos son intermitentes. Poca cosa mas ha quedado en mi memoria de lo que ocurrio aquella tarde. Supongo que Barbara me devolveria a la granja cuando se hizo evidente que no podia con mi alma. No hay duda de que ella estaba en casa al final de aquel dia, porque recuerdo que vino a mi cuarto y que me dijo que su padre me habia autorizado a quedarme. Despues, me acaricio el cabello con la mano, como si me lo alisara. Recuerdo con toda claridad el contacto de sus dedos.

Despues los dias se desdibujan, borrados por la rutina de la vida en la granja y en la escuela. Paso por alto mis impresiones acerca del sistema educativo imperante en Somerset, porque a buen seguro que usted esta deseando saber como conoci a Duke Donovan, que es precisamente lo que voy a exponerle a continuacion.

Para compensar mi ignorancia en relacion con las costumbres rurales, conte a mis companeros de clase una serie de historias exageradas acerca de la vida en Londres durante aquellos tiempos de guerra: la bomba que habia caido en nuestro jardin y que no habia explotado, el Messerschmitt que se estrello contra un globo de barrera y el caso del empresario de pompas funebres que tenia un ojo de vidrio, de quien se sabia que era un espia aleman. Todos estaban pendientes de mis palabras. Los unicos hechos que habian vivido en relacion con la accion del enemigo eran el ruido sordo y distante de las bombas que habian caido en Bath el ano anterior, en el curso de las incursiones Baedeker. De lo unico que podian presumir era, como maximo, de haber atisbado ocasionalmente las fuerzas americanas cuando atravesaban el pueblo con sus carros, camino de su base en Shepton Mallet.

Haber visto pasar a unos soldados americanos no era cosa que a mi me impresionase demasiado. Yo conocia a los soldados del ejercito americano, porque habia asistido a una de sus fiestas -esto era verdad- en la base que tenian en Richmond Park. Como hijo de viuda de guerra, la ultima Navidad habia sido invitado a una fiesta en la que un San Nicolas con acento yanqui me habia obsequiado con regalos, habia visto una pelicula, habia cantado canciones y me habia ido con todo el chicle y todos los caramelos que cupieron en mis bolsillos.

Acicateado por la respuesta que obtuvieron estas revelaciones por parte de mis nuevos companeros, lance la baladronada de que tenia tantos amigos en el ejercito americano que podia conseguir todo el chicle que me viniera en gana.

El destino tiene sus sistemas propios de tratar a los fanfarrones. Mis bravuconadas fueron desmentidas mas pronto de lo que ninguno de nosotros habria podido predecir. El dia siguiente, a la hora de comer, cuando saliamos de la escuela, vimos algo que hizo temblar mis piernas. Al otro lado de la calle, enfrente de la tienda de la senorita Mumford, habia un jeep de color caqui claro de los usados por el ejercito americano. Me meti las manos en los bolsillos, me puse a silbar una tonadilla y eche a andar como si tal cosa. Sin embargo, sabia que habia sonado mi hora. Efectivamente, los chicos me retaron a que consiguiera chicle.

Como el sheriff de una pelicula del oeste, a quien le acaban de comunicar que Jesse James esta asaltando el banco del pueblo, atravese la calle polvorienta, vigilado a prudente distancia por todos mis companeros. Uno de ellos me grito:

– ?Al loro, Teodoro!

En el interior de la tienda de la senorita Mumford habia dos soldados comprando bebidas. El mas alto, que era Duke, estaba pagando una botella de Tizer, mientras su camarada, Harry, echaba un vistazo a todo el surtido de botellas, como si tanto le diera una como otra. Por fin pidio leche, a lo que se le dijo cortesmente que estaba racionada, tanto si la queria fresca, como evaporada, condensada o en polvo. Nadie podia confundir a la senorita Mumford. Sin embargo, les ofrecio manzanas. Por poca vista que tuviera uno se daba cuenta en seguida de que los invitados se dejaban convencer facilmente. Pero Harry dijo que le daba igual.

Aquella era la ocasion que yo estaba esperando. La senorita Mumford me observaba con aire de desconfianza. De haber estado en Londres, les hubiera dicho, sin pensarlo dos veces:

– ?Me dais chicle?

Pero aqui no sabia que hacer, por lo que me quede pintiparado como un estupido mientras pasaban por mi lado, y despues los segui hasta el coche sin saber encontrar mi voz. De pronto se me ocurrio una idea genial; tocando a Harry ligeramente en la manga, le dije en tono confidencial que sabia de una granja donde habia leche fresca y que, si el queria, podia acompanarlo. Harry echo una mirada a Duke y este se encogio de hombros y me indico con el pulgar el jeep, dandome a entender que montara. Podria afirmarse que, con aquel gesto tan simple, Duke firmo su destino.

