donde conoci a la mejor amiga de Barbara, Sally Shoesmith, la hija del tabernero. Sally era una muchacha rechoncha, pelirroja y con pecas, con una sonrisa desagradable, absolutamente ambigua. Sin embargo, a los nueve anos, yo no estaba todavia en condiciones de emitir juicios sobre nadie.

Fue tambien en aquella ocasion cuando conoci a Bernard, el hijo de los Lockwood, que trabajaba en la granja de Lower Gifford. No podria decir con certeza si lo que lo atrajo al campo fue un sentimiento de deber filial o la extraordinaria abundancia de chicas del pueblo. Desde mi punto de vista, el chico era totalmente inabordable. La vision mas habitual que tenia de el eran sus botas claveteadas con tachuelas, puesto que su trabajo consistia en recoger, subido a una escalera de mano, las manzanas que habia que conservar, como las Rom Putts y las Blenheim Oranges, que debian ser recogidas a mano en lugar de ser desprendidas de las ramas sacudiendolas con ayuda de unas varas. Debajo de el, se apretujaban las chicas con los recogedores, cestas en forma de cubo hechas con juncos entretejidos. Supongo que a Bernard le producia una sensacion de placer decidir a cual de las chicas del hermoso abanico que tenia a sus pies se dignaria favorecer, dicho lo cual seguramente no le costara imaginar que era un tipo que a mi me desagradaba profundamente. Tenia una belleza rustica y su piel estaba atezada por el sol, como los modelos que aparecen en las revistas de jerseys. Yo preferia ir detras de los que desprendian las manzanas con ayuda de las varas.

Al cabo de una hora de iniciado el trabajo, mis oidos captaron un zumbido distante que procedia de la pradera adyacente a la huerta. El zumbido no tardo en convertirse en ronroneo y este en el rugido del motor de un jeep, que desperto la consiguiente excitacion. ?Llegaban los yanquis! Deje al punto la cesta en el suelo y me precipite a la puerta de la huerta, que abri justo en el momento en que llegaban y, atravesandola, se metian entre los arboles. Todos abandonaron el trabajo y, en un coro de voces admiradas, rodearon el jeep. Todos salvo Bernard, que siguio encaramado en lo alto de la escalera con una brazada de manzanas Tom Putts.

Duke y Harry apaciguaron prudentemente a la excitada concurrencia y les hicieron entender que habian venido para trabajar. Por otra parte, llegaban con mas de una hora de retraso. Se incorporaron al grupo de los que colocaban las manzanas en montones piramidales para que perdieran el frio de la noche antes de ser trasladadas a la prensa. Habian venido con lo que ellos llamaban el «traje de fatiga», expresion que hacia las delicias de las chicas, atentas a la jerga de los soldados y avidas de conocer americanismos. Para nosotros, la gente de 1943, los soldados americanos eran seres exoticos que hablaban como los artistas de cine.

Y hablando de cine, ?ha visto usted Las uvas de la ira, interpretada por Henry Fonda u otra pelicula antigua de este actor? Si se lo digo es porque, a mi modo de ver, existia un notable parecido entre Duke Donovan y Henry Fonda. No se trataba unicamente de rasgos de la fisonomia, sino de la estructura fisica general, de la altura, de aquella cabeza asentada sobre unos hombros mas bien estrechos; ambos producian la impresion de tratarse de hombres valientes a la vez que vulnerables. Los movimientos de Duke eran pausados y escasos, pero dejaba traslucir una especie de inquietud que se revelaba sobre todo en sus ojos. Se me figura que sentia anoranza de los suyos. Aquel dia, en la huerta de los manzanos, se rio como todo el mundo, con una sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes tan resplandecientes como los de Henry Fonda, si bien parecia que sus ojos no participaban de la alegria de la boca. Como si sus pensamientos estuvieran escindidos en dos mitades.

Presa de las ilusiones romanticas propias de un nino, emparejaba en mi cabeza de manera ideal a Duke y a Barbara y abrigaba la esperanza de que se sintiesen mutuamente atraidos. No me pasaba por las mientes que pudiese estar casado y mucho menos que fuera padre de una nina, y estoy seguro de que Barbara tampoco lo imaginaba.

Pero las cosas aquel dia ocurrieron menos apaciblemente de lo que yo habia esperado. Cuando, a media manana, aparecio la senora Lockwood, cargada con dos teteras humeantes, abandonamos el trabajo para tomarnos un momento de descanso. Duke se sento a cierta distancia de Barbara. La mayoria de los hombres tomaban sidra fresca de los cacharros y barriletes que habian llenado a primera hora de la manana, pero las muchachas preferian te. Pude observar que uno de los trabajadores eventuales, contratados para la recoleccion, iba a buscar una jarra para Barbara, despues de lo cual se tumbo a su lado, casi rozandola. Me entere de que se llamaba Cliff y de que no tenia trabajo fijo. A veces ayudaba a despachar en el bar del pueblo y entonces se le veia tras el mostrador. Era alto, moreno y feo; a mi no me parecia nada atractivo. Ya se que piensa. ?Por que no lo dice, hombre? Eran celos.

