mejor de su masaje de los viernes era que la relajaba por completo. Vivia en Nueva York, y alli tenia un maravilloso hombrecito del Bronx con manos de terciopelo, que sabia mas de sus esperanzas secretas y de sus miedos de cualquiera de sus maridos.

Esta noche estaba en la mesa de masaje del Paris Carlton, donde se alojaba con Livy, su tercer marido. Ese ano estaban pasando las vacaciones en Europa porque su hija Barbara acababa de completar un curso en la Sorbona y querian volver a Nueva York con ella. Le comunico eso en un ingles basico al argelino que estaba aflojando la tension de sus hombros. El joven era bastante apuesto, con pelo lacio y un bigote fino como el trazo de un lapiz, pero su aliento olia a ajo. Marjorie volvio la cara para el otro lado.

– ?Puede darme un masaje en los tobillos? -pregunto, mientras sacudia un pie para que entendiera-. Le tengo que agradecer a Dios el haberme dado unos tobillos tan bellos. ?Quiere creer que lo que primero atrajo a cada uno de mis maridos fueron mis tobillos? Los masajes regulares los mantienen delgados… me refiero a mis tobillos. ?Ah…! que bien. Livy… diminutivo de Livingstone… es mi tercero… un tipo maravilloso… no un Douglas Fairbanks, se lo puedo asegurar, pero bastante apuesto a su manera… Livy a veces me pide que le deje dar masajes a mis tobillos, pero yo jamas lo permito. Le digo que es un trabajo para profesionales. Hmmm. Usted es bastante bueno. ?Como se llama?

– Alain, madame.

– Bueno, Alain, yo opino que una mujer tiene que cuidar su cuerpo. Nunca se sabe cuando la estan observando. Le voy a contar algo que me sucedio hace cuatro anos en el hotel Viltmore de Nueva York. Me quede encerrada en el ascensor con siete hombres, todos desconocidos. Encerrada de verdad. Estuvimos atascados entre el segundo y tercer piso durante casi una hora. Estaba petrificada, pero, ?sabes, Alain, que asi fue como conoci a Livy? Crees que era uno de los tipos del ascensor, ?no? Pero no es asi. Estaba mirando en el segundo piso cuando los empleados del hotel lograron abrir las puertas corredizas. El ascensor estaba bastante arriba de sus cabezas, asi que lo unico que el logro ver fueron mis tobillos; pero no pudo sacar la vista de ellos. ?No es romantico?

– Charmant, madame.

– Nos casamos ese mismo ano y todavia lo pesco espiando mis tobillos cuando cree que no lo miro. Nos adoramos, y lo unico que desearia es que mi hija Barbara fuera tan afortunada como yo. Es preciosa, de veras, con mi piel blanca y facciones clasicas y un maravilloso pelo castano, pero asusta a los hombres. Es muy severa. Se graduo en matematicas y de lo unico que habla es de coeficientes y cosas asi. La mandamos aqui un ano para ampliar su educacion en la Sorbona, pensando que los parisinos a lo mejor le ensenaban algo mas. Bueno, ahora esta loca por los griegos.

– ?Los griegos, madame?

– Del siglo quinto antes de Cristo. Esta tarde nos mostro el Louvre a Livy y a mi. Esta bien, era mejor que los logaritmos, asi que fuimos. Yo tenia la esperanza de que la verdadera atraccion fuera algun profesor joven. Pero estaba equivocada. Se trataba nada mas que de objetos antiguos. En el Louvre hay algunas estatuas griegas bastante notables. Con los atributos viriles sin adornos y de tamano natural. Algunos hasta mas grandes. Le dije a Livy que podia resultar. ?Pero sabe, Alain, que mi hija Barbara nos hizo atravesar las salas con las estatuas sin detenerse ni una vez? Ni siquiera volvio la cabeza. Nos queria mostrar las anforas griegas. Anforas. Las adora. Me senti tan deprimida que me deje caer en un banco.

– No es tan malo, madame.

– ?Que quiere decir?

– ?No miro las anforas?

– Ya le conte que estaba apabullada.

– En las anforas, madame, hay muchos hombrecitos -Alain indico la medida con un dedo y el pulgar- sin ropa. Tal vez Barbara empiece con hombrecitos.

– Oh -la senora Cordell considero durante un momento la sugerencia. Se echo a reir-. Hombrecitos. Que gracioso.

– Yo tampoco soy muy grande, madame.

Marjorie se rio.

– No me importa la medida, siempre y cuando el marido de mi hija sea rico.

5

Cuando Walter volvio a Putney, su comida estaba incomible. La cocinera dijo que le prepararia una ensalada.

Lydia los habia oido hablar.

– Te has tomado tu tiempo -le dijo al entrar en el recibidor.

– He pensado que te gustarian -le alcanzo las rosas.

Fue una sorpresa agradable. Mientras el no estaba ella habia pensado en abandonarlo.

– ?Donde las has conseguido, Walter? -fue lo mas parecido a un agradecimiento que pudo decir.

– No las robe del jardin vecino.

Lydia se las devolvio.

– Dile a Sylvia que las ponga en un florero. ?Te han dado mi album?

– Si.

Pero ella vio que el libro no estaba bajo su brazo y mientras le hacia la pregunta vio como se tensaba su mano libre.

– ?A quien has visto?

– Al director. Todavia esta en el bar.

– No me sorprende. Esta tarde apestaba a ginebra.

– Ha dicho que habias estado muy bien, querida.

– Hipocrita. Siempre dicen eso.

– Te ha elogiado mucho.

– Hummm -estiro los labios con desprecio.

– Le dare las flores a Sylvia -dijo Walter.

– ?Que ha dicho?

– ?Como?

– El elogio.

– Ah. Ha asegurado que eras una verdadera profesional.

– ?Como si supiera mucho de eso!

– No ha sido todo lo que ha dicho.

– ?Que mas?

– Voy a buscar a Sylvia -habia cruzado hasta el hall-, ?Te gustarian en tu dormitorio? Quedarian bien en la escalera, en la jardinera de mayolica.

– Deja que se ocupe Sylvia. Dejalas sobre la mesa y vuelve a contarme exactamente lo que ha dicho Jasper.

El hablo desde el corredor que daba a la cocina.

– ?Te gustaria tomar un vaso de borgona? Yo voy a beber uno con la ensalada.

Lydia hizo un gesto de enojo. En algunas ocasiones ese maldito era tan evasivo… No podia comprobar si tenia algo importante que decirle o si estaba ganando tiempo por lo del album. Hacia las cosas de manera deliberada. Sabia lo importante que era el teatro en su vida. Lo necesitaba como una droga. Era muy penoso andar por las provincias exhibiendose con esas obras pero no podia dejar de hacerlo.

Habia nacido entre bambalinas en uno de los seis teatros propiedad de su padre… todo lo que le importaba estaba conectado con el teatro. Antes de cumplir veinte anos ya conocia a Pinero, Barrie y Shaw. Habia actuado en el Adelphi. Sir Herbert Tree le habia dicho que en un par de anos tendria el poder de esclavizar al publico del West End. Sin embargo habia visto los peligros de una vida dedicada solamente al teatro. Era vital para su caracter y su arte mantener un lazo con el mundo real. Se habia casado con Walter y financiado su carrera con parte de la herencia de su padre y el era su defensa contra lo irreal. ?Que podia ser mas terrenal que un marido

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