conversacion.

– Ellos los encontraron. Ya avise. La acompanaran.

Me pregunte si el agente Groulx seria capaz de pronunciar una frase compuesta. De nuevo senalo a los obreros con un ademan.

– Vigilare su coche -me dijo.

Hice una senal de asentimiento, pero el ya habia dado media vuelta y se alejaba. Los obreros de Hydro me miraron en silencio mientras me aproximaba. Ambos llevaban gafas de aviador, y el postrer sol de la tarde arrancaba reflejos anaranjados de sus cristales. Los dos lucian bigotes con las puntas curvadas hacia abajo.

El de la izquierda era el mas viejo, un tipo delgado y moreno con aspecto de terrier. El hombre miraba en torno con nerviosismo y desviaba su atencion de uno a otro objeto, de una persona a otra, como una abeja que entrara y saliera de un capullo. Fijaba su mirada en mi y luego la apartaba con rapidez, cual si temiera que establecer contacto con los ojos ajenos lo comprometiera a algo que mas tarde pudiera lamentar. Asimismo compensaba su peso de uno a otro pie e inclinaba alternativamente los hombros.

Su companero, mucho mas corpulento, llevaba una larga y lacia cola de caballo y tenia el rostro curtido. Me sonrio mientras me aproximaba y exhibio huecos vacios de dentadura. Sospeche que seria el mas locuaz de ambos.

– Bonjour. Comment ca va? -los salude.

Era el equivalente a «?Hola! ?Como estan ustedes?».

– Bien, bien -respondieron con simultaneas inclinaciones de cabeza.

Me identifique y les pregunte si habian denunciado el descubrimiento de los huesos. Nuevas senales de asentimiento a modo de respuesta.

– Expliquenmelo.

Mientras hablaba saque un bloc pequeno de notas de mi mochila, levante la tapa y prepare un boligrafo al tiempo que les sonreia alentadora.

El tipo de la cola de caballo se expresaba con entusiasmo, y sus palabras se precipitaban como los ninos cuando salen de recreo: disfrutaba con la aventura. Se expresaba en un frances muy acentuado, enlazando las palabras, y las terminaciones se perdian al estilo de los quebequeses de la parte alta del rio, de modo que yo tenia que escucharlo con suma atencion.

– Limpiabamos la maleza: forma parte de nuestro trabajo.

Senalo hacia los cables del tendido electrico que teniamos sobre nuestras cabezas y despues extendio el brazo sobre el terreno.

– Debemos mantener limpias las lineas.

Asenti.

– Cuando me meti en aquella zanja percibi un olor extrano.

Se volvio para mostrar una zona boscosa que bordeaba la finca y se interrumpio, fija la mirada en direccion a los arboles con el brazo extendido y el indice perforando el aire.

– ?Extrano? -repeti yo.

Se volvio hacia mi.

– Bien, no era eso exactamente.

Hizo una pausa y se mordio el labio inferior como si buscara la expresion adecuada en su lexico personal.

– A muerto -dijo-. ?Sabe a que me refiero?

Aguarde a que prosiguiera.

– Ya sabe, como cuando un animal se arrastra por algun lugar y muere.

Acompano sus palabras con un leve encogimiento de hombros y me miro en busca de confirmacion. Asenti. Estoy muy identificada con el olor de la muerte.

– Eso pense: que se trataba de un perro o tal vez de un mapache muerto. De modo que comence a revolver entre la maleza con mi rastrillo en el lugar donde el olor parecia mas intenso y, como esperaba, encontre un monton de huesos.

Nuevo encogimiento de hombros.

– Hum…

Comenzaba a sentirme incomoda: los enterramientos antiguos no huelen.

– De modo que llame a Gil… -Senalo a su companero, que fijaba su mirada en el suelo, para recabar su confirmacion-… y ambos comenzamos a excavar entre las hojas y los escombros. Lo que descubrimos no me parecieron restos de perros ni de mapaches.

Y tras estas palabras cruzo los brazos en su pecho, inclino la barbilla y se balanceo sobre sus talones.

– ?Por que razon?

– Era demasiado grande.

Hizo girar la lengua y la introdujo en uno de los huecos de su dentadura. La punta aparecio y desaparecio entre los dientes como un gusano que buscara la luz diurna.

– ?Algo mas?

– ?A que se refiere?

El gusano se retiro.

– ?Encontro algo mas aparte de los huesos?

– Si. Eso fue lo que no parecio adecuado.

Extendio ampliamente los brazos para senalar una dimension con las manos.

– Una gran bolsa de plastico envolvia todo el hallazgo y…

Levanto las palmas de las manos y dejo la frase inacabada.

– ?Y que?

Mi intranquilidad iba en aumento.

– Une ventouse -concluyo rapidamente.

Se mostraba avergonzado y agitado al mismo tiempo. Gil estaba tan ansioso como yo. Levanto la mirada del suelo y la dejo vagar con inquietud.

– ?Que? -inquiri.

Crei haber comprendido mal.

– Une ventouse. Un desatascador de los que se utilizan en el bano.

El imito su uso. Echo el cuerpo hacia adelante, sujeto las manos en un invisible mango y subio y bajo los brazos. La macabra pantomima estaba tan fuera de lugar que resultaba discordante.

Gil profirio un juramento y desvio de nuevo los ojos al suelo. Yo lo mire con fijeza. Aquello era insolito. Conclui mis notas y cerre el bloc.

– ?Esta mojado ahi abajo? -pregunte.

Preferia no ponerme las botas ni el mono si no era necesario.

– No -repuso.

Y miro de nuevo a su companero en espera de confirmacion.

Gil nego con la cabeza sin levantar la mirada del suelo.

– De acuerdo -dije-. Vayamos.

Confiaba en parecer mas tranquila de lo que estaba.

El tipo con cola de caballo me condujo por las hierbas hasta el bosque. Descendimos gradualmente por un pequeno barranco cuya vegetacion se iba haciendo cada vez mas densa a medida que nos acercabamos al fondo. Yo lo seguia por entre los matorrales, sosteniendo con la mano derecha las ramas que el apartaba para abrirme paso y luego tendiendoselas a Gil. Aun asi las ramitas menores se enredaban en mis cabellos. El lugar olia a tierra humeda y a hierbas y hojas podridas. La luz del sol se filtraba de modo desigual entre el follaje y moteaba el terreno con recuadros, como las piezas de un rompecabezas. Aqui y alli un rayo encontraba una abertura y se abria paso hasta el suelo, y podian verse las particulas de polvo flotando en su sesgado trayecto. Insectos voladores revoloteaban ante mi rostro y zumbaban en mis oidos, y las enredaderas se envolvian en mis tobillos.

Al final de la zanja el obrero se detuvo para orientarse y luego giro hacia la derecha. Yo fui tras el dando manotazos a los mosquitos, mientras apartaba la vegetacion y entornaba los ojos para protegerme de las nubes de insectos. El sudor me perlaba los labios, empapaba mis cabellos y adheria los mechones sueltos a la frente y al

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