El otro americano, Harry, inicio muy pronto sus avances con la amiga de Barbara, Sally, y empezo por invitarla a fumar un Lucky Strike y a sacarle del pelo las ramitas que se le habian quedado prendidas y que el tardaba anos en retirar.

Harry, como tipo fisico, se parecia mas bien a James Cagney, y era tan belicoso y dado a salidas inesperadas como este actor. Nos explico que se habia ganado tres galones, pero que los habia perdido por algun error que habia cometido. Harry me causaba inquietud, porque yo queria que no ocurriera ningun percance.

Cuando volvimos a ponernos a trabajar, Duke se subio a una de las escaleras y pude observar que Barbara se unia al grupo de chicas que esperaban al pie de la misma. Al cabo de un momento, dijo a Duke que dejara algunas manzanas vivarachas en la rama que estaba descargando. Duke, agarrandose a esta, miro para abajo y le pregunto:

– ?Que son manzanas vivarachas, si tienes la amabilidad de decirmelo?

Barbara entonces le conto aquella leyenda que decia que habia que dejar en el arbol las manzanas pequenas para que pudieran comerlas los duendes. Algunas de las chicas empezaron a reir a grandes carcajadas, esperando que los americanos se sumarian a las risas, pero Duke permanecio serio, escuchando atentamente. Las palabras dialectales y las costumbres del pais le fascinaban. El granjero Lockwood, que estaba de un humor de perros, les grito al pasar:

– ?Venga, gandules! ?Esta Lawrence con vosotros?

Y entonces hubo que explicar a Duke que Lawrence, el holgazan, guardian de los huertos, dejaba encantados a todos cuantos trataban de burlarse de las leyendas.

Aquella tarde de septiembre ocurrieron cosas memorables en la huerta. Si, como yo, no cree usted en las fuerzas del mal, posiblemente pensara que la sidra de la comida tuvo buena parte en el asunto. O que quiza no era otra cosa que la gran excitacion despertada por la presencia de los soldados americanos entre las muchachas del pueblo.

Nos congregamos alrededor de una antigua furgoneta cargada de manzanas caidas de todo tipo, utilizadas para el queso que acompanaria la primera sidra. Los hombres estaban sentados en las pertigas, las muchachas en las cestas puestas boca abajo en el suelo, comiendo pan y queso con rodajas de cebolla, que habian traido en cestas de junco y en hatos con panuelos colorados. Los rayos de sol se colaban a traves de las hojas sobre nuestras cabezas.

Despues de comer, las chicas ensenaron a los americanos la manera de averiguar el nombre de la persona amada utilizando una mondadura de manzana; habia que mondarla sin que la piel se cortara, es decir, de una sola vez, y echarla despues al aire por encima de la cabeza de la persona interesada y ver que letra habia formado al caer al suelo. La de Harry dibujo una S y Sally le dio un beso, en medio de chillidos de excitacion, pero Duke se nego a hacer el experimento. Lo convencieron, en cambio, de que arrojase una manzana al aire sin explicarle el proposito del juego. Varias chicas, como jugadores de rugby, se precipitaron sobre la manzana para cogerla, aunque ninguna lo logro, porque reboto sobre la hierba y fue a parar directamente al sitio donde estaba Barbara, la cual, pese a que no se habia sumado a sus companeras, la recogio.

Alguien le dio un cuchillo. Mientras todo el grupo se arremolinaba a su alrededor, la corto limpiamente en dos mitades y nos mostro dos pepitas. Las muchachas, en coro, gritaron:

– ?Hojalatero, sastre!

Barbara entonces cogio una de las mitades y la dividio en dos partes. No aparecieron pepitas. Tomo la otra mitad y tambien la partio. Alguien (creo que fue Sally), con un grito de triunfo, exclamo:

– ?Soldado! [5]

Pero la palabra se quedo colgada de sus labios, porque el cuchillo habia partido la pepita. Barbara arrojo lejos de si los trozos de manzana y dijo: -?No son mas que estupideces! Despues de comer, casi no vi a Barbara. Recogia manzanas en otro sector de la huerta, creo que en compania de su hermano Bernard. Oi que una de las chicas decia:

– ?No hay para tanto! ?Mira que llorar por eso!

A lo cual su companera le respondio encogiendose de hombros y apartandose de su lado.

Alrededor de las cuatro, la senora Lockwood trajo te y pasteles y nos congregamos junto a la pared

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