cuello. No tendria que haberme preocupado por mis ropas ni por mi peinado.

A quince metros del cadaver ya no necesite guia alguno. Habia detectado la inconfundible fetidez a muerte que se mezclaba con el peculiar olor arcilloso de los bosques. El olor a carne en descomposicion no se asemeja a ningun otro y se percibia claramente en el ambiente calido del atardecer, tenue pero innegable. A medida que avanzaba, el dulzon y fetido hedor se fue concentrando, haciendose mas intenso, como el chirrido de una langosta, hasta que dejo de confundirse y se impuso a todos los demas. Los aromas de pino, musgo y humus dejaron paso a la pestilencia de la carne putrefacta.

Gil se detuvo a discreta distancia. El olor le bastaba: no necesitaba echar otra mirada. Unos tres metros mas adelante tambien se detuvo su companero, se volvio y, sin pronunciar palabra, senalo un bulto pequeno parcialmente cubierto por hojas y escombros sobre el que zumbaban y volaban las moscas en circulos cual invitados en un bufe libre.

Al verlo me dio un vuelco el estomago y una voz en mi interior me repitio el consabido «ya te lo dije». Con creciente temor deposite mi mochila al pie de un arbol, extraje de ella unos guantes quirurgicos y me introduje con sumo tiento por el follaje. Cuando me aproximaba al bulto, distingui la zona que los hombres habian despejado de vegetacion, y mi vision confirmo los temores que sentia.

Entre las hojas y la tierra surgia el arco de unas costillas, con los extremos curvados hacia arriba como el armazon de un barco. Me incline para observar con mas detenimiento. Las moscas zumbaron a modo de protesta, y el sol se reflejo iridiscente en los azules y verdosos insectos. Al despejar los escombros, adverti que las costillas estaban unidas a un segmento de columna vertebral.

Aspire a fondo y, protegida por los guantes, comence a retirar punados de hojas secas y agujas de pino. Mientras exponia la columna vertebral a la luz solar, se disgrego una masa de escarabajos sobresaltados. Los bichos se diseminaron y desaparecieron uno tras otro por los bordes de las costillas.

Haciendo caso omiso de los insectos, segui retirando sedimentos y, con lentitud y sumo cuidado, despeje una zona de aproximadamente un metro. Tarde menos de diez minutos en comprobar lo que Gil y su companero habian descubierto. Me aparte los cabellos del rostro con la mano enguantada y, apoyada en los talones, examine el espectaculo que se me ofrecia.

Ante mi tenia un torso en estado esqueletico. La caja toracica, la columna vertebral y la pelvis aun seguian unidos por musculos y ligamentos secos. Aunque el tejido conjuntivo es pertinaz y se niega a ceder su sujecion en las articulaciones durante meses o anos, el cerebro y los organos internos no son tan resistentes: las bacterias y los insectos los descomponen rapidamente, a veces en cuestion de semanas.

Distingui restos de tejido pardo y desecado adherido a las superficies toracica y abdominal de los huesos. Mientras permanecia en cuclillas entre el zumbido de las moscas y con los rayos de sol moteando el bosque alrededor de mi, tuve la absoluta certeza de dos cosas: el torso era humano y no llevaba mucho tiempo alli.

Y tambien comprendi que no habia llegado a aquel lugar por casualidad. La victima habia sido asesinada y abandonada. Los restos estaban contenidos en una bolsa de plastico de las que suelen utilizarse para las basuras domesticas. En aquellos momentos estaba desgarrada, pero sospechaba que habrian transportado el torso en ella. Faltaban la cabeza y las extremidades y no se veian efectos personales ni otros objetos en las proximidades… salvo uno.

Los huesos de la pelvis rodeaban un desatascador de lavabo. El largo mango de madera se proyectaba hacia arriba como el palo invertido de un helado, y la parte curvada de caucho rojo estaba aplastada contra la abertura pelvica, en una posicion que sugeria intencionalidad. Por horripilante que fuese la idea, no crei que la asociacion fuese erronea.

Me levante y mire a mi alrededor con las rodillas resentidas por el cambio de postura. Sabia por experiencia que los animales carroneros suelen arrastrar partes de un cuerpo a distancias impresionantes. Los perros acostumbran ocultarlas en zonas de baja maleza, y los animales que se refugian en madrigueras sumergen huesecillos y dientes en agujeros subterraneos. Me limpie el polvo de las manos y escudrine mi proximidad mas inmediata en busca de posibles localizaciones.