Para mi aquel fue el momento culminante de mi etapa de refugiado. De pie en la parte trasera del jeep, hice con la mano el mismo saludo de Monty cuando, estando en el desierto, pasaba junto a sus soldados. El jeep hizo un viraje en redondo y salio a toda velocidad mientras yo movia ostensiblemente las mandibulas mascando chicle.

El destino estaba ante nosotros. El viento en nuestros oidos era ensordecedor, por lo que no me era posible dar ninguna explicacion y lo unico que pude hacer fue senalar la granja con el dedo cuando la puerta de entrada de la misma aparecio ante nuestros ojos. Nos metimos en la era con un chirrido de frenos y un revuelo de gallinas asustadas.

Yo entretanto iba haciendo calculos. Sabia que el senor Lockwood tenia unas cuantas vacas frisonas, pero sabia igualmente que la leche estaba racionada y que, aunque existia algo llamado mercado negro, se trataba de una actividad contraria a los esfuerzos que imponia la guerra y dudaba de que el granjero Lockwood se aviniese a practicarla, puesto que sobre la chimenea tenia una fotografia de Winston Churchill.

Seguia disfrutando de una racha de buena suerte, porque fue Barbara la que asomo a la puerta, alertada por el ruido. Iba vestida para montar a caballo, con pantalones color tierra ajustados a la pantorrilla y jersey blanco. Duke y Harry cruzaron una mirada tan expresiva que Barbara, de haber querido, habria podido saltar por encima de ella con caballo y todo. Saltaron del jeep, se presentaron y, antes de que yo tuviera tiempo de apearme, ya estaban atravesando la era al lado de Barbara.

Ella se tomo la cosa a broma, como si el hecho de pedir leche no fuera sino una estratagema para presentarse en la casa y hablar con ella, cosa que por supuesto ellos no negaron. Barbara, amablemente, les ofrecio una pinta de leche de su neurotica cabra particular, Dinah, pero ellos declinaron prudentemente el ofrecimiento; Duke, tras descubrir un tonel de sidra, dijo que no le importaria tomar alguna cosa mas fuerte que leche, a lo que Barbara respondio que los unicos que tenian derecho a sidra eran los trabajadores.

– ?De acuerdo, encanto! -exclamo Harry, desabotonandose la chaqueta-. ?Que tengo que hacer?

Barbara se echo a reir y dijo que, si eran buenos chicos, podian volver el sabado, dia en que comenzaba la recoleccion de manzanas. Como acudirian unas cuantas chicas del pueblo para echar una mano, suponia que a su padre no le importaria disponer de un par de trabajadores extra. Los soldados se miraron y dijeron que, en caso de conseguir permiso, no faltarian a la cita. Hicieron unos cuantos chistes en relacion con los permisos, y despues volvieron a montar en el jeep y se marcharon, aunque sin la leche que habian venido a buscar.

Cuando cruzamos de nuevo la era Barbara y yo, esta me dijo que yo habia tenido una gran frescura al acompanar a los yanquis hasta la granja y que habia tenido suerte de que su padre no estuviera en casa y que, si el sabado volvian, ya me encargaria yo de dar las explicaciones correspondientes. Me senti apabullado, por lo que Barbara, dandose cuenta de mi estado, me dio un codazo y anadio:

– ?Sera divertido si vuelven!

Segun pude enterarme, la recoleccion de manzanas era una empresa de mayor envergadura que la siega del heno. El senor Lockwood cultivaba muchas de las variedades antiguas, con nombres tan evocadores como Captain Liberty, Royal Somerset y Kingston Black. Habia otras mas modestas, como las conocidas con el nombre de Nurdletop. Las llamadas Scarlet, verdes y doradas, iban directas al molino, ya que eran la materia prima de una sidra de alta calidad de la que se abastecian varias posadas de Frome y Shepton Mallet. Las diferentes fases del proceso de fabricacion exigian la contratacion de manos extra, lo que hizo que, aquella noche cuando me fui a la cama, pensara que seguramente el granjero Lockwood no pondria objeciones a la presencia de los americanos. Pese a todo, era prudente que, antes del sabado, se explorara aquella posibilidad.

Durante la tarde del siguiente dia aproveche la oportunidad que se me ofrecia. Terminado el trabajo de la jornada, aquel dia mas temprano que de costumbre, el senor Lockwood se sento en su sillon Windsor para fumarse una pipa junto a la cocina. El olor a Saint Julian esta mas grabado en mi memoria que la conversacion que sostuvimos. Inicie una titubeante explicacion, temiendo que el Somerset rural no estuviera preparado para mis actividades como capataz, cuando me corto diciendo que en aquella casa era bien recibido todo aquel que estuviera dispuesto a trabajar. Al salir de la cocina, Barbara me dedico un elocuente guino de complicidad.

La recoleccion de manzanas se inicio con las primeras luces del sabado. De acuerdo con la tradicion, las mujeres eran contratadas con caracter eventual, pero participaban lo mismo que los hombres. Fue en esta tarea

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