Las moscas zumbaban, y un cuerno resono a miles de quilometros de distancia. Recuerdos de otros bosques, otras tumbas y otros huesos cruzaron sigilosos por mi mente como imagenes inconexas de antiguas peliculas. Permaneci en absoluta inmovilidad, escudrinando vigilante. Por fin intui mas que distingui una irregularidad en mi entorno que, cual un rayo de luz reflejado en un espejo, desaparecio antes de que mis neuronas pudieran formar una imagen. Un parpadeo casi imperceptible me obligo a volver la cabeza. Nada. Me mantuve rigida, sin la certeza de haber visto algo realmente; aparte los insectos de mis ojos y adverti que refrescaba.

Insisti en mi observacion, mientras una ligera brisa agitaba los humedos mechones alrededor de mi rostro y hacia crujir las hojas. Entonces volvi a percibirlo: un leve reflejo de luz solar en algun punto. Avance unos pasos, insegura de su origen, y me detuve con todos los sentidos concentrados en la luz del sol y las sombras. Seguia sin percibir nada. ?Naturalmente que no, necia! Alli no podia haber nada: no habia moscas.

De pronto lo descubri. El viento, que soplaba con suavidad, resbalaba sobre una superficie brillante y provocaba una momentanea ondulacion en la luz del atardecer que, aunque casi imperceptible, habia atraido mi atencion. Me aproxime sin apenas respirar y mire a mis pies. No me sorprendio lo que tenia ante los ojos: lo habia encontrado.

Entre las raices de un alamo amarillo, por un hueco, asomaba la punta de otra bolsa de plastico. Profusion de ranunculos bordeaban el alamo y la bolsa y se extendian en suaves zarcillos hasta desaparecer entre los hierbajos circundantes. Las flores, de viva tonalidad amarilla, parecian fruto de una ilustracion de Beatrix Potter, y la frescura de sus flores contrastaba duramente con lo que me constaba que se ocultaba en la bolsa.

Me aproxime al arbol, y a mi paso crujieron ramas y hojas. Apoyandome en una mano, despeje un trozo de plastico, lo asi con firmeza y tire fuertemente de el. Pero no cedio. Volvi a agarrar el plastico y tire con mas fuerza, y esta vez la bolsa se movio al tiempo que yo advertia la consistencia de su contenido. Los insectos revoloteaban ante mi rostro, el sudor se deslizaba por mi espalda y el corazon me latia con la intensidad de un bajo en un grupo de heavy metal.

Un tiron mas y logre liberar la bolsa. La arrastre lo bastante para poder inspeccionar su interior -o quiza solo deseaba apartarla de las flores de la senorita Potter-. Fuera cual fuese su contenido, era pesado y me cabian escasas dudas acerca de su naturaleza. No me equivocaba. Mientras soltaba los extremos de la bolsa el olor a putrefaccion era aplastante. La abri y examine el interior.

Un rostro humano me devolvio la mirada. Al haber estado aislada de los insectos que apresuran la descomposicion, la carne no se habia corrompido totalmente, pero el calor y la humedad habian alterado los rasgos hasta convertirlos en una mascara mortal que conservaba escaso parecido con su antiguo aspecto. Los ojos, secos y apretados, asomaban bajo los parpados semientornados. La nariz estaba ladeada; las aletas, comprimidas y aplastadas contra la hundida mejilla, y los labios se fruncian hacia afuera, en una mueca eterna que exhibia una perfecta dentadura. La carne, de una palida blancura, era una envoltura descolorida y esponjosa adherida a los huesos. El conjunto estaba enmarcado por una cabellera de un apagado tono pelirrojo, y los rizos sin brillo se apelotonaban contra la cabeza por el liquido que rezumaba del tejido cerebral.

Cerre la bolsa presa de agitacion y trate de localizar a los obreros donde los habia dejado. El mas joven me observaba con gran atencion; su companero se mantenia detras, a cierta distancia, con los hombros inclinados y las manos hundidas en los bolsillos de los pantalones.

Me quite los guantes y pase por su lado alejandome del bosque, en direccion al coche patrulla. Aunque ellos no pronunciaron palabra, adverti que me seguian por el crujido de las hojas bajo sus pasos.

El agente Groulx, recostado en la capota de su coche, vio que me acercaba, mas no cambio de postura. La verdad es que yo habia trabajado con individuos mas amables.

– ?Puedo utilizar su radio? -inquiri asimismo con gran frialdad.

Se irguio apoyandose en las manos y rodeo el coche hasta el asiento del conductor. Introdujo la mano por la ventanilla abierta, solto el microfono y me miro con aire interrogante.

– Homicidio -dije.

Parecio sorprendido, si bien trato de disimularlo, e hizo la llamada.

– Section des homicides -dijo a su interlocutor.

Tras la demora, conexiones e interferencias habituales, se oyo la voz de un detective.

– Aqui Claudel -sono con acento irritado.

El agente Groulx me tendio el microfono. Me identifique y le explique mi localizacion.

– Se trata de un caso de homicidio -dije-. Probablemente se han deshecho de un cadaver, al parecer

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